El retorno del rey Fernando VII y la restauración del orden monárquico absoluto fue un duro revés para los americanos; estos vieron frustrados sus deseos de restablecer su relación con la monarquía bajo un régimen más abierto y que les diera más autonomía. Por el contrario, el rey anuló la Constitución de Cádiz y todas las libertades que garantizó. Además, en 1815 envió a América un ejército a cargo del general Pablo Morillo, con el objetivo de acabar con los rebeldes y restablecer el orden. En el corto plazo, su objetivo se consiguió y los principales territorios de la América hispana estaban pacificados hacia 1816. Sin embargo, tal situación no se mantuvo por mucho tiempo. Los siguientes movimientos rebeldes planteaban de forma directa la independencia política de la monarquía hispana.
El virreinato del Perú en América del Sur se convirtió en un baluarte del orden monárquico, al detener los avances del ejército de Buenos Aires en el Alto Perú, y tomar el control político y militar de la región más la capitanía general de Chile. No obstante, la monarquía enfrentaba una grave crisis económica que debilitó su posición en América, al no enviar refuerzos y recursos; por el contrario, los solicitaba. El virrey Abascal y su sucesor Joaquín de la Pezuela, en tal sentido, realizaron algunas reformas fiscales para sostener una fuerza armada que mantuviera el orden en la región.
Ante el baluarte realista estaba el independentista en Río de la Plata. El Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tras los fracasos por tomar el control del Alto Perú, apoyó a José de San Martín en su plan de formar el ejército de los Andes para liberar a Chile y después llegar al Perú. Tras derrotar a los realistas en Chile y declarar su independencia en 1818, se firmaron acuerdos entre Chile y Río de la Plata para formar un ejército que se dirigiese al virreinato peruano. Un paso importante para ese plan fue el control del mar. En tal sentido, se contrató al almirante inglés Thomas Alexander Cochrane, quien en 1819 consiguió debilitar las fuerzas marítimas realistas en dos expediciones. Estas permitieron que las fuerzas militares terrestres puedan trasladarse a las costas peruanas.
La formación de la Expedición Libertadora en 1820 y su llegada a Paracas coincide con el establecimiento del Trienio Liberal en España, que obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución de Cádiz. Este nuevo contexto político permitió a las fuerzas patriotas y realistas ganar tiempo mientras establecían negociaciones que de antemano no tenían visos de llegar a soluciones que contentaran a ambas partes. La posterior incursión del ejército patriota por la sierra central y el norte peruano recibió apoyo popular y consiguió adhesiones de militares realistas como Andrés de Santa Cruz. La guerra por la Independencia del Perú había empezado y no había aparentemente vuelta atrás.
Línea de tiempo
La región de Río de la Plata es la única que se mantiene autónoma después del retorno de Fernando VII. Tras los fracasos en sus campañas militares al Alto Perú para invadir y controlar el virreinato peruano, José de San Martín plantea una nueva estrategia: llegar al Perú por mar. Para este plan, es necesario controlar la capitanía general de Chile. Así, tras formar un ejército en Cuyo con algunos líderes chilenos exiliados, emprende la campaña libertadora. Cuando en febrero de 1818 se proclama la independencia de Chile, con Buenos Aires se planifica inmediatamente la conformación de una expedición militar al Perú. Este acuerdo se concreta en febrero de 1819. En el norte, por otra parte, tras la batalla de Bocayacá, Simón Bolívar establece la Gran Colombia, la unión del virreinato de Nueva Granada y la capitanía general de Venezuela.
El impulso militar que tomó la independencia de Buenos Aires y Chile requirió eliminar el poder realista establecido en el Perú, para lo cual se precisaba obtener el control del mar e invadir por esa vía el virreinato peruano. Para ello, el gobierno chileno adquirió varias naves y las puso a las órdenes de Thomas Alexander Cochrane. El 16 de enero de 1819, se dio inicio a la expedición en dos divisiones. Cochrane, en la primera, con las fragatas O’Higgins, San Martín y Lautaro, y la corbeta Chacabuco. La segunda división, comandada por Manuel Blanco Encalada, con los bergantines Galvarino, Araucano y Puyredon. En esta primera expedición atacaron el Callao y el norte de Lima.
Ataques al Callao. Según Cochrane, el buque realista Antonio estaba a punto de zarpar del Callao rumbo a Cádiz. Se propusieron interceptarlo y esperar no ser vistos hasta el 24 de febrero. Sabían que el puerto del Callao esperaba la visita de buques estadounidenses, por lo que hicieron que el O’Higgins y el Lautaro lucieran la bandera de ese país, dejando al buque restante escondido. Sin embargo, la niebla perjudicó todo tipo de escaramuza hasta que se disipó el 29 de febrero. Capturaron a la tripulación de una cañonera que, posteriormente, les informó sobre los cañonazos protocolares propios del puerto. Cuando la niebla se disipó, Cochrane se propuso atacar:
De súbito se levantó la brisa y levando el ancla, estuvimos yendo y viniendo al frente de las baterías y respondiendo á sus fuegos. […] El San Martín y el Chacabuco, sea por falta de viento ó por otras causas, no llegaron á ponerse á tiro de bala, quedando la almiranta sola para continuar la acción; por lo que, faltando la cooperación de los otros buques, me vi obligado de mala gana á abandonar el ataque, retirándome á la isla de San Lorenzo, distante de los fuertes cosa de cuatro á cinco millas.
Las fuerzas españolas prescindieron de perseguirles a pesar de superarles en cantidad. Según cuenta Cochrane, a pesar de estar bajo fuego intenso, no sufrieron muchos daños debido a la posición que mantuvieron: “teníamos a las fragatas enemigas entre nosotros y los puentes”. Al día siguiente retomaron el ataque y lograron liberar a prisioneros chilenos en la isla San Lorenzo y pedir un intercambio de rehenes con el virrey Joaquín de la Pezuela. Un nuevo ataque se dio el 22 de marzo. Al agotarse los recursos, la flota de Cochrane se retiró el 3 de mayo. El bloqueo al Callao duró poco más de dos meses.
Luego del asalto en el puerto del Callao, parte de la flota de Cochrane partió hacia Huacho, donde fueron bien recibidos. Los habitantes de la localidad les dotaron de apoyo, a pesar de la oposición del comandante de armas Ceballos. Lograron tomar la ciudad en poco tiempo. Recibieron la noticia de que en el río Barranca había una embarcación que transportaba dinero y que pertenecía a la Compañía de Filipinas. Dejaron al almirante Blanco Encalada en Huacho, y Cochrane partió hacia Supe, llevándose el O’Higgins y el Galvarino. Desembarcaron en Pativilca y lograron hacerse con el contingente de setenta mil pesos. Atacaron también el Gazelle en Guambucho.
Cochrane, según dice, recibía noticia de estas embarcaciones debido a los lazos que estableció con la población peruana:
En mis procedimientos tenía particular cuidado de granjearme la amistad del pueblo peruano, empleando hacia él medidas conciliatorias, procurando con escrupuloso cuidado se respetara su propiedad y que lo que se tomara fuera exclusivamente de Españoles.
El siguiente destino fue Paita, puerto al que llegaron el 13 de abril de aquel año, donde la tripulación incurrió en pillaje en contra de la iglesia. Este delito fue resarcido gracias a la intervención de Cochrane.
En el recorrido de esa incursión en abril, como ya se mencionó, los pueblos brindaron ayuda e incluso algunos jóvenes se unieron a la expedición. El virrey Pezuela relata en su Memoria cómo todos los pueblos de “indios” recibían con entusiasmo al “enemigo”, brindándoles recursos y avisándoles de los movimientos de las tropas realistas, incluso ayudándoles a robar mercancía. Además, en presencia de Cochrane y sus oficiales, declararon su independencia: Supe el 5, Pativilca el 6, Huambacho el 10 y Paita el 14 de abril. Sobre la declaración de independencia de Supe, la primera de la que se tiene noticia en el Perú, el virrey Pezuela relata que le informaron que el cabildo se había reunido “Proclamando la Patria y ofreciendo sus esfuerzos a ella”.
El 12 de setiembre de 1819 comenzó la segunda expedición de Cochrane, y su segundo al mando, el almirante Blanco Encalada, hacia las costas peruanas. La flota estaba compuesta por las siguientes naves: O’Higgins, San Martín, Lautaro, Independencia, Puyredon, Galvarino y Araucano. A pesar de los deseos del gobierno chileno de atestar el golpe lo más pronto posible, la escuadra de Cochrane se vio reducida en presupuesto y en cantidad (había pedido mil hombres y solo contó con novecientos uno). Aun con todos los inconvenientes, el 29 de aquel mes, Cochrane arribó al puerto del Callao.
Segundo bloqueo al Callao. El 1 de octubre comenzaron los ataques a la flota española. Los bergantines Galvarino, Puyredon y Araucano fueron los primeros en ser recibidos por las baterías portuarias en la bahía. De estos, el último recibió el impacto de una bala de cañón, teniendo que ser reparado apresuradamente. Tras los primeros ataques, pusieron en marcha el plan para utilizar el moderno armamento que tenían en su poder: unos “cohetes”. Lastimosamente, no estaban muy bien soldados y hacían más daño a la flota chilena que a la enemiga. Al final del día, contaron solo veinte bajas, entre heridos y fallecidos. De acuerdo con Cochrane, Chile culpó a Glodsack del fracaso de los cohetes, a pesar de que la culpa fue del gobierno al no proveer del personal ni instrumentos necesarios para el correcto ensamblaje de este armamento.
Durante los siguientes días, los ataques y persecuciones fueron constantes. En medio de una de esas, escaparon la fragata española Prueba y un buque mercante que transportaba dinero. Ante esta situación y sin los refuerzos prometidos, el 7 de octubre se vieron en la necesidad de dejar el Callao y volver a Valparaíso.
Ataque a Pisco y Santa. El 5 de noviembre, Cochrane envió a Pisco al capitán Martín Guise, con los bergantines Galvarino y Lautaro. Esta expedición resultó ser un éxito:
Los oficiales que mandaban la expedición tenían el plan de desembarcar por la noche y sorprender la guarnición; pero como el viento les falló, tuvieron que desembarcar de día, cuando la referida guarnición les esperaba sostenida por artillería de campaña y caballería. No por eso se arredraron los expedicionarios y saltaron en tierra sin disparar un tiro, á pesar del cañoneo y fuego de fusilería que recibían de los techos y torres de la iglesia, abriéndoles brechas en las filas en cada paso que daban. – En tal situación, los patriotas acometen la bayoneta y los Españoles corrieron á refugiarse á la plaza de la villa, quedando mortalmente herido el valiente Charles. – El mayor [Guillermo] Miller les perseguía de cerca, cuando cayó también atravesado por tres balas que le pusieron á la muerte. – Mientras tanto, los buques aprovechando los 4 días que les proporcionaba la toma de Pisco, se abastecieron de cuanto necesitaban […]
El 14 de noviembre, tomaron el puerto de Santa. Dos días después, estaban reunidos Galvarino y Lautaro.
Los conflictos internos en la monarquía llevan a que un grupo de militares diera un golpe de Estado a Fernando VII, obligándolo a restablecer la Constitución de Cádiz. Con el establecimiento del Trienio Liberal (1820-1823) en España, se busca establecer negociaciones con los líderes de los movimientos independentistas en América, para buscar una salida pacífica que mantuviese la integridad de la monarquía, respetando los derechos de los americanos. Mientras tanto, en la audiencia de Quito, se declara la independencia de la provincia de Guayaquil, y en el virreinato peruano la presencia de la Expedición Libertadora desestabilizaba el orden político, consiguiendo adhesiones en varios pueblos.
Las expediciones de Cochrane en las costas del Perú lograron arrebatar el control del mar a las fuerzas realistas asentadas en el Callao, además de permitir reconocer el territorio y establecer lazos con la población. Se abría de ese modo el camino para el inicio de las operaciones terrestres. En Chile, la Expedición Libertadora fue financiada por su gobierno —Río de la Plata, al final, desistió por problemas internos— y organizada por José de San Martín. El 6 de mayo, el director de Chile, Bernardo O’Higgins, nombró a San Martín como general en jefe del Ejército Libertador del Perú, y a Thomas Alexander Cochrane, comandante de la flota naval de la Expedición Libertadora.
La expedición estaba conformada por veinticinco naves, ocho de guerra (las fragatas O’Higgins, San Martín y Lautaro, los bergantines Galvarino, Puyredon y Araucano, la corbeta Independencia, y la goleta Moctezuma) y diecisiete de transporte. En total, la tripulación estaba compuesta por aproximadamente mil seiscientos veinticuatro hombres, mil marineros chilenos y el resto en gran parte ingleses. El ejército se hallaba compuesto por la División de los Andes (tres batallones, dos compañías de artillería, un regimiento de granaderos a caballo y un batallón de cazadores), la División de Chile (tres batallones y una compañía de artillería), y una Plana Mayor, con aproximadamente cuatro mil cuatrocientos hombres, cerca de cuatro mil de ellos chilenos y el resto argentinos. De ese total, doscientos noventaiséis eran oficiales.
Tras salir de Valparaíso el 20 de agosto, la Expedición Libertadora desembarcó en la bahía de Paracas, el 8 de setiembre. No encontró resistencia, salvo por un pelotón de caballería realista al mando de Manuel Quimper, que solo atinó a huir. San Martín y su ejército entra en Pisco donde fue bien recibido y con proclamas que Cochrane había repartido meses antes. En el lugar se estableció el cuartel general. Ese día, San Martín redactó una proclama que indicaba lo siguiente:
Compatriotas: […]. El último virrey del Perú hace esfuerzos para prolongar su decrépita autoridad […]. El tiempo de la impostura y del engaño, de la opresión y de la fuerza está ya lejos de nosotros, y sólo existe la historia de las calamidades pasadas. Yo vengo a acabar de poner término a esa época de dolor y humillación. Este es el voto del Ejército Libertador.
San Martín firmó la proclama indicando que este es el “Primer día de la libertad del Perú”. Por decreto del 21 de octubre, San Martín creó la bandera peruana. Dividida en cuatro sectores por dos líneas diagonales, los espacios superior e inferior son de tonalidad blanca, mientras que los extremos, de color rojo.
¿Quieres conocer más sobre la Expedición Libertadora? Se invitamos a mirar la Cátedra Bicentenario “A 200 años del desembarco de la Expedición Libertadora”
El 4 de setiembre, el virrey Pezuela recibió de Madrid correspondencia oficial que le informaba sobre los cambios políticos ocurridos y las órdenes para jurar la Constitución de 1812. Asimismo, debía entablar negociaciones con los rebeldes. El nuevo contexto político en la península, con la puesta en vigencia de la Constitución liberal, daba a los realistas un nuevo espacio de negociación con los rebeldes, dado que se estaban garantizando diversas libertades que se habían anulado tras el retorno de Fernando VII. De hecho, desde la península se enviaron emisarios para establecer negociaciones con los rebeldes para buscar una salida pacífica.
Pezuela conocía desde julio estos cambios políticos en la península y había retardado la jura, a la espera de una comunicación oficial. Al parecer, también deseaba aprovechar la llegada de San Martín para jurar la Constitución y así fortalecer su posición política liberal ante la campaña ideológica de los patriotas. La jura se llevó a cabo el 15 de setiembre en todas las parroquias de la capital, sin mucho entusiasmo, según algunos testimonios.
Siguiendo la otra orden oficial, el virrey Pezuela envió un emisario al general José de San Martín, para proponerle negociaciones de paz. Nombrados sus representantes, estos se reunieron en el pueblo de Miraflores, entre el 25 de setiembre y el 1 de octubre. Los representantes de San Martín fueron el rioplatense Tomás Guido y el neogranadino Juan García del Río. Por parte del virrey, el español Dionisio Capaz, y los peruanos José González de la Fuente, conde de Villar de Fuentes, e Hipólito Unanue.
En el segundo día de las conferencias, el 26 de setiembre se firmó un armisticio en el que se estableció que no se llevaría a cabo por ocho días ninguna acción militar por parte del ejercito realista, ubicado en el valle de Cañete, y el “chileno”, en el de Chincha. En estas reuniones, se discutieron dos propuestas: la realista, que proponía la jura y vigencia de la Constitución de Cádiz, que resolvía el problema de la desigualdad entre americanos y peninsulares. De este modo, según los realistas, la intervención por la independencia carecía de sentido. Por otra parte, la propuesta de los patriotas indicaba que la Constitución no resolvía el problema de la desigualdad, por lo que proponían el establecimiento de una monarquía constitucional en suelo peruano.
La negativa a reconocer la Independencia del Perú ocasionó el retorno al clima hostil en el Perú. Aunque, a decir verdad, estas conferencias buscaban ganar tiempo a ambos bandos para prepararse para la guerra.
Roto el armisticio, San Martín encargó al general argentino Juan Antonio Álvarez de Arenales el control de la sierra peruana. Esta campaña fue importante porque, además de algunos enfrentamientos que hicieron retroceder a los realistas —su avance llevó a la derrota a las divisiones realistas comandadas por el coronel Manuel Quimper y el brigadier Diego O’Reilly—, los pueblos recibieron con entusiasmo al Ejército Libertador, ganando adhesiones y proclamaciones de la independencia.
El 5 de octubre, Álvarez de Arenales y su división salieron de Pisco rumbo a Ica donde fueron recibidos de forma entusiasta por el cabildo, algunos eclesiásticos y pobladores. Ese recibimiento, con mayor o menor pompa, se repitió en muchos pueblos más. El destacamento realista en Ica había huido con dinero y armas, y fueron perseguidos por un destacamento patriota. En Nasca, el 14 de octubre, se enfrentaron con las fuerzas de Manuel Quimper, venciéndolas. De ahí siguieron hasta Arequipa, para regresar a Ica el 20 de octubre, donde se juró la independencia. Sucedió lo mismo en Huamanga (8 de noviembre), Huancayo y Jauja (20 noviembre), Tarma (28 noviembre), Cerro de Pasco (7 de diciembre) y Huánuco (15 de diciembre).
Cabe resaltar que la población campesina de la sierra central apoyó militarmente al Ejército Libertador, formando guerrillas que acechaban y atacaban a las fuerzas realistas. Álvarez de Arenales entendió rápidamente su importancia, y les dejó armas y pertrechos. En Tarma, Jauja y Concepción se formaron las primeras guerrillas.
Mientras la campaña de Álvarez de Arenales continuaba por la sierra central, el ejército de San Martín desde Pisco se dirigió por mar a los pueblos al norte de Lima. El 24 de octubre, salieron de Paracas para dirigirse al norte, rumbo al puerto de Ancón, donde desembarcaron y luego ocuparon el pueblo de Chancay. Entre el 9 y el 12 de noviembre, el Ejército Libertador desembarcó en Huacho. Allí establecieron un cuartel general en Supe y luego en Huaura. El 2 de diciembre, en Chachay, las fuerzas patriotas recibieron a seiscientos cincuenta miembros del batallón Numancia. Este había sido enviado a América para derrotar a Bolívar, pero fue trasladado al Perú, donde estaban en malas condiciones. Fueron convencidos de desertar gracias a la labor de sacerdotes y mujeres.
La campaña patriota fue, en términos generales, un éxito. Salvo por la derrota de la partida comandada por el teniente Juan Pascal Pringles, que fue sorprendida el 25 de noviembre por otra partida realista en la playa de Pescadores, cerca del pueblo de Chancay.
Conoce más sobre la campaña de la sierra en la Cátedra Bicentenario “El impacto de la campaña de Álvarez de Arenales en la sierra central del Perú”:
El avance de las fuerzas patriotas por la costa norte continuó desde el desembarco en Huacho. A su paso, varias ciudades se proclamaron a favor de la independencia, al entrar en territorio de la intendencia de Trujillo, la más grande del Perú. Esta intendencia se hallaba conformada por siete partidos: Trujillo, Piura, Cajamarca, Chachapoyas, Saña, Pataz y Huamachuco. Desde agosto de 1820, José Bernardo de Tagle y Portocarrero, marqués de Torre Tagle, había asumido interinamente el cargo de intendente. San Martín se había comunicado con él con la propuesta de que se uniese a la causa patriota, teniendo en consideración que muchos de los territorios vecinos habían declarado la independencia. No obstante la velada amenaza, Torre Tagle no era un criollo convencido de la causa realista. De hecho, de tendencia liberal, contaba con algunos agravios por su condición de criollo. Además, desde el punto de vista económico, la región norteña tenía relaciones comerciales de larga data con Chile, lo cual no le convenía cortar en este nuevo contexto político. Por ello, en la carta de respuesta a San Martín, afirmó estar descontento con la situación del Perú debido al despotismo de España y que lo apoyaría. Le pidió que le envíe hombres para contener a aquellos que no estuvieran de acuerdo con la causa patriota.
El 24 de diciembre, Torre Tagle procedió a convocar a un cabildo abierto para que el pueblo decidiera sobre el camino por seguir. Al parecer, no hubo muchas dudas, y vecinos tan importantes como Luis José de Orbegoso y Moncada apoyaron la causa libertadora, uniéndose a la lucha, donando su fortuna y propiedades. Cinco días después del cabildo abierto, se realizó la firma del acta. Luego de este acto, se enviaron comunicaciones a las demás localidades de la intendencia con la orden de seguir el ejemplo trujillano. Chiclayo declaró la independencia dos días después, por ejemplo. Este hecho impulso una nueva ola de declaraciones de independencia en el norte en las siguientes semanas. A partir de enero de 1821, Piura declaró su libertad el 4; Cajamarca, el 6; Tumbes, el 7; y Ferreñafe, el 10.
En Lambayeque, ante el avance patriota, Juan Manuel Iturregui y Pascual Saco Oliveros, con apoyo local, planificaron la toma del destacamento militar realista, aprovechando el jolgorio de las fiestas de fin de año. Así, el 27 de diciembre, tras la toma, a las diez de la noche, organizaron un cabildo abierto en el que se aprobó la declaración de la independencia. Esta fue ratificada en enero de 1821. El control patriota de la intendencia de Trujillo fue un duro golpe para los realistas.
¿Quieres conocer más de la importancia de la proclamaciones de la independencia en el norte del Perú? Te invitamos a ver nuestra Cátedra Bicentenario “Independencias del norte peruano”:
Para 1821, las noticias no eran positivas para el virrey Pezuela. En diciembre del año anterior, Torre Tagle, intendente de Trujillo, había declarado la independencia, permitiendo que la amplia región del norte pase a control patriota. Día tras día había un nuevo pueblo norteño que proclamaba la independencia. Además, Álvarez de Arenales incursionó otra vez en la sierra central. De hecho, San Martín ya organizaba políticamente estas regiones con su Reglamento Provisorio. Asimismo, militares realistas criollos, como Agustín Gamarra, se pasaron al bando patriota. La estrategia militar del virrey y su idea de defender la ciudad de Lima a toda costa generaron con rapidez desconfianza en su cuerpo de oficiales. Esto llevó a que lo sacaran del cargo y fuese reemplazado por José de La Serna. Nuevas negociaciones, impulsadas por el enviado por las Cortes, el español Manuel Abreu, más sirvieron para ganar tiempo que para buscar una salida pactada a la guerra. El flamante virrey y sus fuerzas militares partieron rumbo a la sierra para establecer una nueva base militar y política. Cusco se convirtió en la nueva capital del virreinato. No fue una mala decisión. Mantener la defensa de Lima era costosa y San Martín lo averiguó en poco tiempo.
La salida del virrey de Lima y sus huestes produjo terror entre los “vecinos”, al quedarse a merced de los guerrilleros indígenas y la plebe urbana. La entrada de San Martín fue un alivio en ese sentido. Organizó con rapidez la declaración de la independencia en la ciudad; se trató de un golpe simbólico importante. Fueron días de fiesta para muchos. Para otros, nobles y comerciantes, fue el momento de dejar la ciudad y el virreinato. San Martín asumió el gobierno y se proclamó “Protector de la Independencia del Perú”. Era evidentemente un gobierno dictatorial. Ante el contexto de guerra parecía lo más apropiado, y nadie pareció cuestionar la decisión, al menos en un primer momento. San Martín dispuso, gracias a su Estatuto Provisorio, el nuevo Estado, creando instituciones y símbolos patrios, envió misiones al extranjero, además de otorgar libertades y anulando el tributo indígena. Asimismo, echó a andar su proyecto monárquico de gobierno.
Mientras tanto, en el campo militar, los patriotas parecían estancados. No obstante, si en la sierra los realistas afianzaban sus posiciones, Quito se independizaba en el norte bajo el liderazgo militar de Antonio José de Sucre, hombre de confianza de Bolívar. San Martín decidió ir a entrevistarse con el líder caraqueño y pedir su ayuda para definir la Independencia del Perú. La entrevista de Guayaquil no dejó testimonios escritos, pero quedó claro que la guerra en el Perú no iba a continuar bajo el liderazgo político de San Martín. A su regreso a Lima, los criollos habían expulsado a Bernardo de Monteagudo, su mano derecha. Además, al poco tiempo, se instaló el Congreso Constituyente. San Martín dimitió, y una Junta Gubernativa asumió el gobierno y la dirección de la guerra. San Martín dejó el Perú y nunca más regresó.
Línea de tiempo
Las medidas planteadas por el gobierno liberal en España no calman los ánimos en América y los movimientos independentistas continúan. Es más, en el virreinato de Nueva España, tanto el comandante realista Agustín de Iturbide como el líder rebelde Vicente Guerrero pactan, establecen el Plan de Iguala y con el Ejército Trigarante consiguen la independencia. En el Perú, en el bando realista, los cambios políticos en la península generan desconcierto, y el avance de la Expedición Libertadora en territorio peruano lleva a la destitución del virrey Pezuela por De la Serna, quien se traslada al Cusco, abandonando Lima.
La declaración de independencia de Trujillo y la comunicación con los demás pueblos de su territorio para que sigan el mismo ejemplo dio empuje al avance patriota. El norte, hacia enero, es independiente. Las principales ciudades norteñas juran la independencia: Piura, Cajamarca, Tumbes y Chachapoyas. Meses después, con dificultad, le siguieron Jaén, Moyobamba, Motilones, Lamas, Tarapoto y Cumbasa. Los realistas trataron de detener este avance, pero fue en vano, dado el apoyo popular en el norte y la selva. Por esta razón, se produjeron algunos enfrentamientos.
El gobernador de la Comandancia de Maynas, Manuel Fernández Álvarez, al enterarse de que Chachapoyas había jurado la independencia, decidió retirarse hacia el distrito de La Laguna. En Moyobamba, la expedición patriota, al mando de Pedro Pacasio Noriega, fracasó. Fernández Álvarez, al saber de la noticia, avanzó hacia Moyobamba y, desde allí, emprendió una expedición para recuperar Chachapoyas. Una fuerza realista, al mando del coronel José Matos, fue detenida el 6 de junio en su avance hacia Chachapoyas por un contingente local dirigido por Mariano Aguilar, produciéndose la batalla de Higos Urco, donde tuvo un destacado papel Matiaza Rimachi. Luego de esta derrota, Fernández Álvarez consideró abandonar el Perú.
En Chachapoyas, el gobernador Fernández Álvarez ofreció acordar un armisticio al coronel patriota Juan Valdivieso. Se acordó que el cabildo de Moyobamba nombrase a sus diputados para entrevistarse con Valdivieso. Se reunieron con él, en Taulía, el alcalde José Martín Dávila, el capitán de granaderos Isidoro Reátegui y el administrador de correos Joaquín Ramos. Valdivieso les informó sobre los últimos acontecimientos que favorecían a la causa patriótica, como un oficio de fecha 25 de julio de 1821 de Torre Tagle en el que se informaba sobre la entrada de San Martín en Lima y la decisión de la capital de jurar la independencia. Se acordó imitar lo seguido en la capital y ordenaron la jura de la independencia de Moyobamba para el 14 de agosto, señalando que el 19 de agosto se diese la ceremonia. No obstante, el peligro realista no se había disipado. Por esta razón, el capitán José María Egúsquiza fue enviado desde Trujillo por Álvarez de Arenales para fortalecer la defensa de la región. Llegó a Moyobamba en enero de 1822 y nombró a Domingo Alvariño como nuevo gobernador. Se conformó también un cuerpo de cazadores para la defensa de la ciudad. De hecho, en los siguientes meses debieron enfrentar los ataques realistas en Loreto y Moyobamaba, lugares que fueron tomados. Moyobamba fue recuperada el 25 de setiembre de 1822.
La crisis en el mando realista. Las decisiones del virrey Pezuela llevaron a que los rebeldes avanzaran posiciones y tomasen ventaja. El 29 de enero de 1821, en el campamento de Aznapuquio, al norte de la ciudad de Lima, oficiales realistas —entre ellos el general José de Canterac, el coronel Gerónimo Valdés, los comandantes Antonio Seoane y Andrés García Camba— presentan un manifiesto del estado mayor realista acantonado en Aznapuquio al virrey, en el que se denuncia que
un enemigo inferior en fuerzas y recursos desembarcó en nuestras costas, confiando más en la apatía e ineptitud del gobierno […] el enemigo prosperó cuanto le permitía el país; se proveyó de caballos, víveres y reemplazos, su establecimiento en tierra se hizo con la misma tranquilidad que se pasan los límites de una provincia a otra […]
El documento, además, señala culpable de estos hechos al virrey, demandándole su renuncia, al señalar que
Deposite en otras manos el gobierno de un país que en los suyos está perdido. Estos son los del Excelentísimo Sr. Dn. José de la Serna designado por la opinión del ejército […] cuyo único mando podrá evitar una división general o guerra civil […] cuya contestación aguarda en el término de cuatro horas […]
El teniente general José de la Serna, al frente de las operaciones militares, había sido uno de los principales críticos de las acciones del virrey, con quien tuvo desavenencias. La autoridad del virrey estaba siendo cuestionada no solo por De la Serna sino también por Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú. A Pezuela no le quedó otra alternativa que dejar el mando a De la Serna. El virrey mandó a redactar su protesta al subinspector José de La Mar, que fue leída ante la presencia de otros jefes militares. Al terminar, le fue entregado su pasaporte con la orden de retornar a la península.
De acuerdo con Vargas Ugarte, la noticia del motín de Aznapuquio, al difundirse en los ambientes públicos de la capital, generó descontento entre la población y desconfianza sobre las intenciones de los amotinados. A pesar de estas sensaciones, el nuevo virrey fue recibido por una muchedumbre que lo aclamaba en medio de la posible reacción del pueblo. Al llegar Pezuela a España, fue premiado por el rey con la gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo y el título de conde de Viluma. Falleció en 1830 en Madrid. La Corte aprobó el nombramiento de De la Serna y no tomaron ninguna medida disciplinaria contra los amotinados de Aznapuquio.
El Reglamento Provisional fue promulgado el 12 de febrero de 1821. San Martín, desde su cuartel general, en Huaura, estableció las bases de una organización política, militar, económica y judicial para mantener el orden en las regiones liberadas y enfrentar la guerra. Se buscaba que los territorios independientes estuviesen organizados para recaudar fondos para el Ejército Libertador. Se estableció que la sede administrativa y judicial fuera Trujillo y se dividiese el territorio en cuatro departamentos: Trujillo (Cercado de Trujillo, Lambayeque, Piura, Cajamarca, Huamachuco, Pataz y Chachapoyas), Tarma (Tarma, Jauja, Huancayo y Pasco), Huaylas (Huaylas, Cajatambo, Conchucos, Humalíes y Huánuco) y la Costa (Santa, Chancay y Canta). Cada departamento tenía un presidente; en los partidos, un gobernador; y en los pueblos, un teniente gobernador.
Las atribuciones de estas autoridades son militares (proponer la creación de nuevos cuerpos de milicias, arreglar su economía y hacer las propuestas de oficiales a la capitanía general), de justicia (causas civiles y criminales) y económicas. Cada departamento contaba con un agente fiscal con quien se tratara temas relativos al erario público y promover “el aumento y conservación de la riqueza pública”. El derecho del patronato es reasumido por la capitanía general y el de vicepatronato por los presidentes de los departamentos. La jurisdicción eclesiástica no cambiaba en cuanto a su administración y se hallaba sujeta al derecho común canónico.
En lo relativo a la justica, se estableció la Cámara de Apelaciones en el departamento de Trujillo, compuesta por un presidente, dos vocales y un fiscal, que en los actos oficiales tenían el tratamiento de “excelencia”. Sus atribuciones eran conocer las causas y casos que antes conocían las audiencias, salvo las de mayor cuantía (más de quince mil pesos), que se reservaba a los tribunales que estableciese el gobierno central. Respecto a qué legislación seguir, se indicaba que toda aquella que no esté en oposición “con los principios de libertad é independencia proclamados, con los decretos expedidos desde el 8 de Setiembre anterior, y con lo establecido en el presente, quedan en su fuerza y vigor, mientras no sean derogados, ó abrogados por autoridad competente”. Además, se estableció que, mientras dure la guerra, “todas las causas de infidencia, traición, espionaje, o atentando contra el orden autoridades constituidas, serán privativamente del conocimiento de la Capitanía General, á cuya disposición deberán remitirse los reos, con las correspondientes sumarias formadas por el juez del distrito para su decisión, conforme a las leyes”.
El 12 de abril, una división, al mando de Álvarez de Arenales, salió de Huaura hacia Pasco, iniciando la segunda campaña en la sierra central. Fue necesario controlar la región dominada por los realistas, pero también para sacar a las tropas del cuartel de Huaura donde caían víctimas de enfermedades como el paludismo. La fuerza se hallaba conformada por el batallón 1, el de los Andes, el Numancia, el Regimiento de Granaderos a Caballos y treintaidós artilleros con cuatro piezas de artillería de montaña. Eran aproximadamente dos mil doscientos hombres. A ellos se unieron las tropas comandadas por Agustín Gamarra, así como guerrillas de montoneros, lideradas entre otros por Ignacio Quispe Ninavilca, con lo cual llegaban a aproximadamente tres mil hombres. En la primera parte de esta campaña, Álvarez de Arenales se dirigió a Cerro de Pasco para enfrentar al general Carratalá, quien contaba con setecientos soldados. No obstante, el conocimiento del realista de la región, unido a los errores patriotas, llevó a que siempre se encontrara delante de ellos, arribando a Huancayo. Cuando se preparaban para cortarle el paso a Huancavelica, llegó un parlamentario con una bandera blanca, comunicándole del armisticio de Punchauca. Este hecho benefició a Carratalá que pudo proteger a sus tropas y llevarlas a Huamanga. Álvarez de Arenales esperó en Jauja que el armisticio terminase.
En la segunda parte de la campaña, los patriotas procedieron a retirarse hacia Lima. En este contexto, los realistas habían reunido más fuerzas: Canterac llegaba con cuatro mil hombres para unirse a Carratalá. Al mismo tiempo, De la Serna salía de Lima rumbo a la sierra. Álvarez de Arenales estaba a punto de enfrentar a Canterac en Izcuchaca, pero recibió una carta de San Martín en la que le indicaba que no atacase si no estaba seguro de ganar y poder replegarse a Tarma o Lima en caso de un contraataque. Álvarez de Arenales no atacó para suerte de Canterac porque este había perdido la mitad de su tropa cuando llegó a Chongos el 12 de julio. Álvarez de Arenales, informado que las fuerzas del virrey se encontraban en Yauli, se propuso encontrarlo, pero sin éxito, debido a que el virrey había cambiado de rumbo por el ataque de las guerrillas indígenas de Ninavilca.
Álvarez de Arenales llegó a Lima el 4 de agosto; había perdido más de mil hombres en la campaña, entre muertos y desertores. Fue un fracaso dado que permitió a las fuerzas realistas reunirse en la sierra. Al establecer su gobierno en el Cusco, De la Serna contó con mejores condiciones para defender la causa realista, pudiendo montar algunas operaciones para amenazar al gobierno peruano.
El nuevo gobierno constitucional en la península se planteó como una nueva política para pacificar América y mantener la integridad de la monarquía: enviar comisionados a Río de la Plata, a la Gran Colombia y al Perú para negociar con los independentistas, enterarse de sus reclamos y proponer acuerdos. Al Perú se envió a Manuel Abreu, quien desembarcó en Paita para llegar a Huaura el 25 de marzo, con el objetivo de entrevistarse con San Martín. Le quedó claro que el Libertador no iba a aceptar la Constitución gaditana y que lo primero para negociar era reconocer la Independencia del Perú. Abreu continuó su viaje a Lima, donde llegó el 1 de abril. La visita previa de Abreu a San Martín causó malestar en el virrey De la Serna; esperaba que el comisionado se dirigiese primero a él y después al rebelde. Se formó una junta compuesta por el general Canterac, el capitán José Ignacio Colmenares, y los mariscales de campo Manuel del Llano y José de La Mar. El 10 de abril, Abreu le escribió a San Martín, solicitándole iniciar las negociaciones. Este contestó el documento seis días después, acordándose que la reunión se concertaría en la hacienda Punchauca. Ambas partes nombraron delegados, reuniéndose en el mencionado lugar a partir del 4 de mayo, acordándose un armisticio por veinte días.
El 2 de junio, San Martín y De la Serna se reunieron en Punchauca. San Martín esbozó una propuesta para que el Perú se convirtiera en una monarquía constitucional con un príncipe español como rey. La respuesta de los realistas fue de que el gobierno español estaba de acuerdo ello se suspendería la guerra. Abreu mencionó, además, que otro plan de San Martín, para llevar a cabo una transición pacífica, era conformar una regencia, cuyos miembros serían tres vocales: De la Serna (presidente); otro nombrado por este; y otro, por San Martín. Se procedería a unir los ejércitos, declarar la independencia y San Martín partiría a España a pedir que la Corte nombrase un príncipe como rey del nuevo país. La respuesta de los realistas fue que no podían atribuirse la soberanía nacional ni hacer tratados semejantes. La contrapropuesta de De la Serna fue dividir en dos el territorio del virreinato, a partir del río Chancay (Lima): en el norte, un gobierno independiente, y en el sur, un gobierno constitucional leal a la Corona gobernado por una junta en la que San Martín podría nombrar miembros. Mientras tanto, De la Serna viajaba a la península para consultar a las Cortes. Las conversaciones continuaron y se prolongó el armisticio hasta el 30 de junio. Llegada la fecha, no se llegó a ningún acuerdo. Las conferencias habían servido más para ganar tiempo y movilizar a los ejércitos de ambos bandos. De la Serna optó por abandonar Lima el 6 de julio, dirigiéndose al Cusco. La audiencia de aquella ciudad lo invitó a establecer ahí la capital del virreinato.
El retiro del virrey y su ejército de Lima causó pavor en la población, debido a la presencia de guerrillas y bandas de criminales en los alrededores. Sin una fuerza armada para evitar desórdenes, las autoridades limeñas acordaron con San Martín su ingreso y el de su ejército en Lima. El 10 de julio, San Martín desembarcó en Chorrillos y entró en Lima en la noche, tratando de pasar inadvertido, pero fue reconocido y recibido como un salvador, un héroe. Ante tal situación, el Libertador dio una proclama:
Habitantes de esta Capital: Ya habéis visto al intruso La Serna, que en unión de los jefes militares atrevidos y desenvueltos ha marchado dejando a todos en confusión y abandono, después de haber saqueado las propiedades de personas honradas y de atentar sacrílegamente contra los mismos templos. Olvidemos compatriotas a esos criminales, pues ya veis a la deseada patria venir presurosa a daros la libertad. Ella va a ser el centro de vuestros encantos, delicias y seguridad. Uníos a ella con recios nudos de alianza. Es concluida amabilísimo pueblo para siempre la rivalidad. Dad ejemplo de vuestras virtudes a las naciones todas, y condénsense los aires de vivas y noticias, de que estrechados los pueblos (oprimidos grande tiempo) con el ejército libertador van a ser felices sempiternamente. El Gral. San Martín espera que a vuestros contentos se una el mejor orden: mas si contra sus esperanzas alguno osase infringirlo, prepara la rectitud para escarmentar severamente a quien perturbe el sosiego
San Martín se dirigió al cabildo el 12 de julio para que se estableciera una consulta al pueblo para declarar la independencia. Convocados por el cabildo, el 15 de julio los principales vecinos de Lima aprobaron el Acta de Independencia redactada por Manuel Pérez de Tudela. Aquel día, trescientos vecinos habían firmado el Acta de Independencia, cantidad a la que se añadieron más vecinos, dado que el acta estuvo disponible para la firma hasta el 4 de agosto.
Luego de la decisión tomada por los vecinos notables de Lima y con acuerdo de San Martín, se designó el 28 de julio de 1821 como el día en que se llevase a cabo la jura de la independencia. Entre los preparativos, es importante resaltar la confección del estandarte que reemplazaría al pendón real, el cual había sido diseñado por el protector el 18 de julio. Por otra parte, se estableció que los vecinos iban a mantener iluminadas sus casas desde el 17 hasta el 29 de julio, y se levantaron arcos triunfales en el trayecto de la comitiva. Cuando llegó el día central, las campanas y los vecinos salieron a las calles a presenciar el evento patriótico, portando escarapelas. Se unieron también las corporaciones de la ciudad, como la universidad, los colegios, las órdenes religiosas, los oidores y el cabildo, entre otros.
En la Plaza Mayor, se levantó un tabladillo donde San Martín flameó el nuevo pabellón nacional y pronunció las siguientes palabras:
Desde este momento el Perú es libre e independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.
Bajo el control patriota de la capital peruana, San Martín dio las primeras medidas para establecer un nuevo orden político y social con mayores libertades, y, sobre todo, atender la guerra. Para tal cometido, fue necesario la formación de una institucionalidad estatal. En tal sentido, el 3 de agosto, San Martín suscribió el decreto que lo nombra protector de la Independencia del Perú; en su persona unía el mando político y militar. Además, creó tres ministerios: Estado y Relaciones Exteriores, a cargo de Juan García del Río; el de Guerra y Marina, a cargo de Bernardo de Monteagudo; y el de Hacienda, a cargo de Hipólito Unanue. Dicho sistema de gobierno, una dictadura, solo tendría vigencia hasta que se estableciera su reemplazo mediante representación nacional. San Martín se mostraba renuente a llamar a un Congreso, dado que podría generar conflictos políticos que, en un contexto de guerra, era perjudicial.
El Protectorado se enfocó en crear una institucionalidad estatal. Entre sus primeras medidas, se decretó la libertad de vientres, se abolió el tributo indígena, se promovió la enseñanza primaria adoptando el sistema lancasteriano, se creó la Biblioteca Nacional, se reglamentó la administración de justicia y se nombró como medio oficial a la Gaceta del Gobierno. Se dictó el primer impuesto protectoral, la contribución patriótica, orientada a saldar los gastos del Ejército Libertador, se dio el Reglamento de Comercio, se suprimieron aduanas terrestres, y se declararon libres de derechos el azogue, los libros, instrumentos científicos y maquinaria, entre otras medidas. José Boqui fue nombrado director de la Casa de la Moneda y se llevó a cabo reformas de carácter monetario. Se creó también un banco de emisión de billetes y papel moneda. Se convocó a un concurso público para elegir la Marcha Nacional, resultando ganadora la composición de José Bernardo Alcedo y José de la Torre Ugarte, que fue interpretada por primera vez el 23 de setiembre por Rosa Merino. Se creó el Reglamento del Juzgado de Secuestros (23 de octubre), para regular el secuestro de bienes de los españoles realistas iniciada desde el bando del 18 de julio, que fue abolido el 24 de diciembre de 1823.
El 8 de octubre, San Martín decretó el Estatuto Provisorio “para el mejor régimen de los departamentos libres, interín se establece la Constitución permanente del Estado”. Compuesto por cuarentaitrés artículos, se centró en definir los alcances políticos del Protectorado y garantizar algunas libertades individuales (imprenta, propiedad, etc.). San Martín asume el “poder directivo del Estado” con funciones similares a los poderes Ejecutivo y Legislativo, sin ninguna atribución en el ámbito judicial porque “su independencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del pueblo”. El protector tuvo un Consejo de Estado compuesto por doce miembros: “los tres Ministros de Estado, el Presidente de la Alta Cámara de Justicia, el General en Jefe del Ejército unido, el jefe del E.M.G. del Perú, el Teniente General Conde de Valle Oselle, el Dean de esta Santa Iglesia, el Mariscal de campo Marqués de Torre-Tagle, el Conde de la Vega y el Conde de Torre-Velarde”.
En la península, Fernando VII convoca a la Santa Alianza para que con su ejército expulse a los liberales del poder y le restituyan su soberanía. El gobierno liberal fracasa en su proyecto de pacificación en América y la independencia se expande rápidamente, quedando solo algunas regiones realistas como Quito y parte del virreinato peruano. No obstante, la primera cae gracias a la fuerza combinada de los ejércitos enviados por los libertadores San Martín y Bolívar. En el Perú, pese a que el Ejército Libertador cuenta con apoyo popular, las fuerzas realistas están lejos de ser derrotadas. Precisamente para resolver esta situación, San Martín y Bolívar se reúnen en Guayaquil.
La independencia de Quito fue el resultado de un proceso que se inició en 1808, como consecuencia de las reformas borbónicas y la crisis de la Corona española, y concluyó en 1822. Este proceso buscaba romper los lazos coloniales entre la Real Audiencia de Quito y el Imperio español, en el que la proclamación de la independencia en Guayaquil, en 1820, marcó el comienzo de la búsqueda de la independencia de Quito, concluyendo con la batalla de Pichincha.
El 9 de octubre de 1820, Guayaquil proclamó su independencia, y convocó un congreso en el que José Joaquín de Olmedo fue elegido como presidente de la nueva República. En tanto quedaba pendiente la liberación de importantes ciudades de la otrora audiencia, como Quito y Cuenca, su primera medida fue formar un ejército que pudiera liberarlas. Ante el fracaso de su campaña militar, Olmedo solicitó ayuda a Bolívar y San Martín. Eran los aliados naturales, dado que ambos estaban acercándose por el norte y sur, respectivamente, a Quito. El avance del ejército de Bolívar había logrado la independencia de Venezuela y la formación de la Gran Colombia. En el sur, San Martín hacía lo propio con el virreinato peruano, sobre todo controlando la parte norte. Para Olmedo esta era una buena situación para lograr una alianza con los libertadores, en tanto no se comprometiese la adhesión territorial de Guayaquil o de Quito a las nuevas Repúblicas. Este punto es importante porque tanto Bolívar como San Martín apelaban a las fronteras naturales de los virreinatos de Nueva Granada y el Perú.
El acuerdo finalmente se concretó y Bolívar envió en enero una expedición al mando de Sucre con mil setecientos hombres, y San Martín, una división del recién creado ejército peruano al mando de Andrés de Santa Cruz con mil seiscientos veintidós hombres. No obstante, en el convenio con Bolívar se estableció que Sucre tenía el mando de todo el ejército y que Quito debía quedar bajo la protección de la Gran Colombia. Ambos ejércitos consiguieron recuperar la ciudad de Cuenca el de 21 febrero. Tras las batallas de Riobamba (21 de abril) y Pichincha (24 de mayo), se derrotó finalmente a los realistas. El 25 de mayo, la capitulación fue firmada ante el ejército de la Gran Colombia. Además, el cabildo de Quito fue obligado a reconocer, en nombre de todo el reino de Quito, la “soberanía” de Colombia. En junio, llegó Bolívar a esta ciudad y, contra los deseos de Olmedo, fue integrada a la Gran Colombia.
En el Perú, la declaración de independencia en Lima no significó mucho en términos militares. José de San Martín controlaba la región del norte y la costa central, mientras que el virrey De la Serna, la sierra central y el sur. Para derrotar a los realistas, debía organizar un plan para cercarlos y vencerlos. Para ello se necesitaba recursos que pronto escasearon. En Lima, Thomas Alexander Cochrane —gran aliado en la Expedición Libertadora— se retiró con su escuadra por problemas de pago de sueldos y discordias políticas con San Martín. Como si eso fuera poco, el favor popular comenzaba a perderse por las ideas monárquicas de San Martín y Bernardo de Monteagudo.
Con ese escenario, San Martín decidió buscar ayuda en Río de la Plata, pero en tanto pasaba por sus propios conflictos internos no había posibilidad de otorgar apoyo. Sin ninguna otra opción, San Martín vio en Bolívar un aliado importante para conseguir los recursos que necesitaba para proseguir con la guerra de la independencia en el Perú, y también, para discutir el destino de Guayaquil, zona estratégica recién independizada.
De acuerdo con Arturo Capdevila, San Martín delegó el poder del país a la élite limeña y expresó: “voy a encontrar en Guayaquil al libertador de Colombia; los intereses generales de ambos Estados, la enérgica terminación de la guerra que sostenemos y la estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América, hacen nuestra entrevista necesaria. El orden de los acontecimientos nos ha constituido en alto grado responsables del éxito de esta sublime empresa”. El 14 de julio, el Libertador salió del Callao y arribó a Guayaquil once días después. El 26, Bolívar lo fue a ver en la goleta Macedonia y le invitó a desembarcar. San Martín fue recibido con honores por los militares y la élite de Guayaquil. El 27, se reunió con Bolívar durante cuatro horas. No quedó registro de los temas tratados en la entrevista, pero es de suponer que era sobre la continuación de la guerra en el Perú. Después de la reunión fue invitado a una fiesta y en la madrugada del 28 se retiró.
Si bien la agenda y conclusiones de la entrevista resulta un misterio, estos se pueden deducir por las acciones y hechos posteriores. San Martín no logró conseguir ninguno de sus objetivos: Guayaquil terminó quedándose en manos de la Gran Colombia, y Bolívar no aceptó la unión de los ejércitos libertadores, ofreciendo solo el envío de unos cuantos hombres de su armada. La renuncia de San Martín al Protectorado en su regreso al Perú dejaba en claro que Bolívar buscaba liderar la campaña libertadora en el Perú.
Declarada la independencia, fue necesario convocar a un cuerpo representativo de todo el territorio peruano que, además de establecer una carta que definiese los derechos y la forma del Estado, debía legislar conforme con los ideales del nuevo sistema político. Este cuerpo daba legitimidad a las acciones del Ejecutivo. No obstante, la convocatoria para conformar este Congreso fue realizada por José de San Martín mediante el decreto del 27 de diciembre de 1821 con solo dos objetivos: “establecer la forma definitiva de gobierno y dar la constitución que mejor convenga al Perú”, con el plazo de instalarse el 1 de mayo de 1822. Una comisión conformada por siete miembros debía elaborar el reglamento de elecciones y los presidentes de departamentos levantar en un plazo de tres meses un censo para conocer la cantidad de ciudadanos con derecho a voto.
El reglamento fue publicado el 26 de abril de 1822, disponiendo que la nueva fecha de instalación del congreso fuese el 28 de julio. La fecha fue cambiada nuevamente al 20 de setiembre debido al viaje de San Martín a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar. El reglamento estableció que el voto era obligatorio, y se distinguió entre sufragio activo y pasivo. Los primeros tenían derecho a votar y ser elegidos, los segundos solo a votar. En general, la diferencia para ser elegidos era la de ser mayor de veinticinco años. Se permitió el voto de los extranjeros casados con peruana. Se estableció que se elegirían setentainueve diputados y treintaiocho suplentes de los departamentos de Lima, La Costa, Huaylas, Tarma, Trujillo, Maynas y Quijos. Además del Cusco, Arequipa, Huamanga, Huancavelica, Puno, que, si bien estaban bajo control realista, sus representantes se elegirían de los vecinos de esos pueblos que radicaran en Lima. Las elecciones se realizaron entre julio y agosto en los territorios mencionados, salvo Maynas y Quijos por reclamaciones del plenipotenciario colombiano que aducía que ese territorio era parte de la Gran Colombia.
Instalada la Asamblea Legislativa, tuvo su primera sesión pública el 22 de setiembre de 1822. Muchas de las mejores figuras de la época del ámbito religioso, académico y social se sentaron en los escaños legislativos. En esta Asamblea Legislativa, muchos de elegidos eran abogados, prosiguiendo los eclesiásticos, médicos y vecinos propietarios. No todos eran peruanos de nacimiento. Había también diputados de la Gran Colombia, Argentina, Alto Perú y Chile. El primer presidente del congreso fue Francisco Javier Luna Pizarro, y los primeros secretarios, José Faustino Sánchez Carrión y Francisco Javier Mariátegui. La Asamblea Legislativa sesionaba en la capilla de la Universidad de San Marcos y una de sus primeras funciones fue el admitir la dimisión de San Martín al cargo de protector del Perú, no sin antes agradecerle por los servicios prestados a la nación. Ante esta situación, el Legislativo ocupó el Ejecutivo por medio de la Junta Gubernativa conformada por José de La Mar, Manuel Salazar y Baquíjano, y Felipe Antonio Alvarado. El Congreso cumplió funciones desde setiembre de 1822 hasta el 1 de setiembre de 1823, debido a que la llegada de Bolívar significó su desplazo al tomar el mando de la nación para concluir con la guerra independentista.
Conoce más sobre los inicios de nuestro Poder Legislativo en la Cátedra Bicentenario “La instalación del Congreso de la República”:
El decreto protectoral del 13 de octubre de 1821, referida a la imprenta, fue la primera norma republicana que garantizó la libertad de imprenta. Desde la llegada del Ejército Libertador, en 1820, se consideró de suma importancia la difusión de impresos y publicaciones periódicas como parte de la lucha política y la formación de la opinión pública. Con la declaración de la independencia, las publicaciones se expandieron considerablemente. Solo en 1822 se publicaron más veinte periódicos, aunque la mayoría de manera esporádica. Todos ellos tuvieron un corte político y doctrinario, los de 1822 le dedicaron especial interés a la forma de gobierno que el Perú debía adoptar. Veamos, a modo de ejemplo, dos publicaciones.
El Sol del Perú fue una publicación semanal impresa por la Imprenta del Estado. Circuló entre el 14 de marzo y el 27 de junio de 1822. Fue el órgano de la Sociedad Patriótica, y publicó información relativa a sus actividades y los discursos que se daban en ella. El tema político central fue su defensa de la forma de gobierno monárquica.
La Abeja Republicana fue un bisemario —aunque luego se apareció semanalmente— que se publicó en Lima en pleno debate sobre la Constitución entre agosto de 1822 y junio de 1823. Impreso en la imprenta de José Masías y del Río. Su editor y, al mismo tiempo, redactor y administrador, fue Mariano Tramarria. Entre sus colaboradores más activos, pertenecientes a la élite letrada de la época, estuvieron José Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui y Manuel Bartolomé Ferreyros, quienes solían firmar sus artículos con seudónimos. Al ser una publicación periódica, con un ideario liberal republicano, sus páginas defendieron el establecimiento de un sistema político republicano en el Perú, en oposición al monarquismo constitucional de José de San Martín y su ministro Bernardo de Monteagudo, y al conservadurismo de la aristocracia colonial. Se buscaba sentar las bases para establecer la República por medio de corrientes de opinión favorables a este tipo de organización del Estado. Precisamente son importantes las cartas que publicó Sánchez Carrión bajo el seudónimo El Solitario de Sayán.
El objetivo principal de La Abeja Republicana fue democratizar la discusión respecto al sistema político que beneficiaría a la reciente nación. Por ello, al buscar que el debate saliese de la esfera privada a la pública, se redactó con un lenguaje didáctico y sencillo, en un formato pequeño y letras grandes, para que fuera entendible por toda la población. El legado más valioso que nos dejó es un registro del vocabulario político ilustrado de esos tiempos, en el que los conceptos de libertad, igualdad, nación, ciudadanía, no solo eran empleados por los letrados, sino que también por personas del sector popular.
Cuando José de San Martín declaró la Independencia del Perú e instaló el Protectorado, tuvo como mano derecha en las tareas de gobierno al tucumano Bernardo de Monteagudo. Se menciona que ante las dolencias de San Martín, que lo alejaban del despacho protectoral, Monteagudo era quien llevaba las riendas del gobierno. Era un personaje influyente y poderoso. Primero se desempeñó como ministro de Guerra y Marina, y en 1822, como ministro de Guerra, Gobierno y Relaciones Exteriores. En este contexto, el supremo delegado Torre Tagle era una figura menor. San Martín y Monteagudo compartían la idea de que al Perú debía corresponderle una monarquía constitucional por ser un país que, al no estar completamente independizado —refiriéndose a la resistencia realista en la zona sur—, se encontraba en constante anarquía y guerras civiles. Pero también porque la experiencia en Río de la Plata había mostrado que el régimen republicano había acrecentado las luchas políticas. De hecho, Monteagudo había propiciado la formación de la Sociedad Patriótica para difundir la idea de que la monarquía era la mejor opción política.
Monteagudo pronto se hizo impopular en Lima por diversas medidas que afectaban a los españoles avecindados en la ciudad. Desconfiaba de ellos y los hizo vigilar. Además, llevó a cabo confiscaciones de bienes, como las que sufrieron los realistas que se refugiaron en los castillos del Callao. Sin mediar juicios y con solo la denuncia de sus espías, los españoles eran detenidos, y su suerte iba desde el destierro o la cárcel hasta el fusilamiento. Monteagudo había declarado en cierta ocasión que en poco tiempo esperaba “desterrar del Perú a todos los tiranos y pillos españoles”. De acuerdo con su testimonio, cuando ingresó en Lima con San Martín había en la ciudad unos diez mil españoles; cuando se fue solo quedaban quinientos.
A la denuncia de estas medidas arbitrarias se agregó el hecho de que los criollos se sintieron desplazados de los puestos de gobierno. Salvo Unanue, el resto de ministros no eran peruanos. La campaña monarquista de Monteagudo también generó rechazo, más aun al saberse que se estaba buscando en Europa a un príncipe que asumiese el gobierno del Perú. Aunque también círculo el rumor de que San Martín quería hacerse rey, como Agustín Iturbide en México.
Cuando San Martín partió a Guayaquil, dejó en el gobierno a Monteagudo y a Torre Tagle. Esta fue la oportunidad perfecta para promover la destitución de Monteagudo. El 25 de julio de 1822, se produjo una manifestación en la capital, liderada por José de la Riva-Agüero, prefecto de Lima, y Mariano Tramarria. En la Plaza de Armas, una multitud pedía a Torre Tagle la expulsión de Monteagudo. Se distribuyeron panfletos por las calles, y se le acusó de ser un déspota de “costumbres libertinas” y de buscar el aplazamiento de las elecciones del Congreso para influir en su conformación. Para sustentar estas acusaciones, se publicó el folleto Lima Justificada, en el que se denuncia a Monteagudo de “cruel, pérfido, ambicioso, inmoral e irreligioso, inicuo, intrigante, astuto, insolente, opresor atrevido y díscolo”. A Monteagudo no lo quedó nada más que dimitir. El 30 de julio fue conducido preso al Callao para ser deportado a Panamá, donde llegó el 22 de agosto.
El 22 de setiembre, San Martín se embarca en el bergantín Belgrano rumbo a Valparaíso. Dos días antes, en la instalación del Congreso, había presentado su renuncia irrevocable a su cargo de protector. La noticia no cayó bien entre sus partidarios y en la población. Tomás Guido, en carta a su esposa, le escribió que “este hombre [San Martín] contra el dictamen de todos sus amigos, ha desertado de la causa pública y ha dejado expuesto a este país a perderse absolutamente […] como un fiel amigo que lo soy suyo no puedo ser indiferente a su falta”. La Abeja Republicana publicó en su edición del 11 de enero de 1823 que San Martín se “marchó para no volver más, dejándonos envueltos en una completa anarquía por las reliquias que por lo regular le queda al que mando, principalmente en un ejército cuya moral estaba casi perdida del todo”.
¿Qué le había llevado a tomar esta decisión? Después de la entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar y su regreso a Lima, San Martín vio que la situación de la capital estaba muy distinta a cómo la había dejado. Antes de partir, dejó encargado el mando del país a Torre Tagle, con el título de supremo delegado, pero también había quedado la figura de Bernardo de Monteagudo, pero este no contaba con masivo apoyo popular debido a sus planes e ideales monárquicos para el Perú. De esta forma, varios vecinos de la élite capitalina cesaron a Monteagudo de sus funciones y lo exiliaron. Lo cierto es que su figura tampoco escapó a las críticas, sobre todo con la presencia de publicaciones de tendencias republicanas que criticaban su monarquismo y lo tildaban de tirano.
Sin oportunidades ni ánimos para continuar con la empresa libertadora en la zona del sur, debido a que no logró conseguir una alianza con Bolívar, a su regreso de Guayaquil dispuso todo para que se instalase el nuevo Congreso y presentó su renuncia al cargo de protector. Se le aceptó su dimisión no sin antes colmarlo de honores, distinciones y recompensas por sus servicios ofrecidos en honor a la República peruana, nombrándolo Fundador de la Libertad del Perú y Generalísimo de las Armas. Al renunciar, San Martín invocó las siguientes palabras:
La presencia de un militar afortunado, por mas desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano. Sin embargo, estaré pronto a hacer el ultimo sacrificio por la libertad del país, pero en clase de siempre particular y no más. En cuanto a mi conducta pública mis compatriotas, como en lo general de las cosas, dividirán sus opiniones: los hijos de estos darán el verdadero fallo. Peruanos: os dejo establecida la representación nacional; si depositáis en ella una entera confianza, cantad el triunfo, si no la anarquía os va a devorar. Que el acierto presida en vuestros destinos; y que estos os colmen de felicidad y paz.
Antes de sentar las bases e ideales políticos de la primigenia Constitución del Perú, el Congreso se enfrascó en un debate acerca del modelo político que debía regir el país, si era republicano o monárquico. Tras varios intercambios de ideas entre la élite intelectual limeña, se instaló el modelo republicano. Este hecho quedó claro cuando se establecieron las bases políticas de la Constitución que fueron presentadas el 16 de diciembre de 1822. Conformada por veinticuatro artículos, se puede identificar tres secciones: la definición de la nación, los derechos individuales y la separación de poderes.
La nación se define como la reunión de todas las provincias del Perú, la cual se denominaba República peruana. Su soberanía reside esencialmente en la nación, entendida en toda población. Su religión es la católica con exclusión del ejercicio de otra. Esta es independiente de la monarquía española y de cualquier dominación extranjera, y no puede ser patrimonio de ninguna persona o familia. Su gobierno es popular representativo, y por medio de sus representantes, elegidos por la población, debe establecer su Constitución.
La Constitución debe proteger la libertad de los ciudadanos, la libertad de imprenta, la seguridad personal y del domicilio, la inviolabilidad de la propiedad, el reparto de las contribuciones en proporción a las facultades de cada uno, el derecho de presentar peticiones al Congreso o al gobierno, la igualdad ante la ley para el premio o el castigo, la instrucción como necesidad para todos, y la abolición de toda confiscación de bienes, de todas las penas crueles, de la infamia trascendental, de todos los empleos y privilegios hereditarios, y del comercio de esclavos.
El principio más importante para el establecimiento y conservación de todos esos derechos individuales y la mejor organización de la nueva nación fue la división de las tres principales funciones del poder nacional: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Estos poderes debían ser independientes entre sí, y cada uno cumpliendo sus funciones orgánicas en armonía. El Legislativo se encargaba de establecer las leyes y estaba conformado por dos cámaras: de diputados y senadores. El Ejecutivo no puede ser vitalicio y junto con sus ministros son responsables de las decisiones que se tomen. El Judicial es independiente de los otros poderes, y por lo mismo los jueces son vitalicios e inamovibles.
Finalmente, estas bases establecen la importancia de proveer a la sociedad de establecimientos de instrucción pública y de beneficencia. Asimismo, sirve para “mantener la unión de los ciudadanos, avivar el amor a la Patria, y en memoria de los más célebres sucesos de nuestra emancipación del dominio español, se establecerán fiestas nacionales en los días y modos que designe el Congreso”.
Miércoles 18 de junio de 1823. A menos de dos años de proclamada la Independencia del Perú en Lima, las tropas realistas comandadas por Canterac entran y toman la capital. No se quedaron mucho tiempo, pero consiguen desestabilizar el gobierno de José de la Riva-Agüero e intensificar sus pugnas con el Congreso. De hecho, tuvieron que salir de Lima y embarcarse con dirección a Trujillo. El fracaso de cada una de las dos campañas militares a puertos intermedios contra las fuerzas realistas del sur había generado graves conflictos políticos que terminaron con la caída del Poder Ejecutivo. Primero fue la Junta Gubernativa, cuando se amotinaron jefes militares que exigían al Congreso su destitución y la elección de Riva-Agüero como presidente del Perú. Al poco tiempo este también fue destituido y enviado al exilio.
Este contexto político preparó la llegada de Bolívar, a quien se le dio amplios poderes políticos para gobernar y terminar la guerra con los realistas. No obstante, entre fines de 1823 y 1824, no hubo señales positivas para los patriotas: Bolívar estaba enfermo, faltaban recursos para el ejército, se sublevaron tropas en el Callao que se pasaron al bando realista y Canterac había tomado Lima. Pero la situación cambió pronto. Bolívar, con los recursos del norte peruano, pudo organizar su ejército y llegó ayuda militar de Colombia. Pero más importante fue la noticia de los problemas internos del bando realista tras la rebelión de Olañeta en el Alto Perú. El choque militar era inevitable. Las tropas patriotas y realistas finalmente se encuentran en el sur, y los primeros se imponen en las batallas de Junín y Ayacucho, que sellan la derrota definitiva de los realistas. El virreinato peruano había llegado a su fin.
Entre 1825 y 1826, Bolívar estaba en la cúspide de su popularidad. Sin la guerra como prioridad —los pocos focos realistas que quedaban no eran un peligro—, Bolívar se dedicó a gobernar, además de premiar a los pueblos e individuos que habían hecho un aporte especial para la victoria patriota. Aprovechando la renovación de sus poderes dictatoriales, Bolívar dio los primeros pasos para llevar a cabo su proyecto político de una gran federación de los países de la América hispana para enfrentar el peligro militar que suponía la Santa Alianza si apoyaba las pretensiones de España para recuperar sus antiguas posesiones. El proyecto no alcanzó el interés de todos los países de la región, dado que cada uno estaba enfrascado en sus propias pugnas internas. De alcance menor, concibe la Federación de los Andes: la unión de la Gran Colombia, Perú y Bolivia bajo su presidencia. Precisamente la Constitución Vitalicia era la que articularía a estas tres naciones. Pero el proyecto solo se sostenía con la presencia de Bolívar, así que, cuando tuvo que regresar a Colombia, en el Perú rápidamente se anuló todo su proyecto. A partir de entonces, las élites políticas peruanas definirían el camino por seguir de la joven república peruana.
Línea de tiempo
La península es invadida por el ejército francés enviado por la Santa Alianza a solicitud de Fernando VII. Los llamados Cien Mil Hijos de San Luis restituyen al rey, quien anula la Constitución de Cádiz y restablece la monarquía absolutista. La política hacia América es el no reconocimiento de negociación alguna. En el Perú, el gobierno patriota entra en crisis ante los fracasos militares y se solicita la presencia de Bolívar. James Monroe, presidente de Estados Unidos, en un mensaje al Congreso, indica que la intervención de la Santa Alianza en América hispana en contra de su independencia obligaría a su país a intervenir militarmente.
San Martín había diseñado el plan de puertos intermedios para derrotar definitivamente a los realistas. El objetivo era atacarlos en simultáneo por tres frentes para dividir sus fuerzas. En el primer frente, un ejército que saliera del Callao debía atacar los puertos intermedios entre Arequipa y Tarapacá. En el segundo frente, otro ejército, desde Lima, atacaría las fuerzas realistas del centro para evitar que auxilien a las del sur. En el tercer frente, un ejército desde Río de la Plata atacaría a los españoles por el Alto Perú. El plan no podía ejecutarse a cabalidad dado que no había posibilidad de que el tercer frente se organizara. Con todo, San Martín no tuvo tiempo de implementarlo. Fue la Junta Gubernativa, nombrada por el Congreso, la que financió y organizó el plan que debía funcionar con los dos primeros frentes. El general Rudecindo Alvarado fue puesto al mando de la expedición que se hallaba compuesta por tropas de Río de la Plata, Chile y Perú, con un total de cinco mil ochocientos cincuenta hombres y seis embarcaciones. De la tropa, dos mil eran peruanos. Una vez organizada, la expedición zarpó del Callao en tres agrupamientos el 10, 15 y 17 de octubre de 1822. El primer convoy se dirigió al sur (Iquique) y los dos restantes desembarcaron en Arica. Mientras tanto, en Lima, el general Juan Antonio Álvarez de Arenales dirigía su ejército a la sierra central.
El 1 de enero de 1823, en Tacna, ante el avance patriota, el general realista Gerónimo Valdés abandonó la ciudad para dirigirse a Moquegua. Alvarado tomó Tacna, e informado de que los realistas contaban con menos hombres que él, decidió seguirlo. Mientras tanto, Valdés se encontraba en Torata listo para atacar. El 19 de enero, la batalla empezó a las diez de la mañana y se prolongó hasta bien entrada la tarde. Alvarado fue sorprendido por los refuerzos que había recibido Valdés desde Puno. Las tropas de Canterac, quien estaba en la sierra central, se habían trasladado al sur para ayudar a Valdés. Los patriotas fueron derrotados, replegándose hacia Moquegua, y los realistas siguieron sus pasos. El 21 de enero, Alvarado decidió enfrentarlos y fue nuevamente derrotado. Lo que quedó del ejército patriota, que tuvo seiscientas bajas, se retiró a Ilo.
Un hecho que explica esta derrota es que el frente patriota de la sierra central, dirigido por Álvarez de Arenales, no pudo ejecutar su plan de enfrentar a las fuerzas de Canterac. La falta de decisión política de la Junta Gubernativa para que el ejército tomase recursos de la región y su empecinamiento de que debían esperar a las fuerzas colombianas del general Juan Paz del Castillo que estaban en Lima. El problema fue que Del Castillo no podía servir bajo el mando de un español —Álvarez de Arenales— y refirió solo lo haría bajo un peruano. Al final, Del Castillo se retiró del Perú rumbo a Guayaquil. Álvarez de Arenales y su ejército tuvieron que volver a Lima.
El fracaso de la primera expedición a intermedios significó la desintegración de su ejército. De hecho, los soldados chilenos regresaron a su país y había descontento por la falta de pagos. Las culpas recayeron en la Junta Gubernativa. El 26 de febrero de 1823, los altos mandos del ejército, en una solicitud al Congreso, se manifestaron en contra de la Junta Gubernativa por su “lentitud e irresolución” y pedían tanto su disolución como la designación de un nuevo jefe supremo capaz de dirigir la guerra. Pero en esta designación, aclaraban, debía el Congreso separarse el Poder Ejecutivo. Los militares tenían en mente una persona que podía asumir tal cargo: el coronel José de la Riva-Agüero, quien entonces ejercía el cargo de prefecto de Lima.
A media legua de Lima, en la hacienda Balconcillo, Andrés de Santa Cruz, Agustín Gamarra, Juan Bautista Eléspuru y Ramón Herrera, entre otros, estaban reunidos con sus tropas. El Congreso lo consideró una amenaza. En reunión del 26 de febrero, en el Congreso no se tomó ninguna decisión. Al día siguiente los generales enviaron otra comunicación, insistiendo en su solicitud. Además, se arrestó en su domicilio al presidente de la Junta Gubernativa, José de La Mar. La Junta Gubernativa cesó y el Congreso nombró a Torre Tagle encargado del poder supremo. El 28 de febrero, Santa Cruz se hizo presente en el Congreso, indicando que de no aceptar sus demandas todos los generales iban a renunciar. Al Congreso, que no tenía apoyo popular, no le quedó otra opción que aceptar las exigencias de los militares, aunque hubo señales de protesta de varios diputados. El mismo día, el Congreso le dio el título de presidente de la República y el tratamiento de “Excelencia” a José de la Riva-Agüero. Así fue el nombramiento del primer presidente del Perú.
El 4 de marzo, el Congreso le dio a Riva-Agüero el grado de gran mariscal de los ejércitos de la República, aunque nunca había dirigido tropas regulares ni mucho menos había participado en acciones armadas. No obstante, en poco tiempo demostró capacidad de organización para enfrentar la guerra. Entre sus primeras medidas están:
- La derogación del decreto de la Junta Gubernativa sobre sorteo de esclavos para enrolarlos al ejército.
- La organización de un colegio militar y una academia naval para dictar instrucción a los oficiales del ejército y la marina.
- La concertación con Bolívar para que arribe un contingente militar colombiano.
- La concertación con el gobierno chileno para que este envíe refuerzos militares como los colombianos.
- Un empréstito con Inglaterra de doscientas mil libras esterlinas.
- El entrenamiento de las milicias y el reclutamiento general entre las montoneras de la sierra para el ejército de línea.
- El mejoramiento de las defensas del Callao.
- La designación del general Juan Ramírez como jefe del antiguo ejército expedicionario, y del general Santa Cruz, como comandante en jefe del ejército peruano.
Todas estas acciones le permitieron a Riva-Agüero disponer de un ejército listo para enfrentar a los realistas.
Sucre llegó a Lima el 11 de mayo de 1823 como jefe militar de la división auxiliar de Colombia compuesta de seis mil soldados. Esta fue la respuesta de Bolívar al pedido de ayuda militar que le hiciera Riva-Agüero. Sucre también tenía el cargo de ministro plenipotenciario con la evidente misión de facilitar la llegada de Bolívar al Perú. Asimismo, mantuvo informado a Bolívar del ambiento político peruano. Por ejemplo, en una carta con fecha del 15 de mayo, es decir, apenas llegado a Lima, resumía la situación política así:
El ejército no tiene jefes: el país está tan dividido en partidos como están las tropas de los diferentes Estados que las forman; el Congreso y el Ejecutivo están discordes y esto no puede tener buen resultado; no hay subsistencias para la tropa y las pocas que se adquieren se invierten mal… en fin, mil males asoman para presagiar que todo se desbarata y en un desmoronamiento la división de Colombia será parte de las ruinas
Sucre hizo con rápidamente campaña en Lima para fortalecer la idea de que era necesaria la presencia de Bolívar en el Perú para dirigir la guerra. En tal sentido, estableció conversaciones con las élites políticas peruanas, fuera y dentro del Congreso, además de escribir en la prensa. Buscaba ganar a la opinión pública para que el reticente Congreso cediese y aprobara un decreto solicitando la venida de Bolívar. Si bien Riva-Agüero envió una invitación a Bolívar, el Congreso de Colombia no le había dado licencia porque debía tener la aprobación del Congreso peruano. Las gestiones de Sucre tuvieron efecto. El Congreso peruano, en sesiones secretas, entre el 5 y el 14 de agosto, aprobó una “solemne acción de gracias” a Bolívar y que se informe a su par colombiano que “los votos del Perú son uniformes y los más ardientes porque tenga el más pronto efecto aquella invitación”.
Para entonces las tropas de la segunda campaña de intermedios habían partido. Sucre manifestó su gratitud ante Congreso e indicó que la división colombiana que lo acompañaba ofrecía sus armas “a la Representación nacional por garantía de su libertad”. En dicho contexto, Riva-Agüero y el Congreso se encontraban en constantes conflictos, pero se hizo una tregua ante el avance de las fuerzas realistas de Canterac sobre Lima. Ante este hecho, el ejército y los poderes públicos evacuaron Lima para instalarse en el Callao el 17 de junio. Se consideró que este era un buen lugar de defensa. El Congreso le otorgó a Sucre el mando del ejército unido y se solicitó de nuevo la venida de Bolívar. Sucre aceptó la propuesta el 21 de junio, con la condición de que el Congreso, que se había trasladado a Trujillo, ratificara su autoridad en esa ciudad del norte peruano.
Riva-Agüero, apenas asumió la presidencia, se dedicó a organizar un ejército que llevase a cabo una segunda campaña a puertos intermedios. Gracias al préstamo británico se pudo preparar a cinco mil soldados. Se realizó un reclutamiento en el que incorporó a los montoneros como tropas regulares. La expedición fue colocada bajo el mando del general Andrés de Santa Cruz, teniendo como jefe del estado mayor al general Agustín Gamarra y como jefe de escuadra al contralmirante Jorge Martín Guise. La estrategia militar era similar a la de la primera: Santa Cruz y Gamarra atacarían el sur desde la costa hacia el altiplano, mientras Sucre y su ejército combatirían en la sierra central. Además, podían contar con el apoyo Álvarez de Arenales, quien estaba en Salta. La expedición salió del Callao entre el 14 y el 25 de mayo de 1823.
El 7 de junio, Guise asaltó y capturó Arica. Desde ahí Santa Cruz se dirigió a Moquegua, y Gamarra, a Tacna. Ambos ejércitos se dirigieron al Alto Perú. Hacia el 8 de agosto, Santa Cruz ocupó La Paz y, al día siguiente, Gamarra hizo lo mismo en Oruro. Además, se envió un contingente a Arequipa, donde se contaba con la llegada de Sucre. Como menciona Natalia Sobrevilla, la relativa facilidad del avance de los patriotas de debió a que las tropas de Canterac se hallaban en Lima y no podían brindar apoyo a los realistas en el sur. Para agosto, la expedición había conseguido sus objetivos y su ejército contaba con siete mil soldados. Pero esa situación cambió pronto.
Valdés avanzó sobre Puno para enfrentar a Santa Cruz. El 25 de agosto, en Zepita, ambos ejércitos se enfrentaron. Esta fue una batalla que no tuvo un ganador indiscutible porque, aunque Santa Cruz logró ventaja sobre los realistas, permitió su retirada. No contaba con los refuerzos que enviaron el virrey De la Serna y el general Olañeta. Santa Cruz, en tanto no podía esperar la ayuda de Sucre o Álvarez de Arenales, se vio obligado a retirarse. Esto se conoció como la campaña del talón porque los realistas les “pisaron los talones” a los patriotas en su retirada, ocasionándoles grandes bajas y deserciones. Cuando Santa Cruz llegó al puerto de Ilo, sus fuerzas consistían en ochocientos infantes y trecientos jinetes, de los siete mil que había tenido. Así terminó la campaña de intermedios.
Con la partida del ejército peruano al sur, dentro de lo que fue la segunda campaña a puertos intermedios, Lima se quedó básicamente protegida con los cuatro mil soldados que conformaban las tropas auxiliares colombianas al mando de Sucre llegadas en mayo. A mediados de junio de 1823, Riva-Agüero recibió la noticia de que Canterac había cruzado la cordillera, dirigiéndose a la capital, con tropas que superaban en cantidad a las patriotas en Lima. Este hecho llevó a una tregua entre el Congreso y Riva-Agüero, que desde el motín de Balconcillo se encontraban en conflicto. Como la defensa de la capital era imposible, los poderes del Estado se trasladaron al Callao el 17 de junio. El 18 de junio, los españoles entraron en Lima, y fueron recibidos de forma afectuosa por las clases altas, mientras que el pueblo actuó de forma indiferente o decidió salir de la ciudad y adherirse a las montoneras.
Mientras tanto, en el Callao, en las sesiones del Congreso, regresó la aversión contra el presidente. El 19 de junio, se decidió trasladar de forma provisional el Ejecutivo y el Legislativo a Trujillo, además de otorgarle a Sucre la jefatura del ejército unido, quitándole esa atribución al presidente. Riva-Agüero, no obstante, ratificó este nombramiento, dada las circunstancias, pero expresó su protesta ante algunas autoridades. El 22 de junio, se decretó que se le quitaba al presidente sus funciones militares, y al día siguiente de que Riva-Agüero quedara “exonerado del gobierno” se le expidió un pasaporte para que saliese del país. La idea era que Sucre asumiera sus funciones. Al final, Riva-Agüero no acató el decreto y Sucre indicó que ese asunto debía resolverse en Trujillo. Antes de desembarcar en Huanchaco, el presidente disolvió el Congreso y gobernó con un senado.
La toma de Lima duró hasta el 18 de julio. Era claro para los realistas que la capital no era un lugar que se podía defender, mas tomarla era una demostración de poder. Además, contribuyó a desestabilizar el gobierno. Los españoles, al partir, se llevaron consigo un vasto motín —plata de las iglesias, máquinas de la Casa de la Moneda y bienes de los vecinos—, después de saquear la Biblioteca Nacional y amenazar con incendiar la ciudad.
En Trujillo, el presidente Riva-Agüero gobernaba con los diez vocales del recién elegido nuevo Senado: Nicolás Araníbar, Toribio Dávalos, José Pezet, José Rafael Miranda, Justo Figuerola, José de Larrea y Loredo, Manuel de Arias, Francisco Salazar, Hipólito Unanue y Martín Ostolaza. En el norte, entre Trujillo y Huaylas, el presidente contaba con el apoyo de las élites civiles, militares y eclesiásticas, además de los pueblos representados en sus cabildos. Como menciona Elizabeth Hernández, en los pueblos del norte hubo descontento por la forma en que se eligió a los diputados en el Congreso —listas impuestas— por lo cual no les fue difícil no reconocerles como representativos y dar como positiva la disolución. Además de esta ayuda política, Riva-Agüero contaba con el apoyo militar de Andrés de Santa Cruz. De hecho, a él le había enviado siete diputados considerados de oposición (Manuel Ferreyros, Ignacio Ortiz de Zevallos, Mariano Quesada, Juan Antonio de Andueza, Manuel Antonio Colmenares, Mariano José de Arce, y Francisco Javier Mariátegui) para que los mantenga en prisión. Estos diputados, no obstante, fueron liberados en Chancay, y desde allí viajaron a Lima, donde fueron recibidos con aclamaciones y una misa de gracias.
En Lima, tras la salida del ejército realista comandado por Canterac, Torre Tagle llamó a los trece diputados que no habían dejado la ciudad, y reestableció el Congreso. Una vez que entró en funciones, bajo la presidencia de Carlos Pedemonte, el 6 de agosto se tomaron varios acuerdos para quitarle poder a Riva-Agüero. Se desconoció la autoridad de este por lo que reconocieron como encargado de gobierno a Torre Tagle. Se ejecutaron los decretos dados en el Callao que quitaban el mando militar a Riva-Agüero y se lo entregaban a Sucre. El 8 de agosto, se declaró como “reo de alta traición” a Riva-Agüero por la disolución del Congreso en Trujillo. El 16 de agosto, fue elegido Torre Tagle como presidente de la República. Evidentemente, desde Trujillo, Riva-Agüero, con apoyo de su senado, desconocía todos estos nombramientos y decretos. A su vez, declaraba a los miembros del Congreso limeño como “criminales, reos del alta traición”.
El Perú tenía así dos presidentes y dos congresos repartidos en Lima y Trujillo, mientras los realistas aún ocupaban gran parte del país.
En plena crisis política en que se encontraba el bando patriota dividido en dos gobiernos bajo Riva-Agüero y Torre Tagle, en Trujillo y Lima, respectivamente, la idea de traer a Simón Bolívar al Perú para que condujera la guerra se transformó de atractiva en urgente. Sucre había realizado el trabajo político necesario con el Congreso para tal fin. Se había enviado la invitación en mayo y junio por parte de Riva-Agüero y el Congreso. Es más, una comitiva conformada por los diputados Faustino Sánchez Carrión y José Joaquín de Olmedo viajaron a Colombia para hacer presente la invitación a Bolívar. Este solicitó permiso al gobierno colombiano, el cual fue concedido con cierta facilidad el 4 de agosto. Tres días después, Bolívar se embarcó desde Guayaquil hacia el Callao en el bergantín Chimborazo, para llegar el 1 de setiembre. El viaje fue largo y lento, pues en el camino decidió tomar contacto con las personas de los puertos a los que iba llegando. Riva-Agüero trató de comunicarse con él, esperando le reconociese como autoridad. Ello no sucedió. Bolívar continuó su viaje a Lima. En el Callao, fue recibido con aclamaciones, y Torre Tagle y sus ministros lo escoltaron a caballo hasta la casa donde se iba a hospedar. En todo este trayecto se hizo descargas de artillería, además de resonar las campanas de las iglesias como una muestra de júbilo por la llegada de Bolívar.
La prioridad del Congreso en esta coyuntura fue acabar con la presidencia de Riva-Agüero. Así, al día siguiente de la llegada de Bolívar a Lima, se expidió un decreto que le autorizaba con “todas las facultades necesarias” para que terminase con “las ocurrencias provenientes de la continuación del gobierno de Riva-Agüero en una parte de la república después de su destitución”. El 3 de setiembre, Bolívar se comunicó con el Congreso para informar que renunciaba a cualquier poder civil que no se relacionase con las operaciones militares. Aunque había quienes mantenían sus reservas sobre Bolívar, este comenzaba a ganar cada vez más popularidad en buena parte debido a su personalidad y elocuencia, muy diferente al del parco San Martín. Así, departió con sus nuevos amigos en la ópera, en una corrida de toros y en las fiestas en su honor.
El Congreso, el 10 de setiembre, lo proclamó “Libertador de Perú”, otorgándole la máxima autoridad política y militar. Torre Tagle se mantuvo como presidente y debía trabajar de la mano con Bolívar, sin que las funciones de uno interfieran con la del otro. Aunque Sánchez Carrión le insistió a que deje el cargo de presidente, Torre Tagle no aceptó. El poder concedido a Bolívar había generado una cuestión de competencia con Torre Tagle, en la que este poco a poco fue quedando relegado. Tal no era el caso de Bolívar, quien acumulaba cada vez más poder político.
A pesar de los conflictos políticos, el Congreso terminó de discutir el texto de la Constitución, cuyo proyecto había sido preparado por una comisión conformada por Francisco Javier Mariátegui, José Faustino Sánchez Carrión, Toribio Rodríguez de Mendoza, Carlos Pedemonte, José Gregorio Paredes, Manuel Pérez de Tudela y Justo Figuerola. La Constitución fue promulgada por el presidente Torre Tagle el 12 de noviembre de 1823, y se hallaba dividida en tres secciones, con un total de ciento noventaicuatro artículos.
La primera, sobre la nación peruana, señala la soberanía popular como base de la legitimidad del Estado peruano.
La segunda parte, sobre la forma de la nación, señala la estructura del Estado en tres poderes —Legislativo, Ejecutivo y Judicial—; las características del sistema electoral; la formación y promulgación de las leyes; el régimen al interior de la República, dividiéndola en departamentos (con prefectos a la cabeza), provincias (intendente), distritos (gobernador) y municipalidades (alcalde), entre otros aspectos. Finalmente, la tercera parte se halla dedicada a los medios de conservar el gobierno, estableciendo los parámetros de la hacienda pública, el presupuesto público; las Fuerzas Armadas; la educación pública, sobre la cual se señala que la instrucción “es una necesidad común, y la República la debe igualmente á todos sus individuos”; y las garantías constitucionales, entre otros aspectos.
Sobre las garantías constitucionales, casi todas las existentes para el momento fueron incluidas, salvo la libertad religiosa porque se estableció que la República peruana es católica y la nación debía protegerla. Entre las libertades reconocidas se hallan la igualdad ante la ley para el premio o castigo; la libertad civil, la seguridad personal y del domicilio; la propiedad; el secreto de las cartas; el derecho de presentar recursos o peticiones a los poderes públicos y de conservar la buena opinión y fama del individuo mientras no se declarase delincuente conforme a las leyes; la libertad tanto de la agricultura como de la industria, comercio y minería; la libertad de residencia; y la libertad de imprenta.
Se consideró una carta liberal dado que, en el balance de poderes, el Ejecutivo se encontraba subordinado al Legislativo, compuesta por una cámara única. No obstante, esta no llegó a regir, pues fue suspendida casi de inmediato para no obstaculizar las labores de Bolívar. Este, el 10 de setiembre de 1823, había sido nombrado por el Congreso como “suprema autoridad militar en todo el territorio”, con “facultades ordinarias y extraordinarias que la actual situación de esta demanda”, además de que le competía igualmente “la autoridad DIRECTORIAL como conexa con las necesidades de la guerra á que no puede subvenirse sino por medio de auxilios procedentes de los recursos y relaciones interiores o exteriores […]” (Gaceta del Gobierno, 10 de setiembre de 1823). Posteriormente, luego de abolida la Constitución Vitalicia el 11 de junio de 1827, el Congreso restauró la de 1823, mientras se promulgase una nueva carta.
El presidente Riva-Agüero ante la llegada de Bolívar al Perú esperaba que este le reconociese su autoridad, pero esto no sucedió. Bolívar reconoció la autoridad del Congreso en Lima. Además, le envió una carta a Riva-Agüero, instándole a que lo hiciera también. La situación del presidente se complicó y optó por distanciarse de Bolívar y sospechar de todos los colombianos. Bolívar trató de mediar entre ambos grupos y propuso una amnistía. Riva-Agüero planteó que él podría renunciar si el Congreso se disolvía y se convocaban nuevas elecciones para elegir al presidente. El Congreso en Lima no aceptó. Más bien instaron a Bolívar a tomar las medidas necesarias para acabar con el asunto. El norte era una región importante, estratégica para la campaña libertadora.
Mientras tanto, Riva-Agüero, teniendo en cuenta cómo el gobierno liberal español había realizado acuerdos con otras regiones independientes como Río de la Plata, pensó en la posibilidad de hacer lo mismo. Incluso buscar una salida como en México, donde Agustín de Iturbide y el último virrey (Juan O’Donojú) firmaron la independencia. En tal sentido, estableció comunicaciones, proponiendo un armisticio, un tratado de paz y el establecimiento de una monarquía constitucional. La idea era la de expulsar a los colombianos y conseguir la independencia sin su ayuda. Al mismo tiempo, envió un comisionado a Chile y Río de la Plata para que, entre otras actividades, estableciera conversaciones con los diputados españoles en esos lugares. Incluso propuso buscar a San Martín y solicitar su regreso. Al mismo tiempo, continuaba con las negociaciones con Bolívar, aunque estas no parecían llegar a ningún lado. Como menciona Elizabeth Hernández, Riva-Agüero negociaba por varios frentes.
La intercepción de una carta de Riva-Agüero con los realistas le generó problemas en su bando, dado que no había compartido con todo su alto mando su estrategia. Bolívar le mostró la carta a su general Antonio Gutiérrez de la Fuente. Considerándolo un traidor, el 25 de noviembre, el presidente Riva-Agüero fue apresado por Gutiérrez de la Fuente. Enterados en Lima, Torre Tagle ordenó que fuese fusilado junto con los demás traidores. Gutiérrez de la Fuente desobedeció esa orden al estar en desacuerdo y envió a Guayaquil al prisionero. No obstante, enterado el almirante Guise de la prisión de Riva-Agüero y que estaba recibiendo maltratos, exigió su libertad bajo la amenaza de bloquear con su escuadra la costa peruana. Bolívar accedió a su pedido y Riva-Agüero salió del país. No regresó al Perú hasta 1832.
Inglaterra comunica a España su intención de negociar tratados comerciales con México, Colombia y las Provincias Unidas de Río de la Plata. El reconocimiento de las independencias en Europa se convierte en un tema de discusión, pese a la negativa de España. En América, el último reducto realista de importancia, el Perú, no define su situación. A inicios de año, los frentes de ambos bandos no se encuentran en una buena situación. Las tropas patriotas se reorganizan en el norte peruano y sorpresivamente los realistas sufren una división en sus filas por parte de Olañeta en el Alto Perú. Los patriotas aprovechan esta situación para terminar la guerra.
Luego de la victoria realista en la batalla de Zepita (Puno, 25 de agosto de 1823) y con ello el fracaso de la segunda campaña de intermedios, la nueva correlación de fuerzas fue beneficiosa para los realistas, al conseguir el desalojo definitivo de las huestes patriotas del sur del Perú. Entre fines de 1823 e inicios de 1824, De la Serna llevó a cabo una nueva organización bélico-territorial dividida de la siguiente forma: el ejército del norte, con José de Canterac como general en jefe, que había fijado su cuartel general en el valle de Jauja, siendo asistido por las columnas mandadas por el brigadier José Ramón Rodil en Ica, y el ejército del sur, dirigido por el general Gerónimo Valdés, con centro de operaciones en Arequipa. De la Serna, por su parte, residía en el Cusco. Entre los objetivos de los tres ejes realistas estaban, desde luego, reconquistar la capital del virreinato, sitiar la plaza del Callao y expulsar del territorio al recientemente llegado Bolívar.
Dependiente del ejército del sur se hallaba la división de Olañeta, que cubría las provincias del Alto Perú y contaba con cuatro mil hombres. Sin embargo, Olañeta guardaba cierto descontento con las decisiones tomadas por De la Serna, quien a decir de él nombraba y distinguía principalmente a oficiales de tendencia constitucionalista y no absolutista, como lo era Olañeta. Por ejemplo, Rafael Maroto fue nombrado presidente de la Real Audiencia de Charcas, José Santos Las Heras como gobernador intendente de Potosí y Valdés como general en jefe del ejército del sur, los tres constitucionalistas cercanos a De la Serna, quedando relegado Olañeta a puestos anexos. Pero al llegar las noticias de Olañeta sobre el fin del llamado Trienio Liberal en España, y con ello el retorno del absolutismo en la Corona, decidió enfrentar de manera directa con De la Serna, desconociendo su mando. Así, el 22 de enero de 1824, Olañeta se autoproclamó en Potosí como “único defensor del altar y del trono absoluto”.
Lo cierto es que Olañeta, a instancias de las élites locales y sus familiares, buscaba gobernar con autonomía la región. Bajo la excusa de que se anuló la Constitución de Cádiz, desconoció los tratos con Río de la Plata y se arrogó el cargo de virrey de Río de la Plata. De la Serna envió a Valdés en marzo para entablar conversaciones con Olañeta en Tarapaya. Se acordó que iba a estar al mando del Alto Perú con la condición de enviar recursos al Cusco, no obstante, al final, el virrey le ordenó a Valdés tomar control militar del Alto Perú, llevando a cabo su campaña en agosto hasta que, tras la derrota de la batalla de Junín, retornó al Cusco para apoyar a las fuerzas realistas. Al final, esta rebelión dividió y desgastó las fuerzas realistas. Un hecho que fue aprovechado por los patriotas.
La situación del frente patriota no era el mejor a inicios de 1824. La falta de pago y las excesivas guardias generaron descontento y muchas deserciones. En la Memoria del general argentino Rudecindo Alvarado, por entonces gobernador de la guarnición del Callao, relataba que cuando asumió el puesto
observé que la guarnición que existía en dicha plaza se componía de los mismos soldados […] llenos de necesidades y miserias […] faltas de disciplina y de moralidad […] y todo lo representé al gobierno en dos notas consecutivas en que solicité con ahínco el relevo de esa guarnición aun cuando fuera con reclutas peruanos […] Mis observaciones fueron desatendidas […] Pocos días después, el 4 de febrero, tuvo lugar la revolución de la tropa que formaba la guarnición y al amanecer del día siguiente estaba colocada una guardia en la puerta de mi casa para impedirme toda comunicación […] Nada tuvo de sorprendente para mí este suceso que lo había previsto y denunciado.
Alvarado y otros oficiales fueron apresados por los batallones del Río de la Plata y de Chile, liderados por el sargento Dámaso Moyano. No solo reclamaban sus pagos atrasados, sino que además los embarquen de regreso a Chile y Buenos Aires. No querían ser enviados al norte con Bolívar. La falta de atención a sus reclamos por parte del gobierno patriota fue aprovechada por el coronel realista José Casariego, quien los convenció de que los realistas atenderían sus demandas. Casariego fue nombrado jefe y enviaron comunicaciones, solicitando el auxilio de Canterac. Mientras tanto Bolívar declaró, el 21 de febrero, que el puerto del Callao se hallaba en “riguroso estado de bloqueo”.
Los pedidos de auxilio de los realistas en el Callao no eran descabellados, la ciudad de Lima estaba desprotegida con Bolívar en el norte, pero además no consideró necesaria protegerla ante la falta de recursos. El 27 de febrero las fuerzas patriotas que quedaban abandonaron la ciudad. Los generales José Ramón Rodil y Juan Antonio Monet y sus tropas fueron las que finalmente entraron en la ciudad el 1 de marzo, ofreciendo una amnistía general. Además, se procedió a organizar administrativa y militarmente la ciudad. Para entonces, el marqués de Torre Tagle y el conde de San Donás, así como muchos otros miembros de la élite, se pasaron al bando realista. Torre Tagle justificó su proceder porque consideró que debía luchar contra “el tirano Bolívar”, que buscaba “esclavizar al Perú y hacer de este opulento territorio súbdito de Colombia”.
A inicios de 1824, en el frente patriota no se había avanzado mucho tras la derrota y desintegración del ejército de la campaña de intermedios. A ello se agregó un inconveniente: Bolívar cayó enfermo. Con todo, el Congreso creyó conveniente para organizar la guerra otorgarle a Bolívar poderes políticos y militares amplios, que le permitiesen reorganizar el ejército, derrotar a los realistas y salvar a la República. Así, el 10 de febrero, el Congreso le da a Bolívar el poder dictatorial. El decreto señalaba en uno de sus considerandos que “sólo un poder dictatorial depositado en una mano fuerte, capaz de hacer la guerra cual corresponde a la tenaz obstinación de los enemigos de nuestra independencia, puede llenar los ardientes votos de la Representación Nacional”, por ello se decretaba que:
1º La suprema autoridad política y militar de la República queda concentrada en el Libertador Simón Bolívar.
2º La extensión de este poder es tal, cual lo exige la salvación de la República.
3º Desde que el Libertador se encargue de la autoridad que indican los artículos anteriores, queda suspensa en su ejercicio la del Presidente de la República, hasta tanto que se realice el objeto que motiva este decreto; verificado el cual a juicio del Libertador, reasumirá el Presidente sus atribuciones naturales, sin que el tiempo de esta suspensión sea computado en el periodo constitucional de su Presidencia.
4º Quedan sin cumplimiento los artículos de la Constitución Política, las leyes y decretos que fueren incompatibles con la salvación de la República.
5º Queda el Congreso en receso, pudiéndolo reunir el Libertador siempre que le estimare conveniente para algún caso extraordinario.
6º Se recomienda al celo que anima al Libertador por el sostén de los derechos nacionales la convocatoria del primer Congreso Constituyente, luego que lo permitan las circunstancias, con cuya instalación se disolverá el actual Congreso Constituyente.
Con estas atribuciones, Torre Tagle quedaba suspendido en sus funciones de presidente. Bolívar viajó a Trujillo. Desde allí gobernó y organizó el ejército, recabando recursos de la región. Entre las medidas adoptadas por el gobierno de Bolívar en Trujillo, entre marzo y julio de 1824, estuvieron el bloqueo comercial de los puertos capturados por los realistas, la prohibición de salida de plata y oro sellada del país, la elevación de Trujillo como capital provisional de la República, la creación de la Corte Superior de Justicia de La Libertad y la creación de la Universidad de Trujillo. Además, desde Huamachuco, preparó el Ejército Libertador para enfrentar las fuerzas realistas que operaban en el valle de Mantaro, bajo la dirección del general José de Canterac. Era un buen momento dada la división de las fuerzas realistas tras la rebelión de Olañeta, a quien Bolívar escribió tratando de atraerlo a sus filas.
Desde el Callejón de Huaylas, Bolívar dirigió su campaña contra el ejército realista del centro, que operaba en el valle de Mantaro, bajo la dirección de Canterac. Las tropas patriotas estaban compuestas por aproximadamente seis mil colombianos y tres mil peruanos, a quienes arengó con el siguiente discurso en Rancas, el 2 de agosto de 1824:
¡Soldados! Vais a completar la obra más grande que el Cielo ha encargado á los hombres, la de salvar un mundo entero de la esclavitud. […] Los enemigos que debéis destruir, se jactan de catorce años de triunfos: ellos, pues, serán dignos de medir sus armas con las vuestras que han brillado en mil combates. […] El Perú, y la América toda aguarda de vosotros la paz, hija de la victoria; y aún la Europa liberal os contempla con encanto: porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo ¿La burlaréis??? ¡No! ¡No! No. Vosotros sois INVENCIBLES.
Los realistas avanzaron hacia la defensa de Jauja, ciudad principal de la región central, e interceptaron a la caballería patriota en la meseta del Bombón, el 6 de agosto. No se disparó un solo tiro, pues la batalla fue de sables y lanzas. La lucha pareció favorecer a los realistas. De hecho, resistieron y dispersaron los embates de húsares de Miller y Necochea. Los realistas estaban persiguiendo a los patriotas en retirada. Pero atacó oportunamente por la retaguardia el escuadrón de Húsares del Perú, a órdenes del comandante argentino Isidoro Suárez, decidiendo la victoria y obligando a los realistas a huir en dirección a Tarma. Destacaron en la batalla los patriotas Mariano Necochea, Guillermo Miller, Lucas Carvajal, Laurencio Silva y José Andrés Rázuri.
Por decreto del 30 de octubre de 1824, el pueblo de Junín mereció el público y solemne reconocimiento de Bolívar, que pasó a ser denominado “Heroica Villa de Junín”, por haber
auxiliado al Ejército Unido Libertador con una generosidad sin límites, no obstante la miseria á que fue reducido por el incendio y saqueo, que en varias ocasiones ha padecido solo por ser fiel a la causa de la libertad, en cuya defensa han perecido con las armas en la mano, más de dos terceras partes de su población.
Esta victoria le permitió a Bolívar retornar a la costa con una parte de su ejército y recuperar la ciudad de Lima.
Los destinos del Perú y de toda América se definieron en la Pampa de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. De acuerdo con Mariano Felipe Paz Soldán, un día antes del conflicto, ambos ejércitos estaban conscientes de que ninguno de ellos podría retirarse sin tener la seguridad de ser destruidos o aniquilados por el enemigo. Grandes eran las limitaciones de Sucre, comandante del ejército patriota, que se veía rodeado de poblaciones enemigas, una geografía áspera, poca artillería y solo cinco mil setecientos ochenta soldados, ante un ejército realista que contaba con nueve mil trescientos diez hombres con todos sus armamentos y un tren con catorce piezas de artillería que aseguraba su victoria. El único miedo que condicionaba a los españoles era que Sucre evitase el combate. Había que acabar con los patriotas antes de que llegaran refuerzos colombianos.
Al alba del 9 de diciembre, el ataque era inminente. El Ejército Libertador formó un ángulo para el combate que estaba compuesto por tres grupos de batallones organizados en tres zonas: derecha, izquierda y centro. A las diez de la mañana, Sucre dio inicio a la batalla desde la artillería. Sus principales acciones de ataque y defensa aparecieron en una descripción de su propia mano en un folleto titulado Victoria de Ayacucho:
Observando que aun las masas del centro no estaban en orden y que el ataque de la izquierda se hallaba demasiado comprometido, mandé al señor jeneral [sic] Cordova que lo cargase rápidamente con sus columnas […] Nuestras masas de la derecha marcharon arma a discreción hasta cien pasos de la columna enemiga, en que cargadas por ocho Escuadrones españoles rompieron el fuego: rechazarlos y despedazarlos con nuestra soberbia caballería fue un momento […] Entre tanto los enemigos penetrando por nuestra izquierda amenazaban la derecha del sr. Jeneral Lamar […] pero llegando en oportunidad Vargas al frente, y ejecutando bizarramente los Uzares [sic] de Junín la orden de cargar por los flancos de estos batallones, quedaron disueltos. Vencedor y los batallones 1, 2, 3 y Lejión Peruana marcharon audazmente sobre los otros cuerpos de la derecha enemiga, que rehaciéndose tras las barrancas presentaban nuevas resistencias; pero reunidas las fuerzas de nuestra izquierda y precipitada á la carga, la derrota fue completa y absoluta.
A la una y media de la tarde, la victoria se concretó y cayó prisionero el virrey De la Serna, su comandante Canterac, catorce generales con sus oficiales y tropas; alrededor de mil cuatrocientos hombres del ejército español murieron y otros setecientos quedaron heridos. Sucre y Canterac, tras conversaciones, firmaron la Capitulación de Ayacucho, en la que los realistas reconocían la derrota. La Independencia del Perú estaba sellada. En la Gaceta del Gobierno del 18 de diciembre se publicó que el Ejército Libertador “ha resuelto el problema y ha levantado el último monumento que faltaba a su gloria: la gratitud escribirá en él los nombres de los vencedores de Guamanguilla”.
Al saberse de la derrota de Ayacucho, la audiencia del Cusco nombró como virrey a Pío Tristán con el plan de reorganizar las fuerzas militares. No obstante, el 30 de diciembre, cuando Francisco de Paula Otero y su ejército llegaron a Arequipa, donde se encontraba Tristán, este aceptó la capitulación.
Bolívar asume el gobierno peruano como dictador, y plantea reformas políticas y económicas. En el Alto Perú, se lleva a cabo la batalla de Tumusla, en la que muere el realista Olañeta. Sucre toma control de la región y se crea la República de Bolívar. La amenaza militar española desaparece y solo quedan algunos lugares de resistencia realista, como la Fortaleza del Real Felipe del Callao, que apenas se sostiene. De otra parte, empieza la guerra rioplatense-brasilera por la posesión de los territorios de la Banda Oriental. La guerra dura hasta 1828 y lleva a la creación de la República de Uruguay.
Bolívar, apenas enterado de la rebelión de Olañeta en el Alto Perú contra el virrey De la Serna, quiso atraerlo a la causa independentista. Le envió una carta en la que lo instaba a unirse al Ejército Libertador y de forma lisonjera lo denominó Libertador de Charcas. Tras la victoria de Ayacucho, en una carta del 15 de diciembre, lo instó nuevamente a aceptar la oferta de unirse a su ejército y que entable las negociaciones con Sucre. La respuesta de Olañeta a ambas cartas no fue de una negativa directa sino abierta a la negociación. Casimiro Olañeta, sobrino de Pedro Antonio, escribió una carta el 23 de diciembre a Bolívar, indicándole que convencería a su tío de unirse a su ejército. No obstante, Olañeta había recibido una carta de Pío Tristán, el último virrey del Perú, informándole de la Capitulación de Ayacucho y de la necesidad de reorganizar las fuerzas para continuar con la guerra. Olañeta decidió con sus comandantes seguir la lucha.
El 25 de enero de 1825, en una carta a Bolívar, Olañeta le comunicaba que no se uniría a su ejército y resistiría en Charcas a la espera de refuerzos de la península. Ante esta noticia, Bolívar envió a Sucre y sus tropas a tomar el control del Alto Perú. La campaña partió desde el Cusco, ocupando La Paz en febrero, y Potosí en marzo, mientras Olañeta se replegaba cada vez más ante el avance patriota. Finalmente, las fuerzas realistas de Olañeta fueron derrotadas por el ejército patriota en 1825, muriendo este tras ser herido en la batalla de Tumusla (Charcas), el 2 de abril.
Al respecto, aunque con mucha grandilocuencia, la Gaceta del Gobierno del 27 de abril de 1825 informó lo siguiente:
Las plausibles noticias que […] tenemos el placer de comunicar al público, no dejan la más pequeña duda de estar consolidada del modo más irrevocable la felicidad del Perú, y la paz de todo el continente americano. El general Olañeta que, en su bárbara obstinación, pretendía anudar las cadenas, que tan solemnemente fueron despedazadas en los campos de Ayacucho, ha sido enteramente destruido. […] De este modo ha concluido en América la guerra más espantosa que han presenciado las jeneraciones; y en este memorable acontecimiento han recibido una nueva y terrible lección los despiadados opresores de pueblos inocentes.
Por su parte, el rey Fernando VII, conocedor de la resistencia de Olañeta en el Alto Perú, pese a la Capitulación de Ayacucho, decidió nombrarlo virrey del Río de la Plata, aunque desconocía que este había fallecido.
Cumplido su objetivo de derrotar a los realistas e independizar al Perú, Bolívar renunció ante el Congreso a los poderes que se le había otorgado en febrero de 1824. No obstante, el 10 de febrero de 1825, dichos poderes le fueron renovados hasta que el Congreso volviese a reunirse en 1826. El mencionado decreto indicaba lo siguiente:
Considerando:
-
- Que la República queda expuesta a grandes peligros por la resignación que acaba de hacer el Libertador Presidente de Colombia Simón Bolívar, del poder dictatorial, que por decreto de 10 de febrero anterior, se le encargó, para salvarla;
- Que solo este poder, depositado en el Libertador, puede dar consistencia a la República;
- Que el Libertador lo ha ejercido conforme a las leyes, en contraposición de las facultades que le ha franqueado la dictadura, dando un singular ejemplo en los anales del mundo absoluto;
- Que el Libertador se ha resistido a continuar en el ejercicio de este mismo poder, a pesar de habérsele conferido por el Congreso, tanto por la razón que expresa el fundamento 3º, como por la extraordinaria confianza que del Libertador tiene la nación;
- Que nunca ha sido observada la ley fundamental, sino bajo la administración del Libertador, a pesar de que ha estado en sus facultades suspender el cumplimiento de sus artículos;
- Que el Libertador ha dado los testimonios más ilustres de su profundo amor por la libertad, orden y prosperidad de la República y de su absoluta resistencia al mando:
Ha venido en decretar y decreta:
1º El Libertador queda, bajo de este título, encargado del supremo mando político y militar de la República, hasta la reunión del Congreso que prescribe el artículo 191 de la Constitución.
2º Este Congreso se reunir· en el año 26 dentro del periodo que señala la Constitución, en conformidad del artículo 53 de la misma.
3º No podrá· reunirse antes, atendida la moderación del Libertador en procurar siempre la convocatoria de los Representantes del pueblo; pero si podrá· diferirla, por esta misma razón, si lo exigieren la libertad interior y exterior de la República.
4º El Libertador podrá suspender los artículos constitucionales, leyes y decretos que estén en oposición con la exigencia del bien público en las presentes circunstancias y en las que pudieren sobrevenir; como también decretar, en uso de la autoridad que ejerce, todo lo concerniente a la organización de la República.
5º El Libertador puede delegar sus facultades en una o más personas del modo que lo tuviere por conveniente para el régimen de la República, reservándose las que considere necesarias.
6º Puede igualmente nombrar quien lo sustituya en algún caso inesperado.
Imprímase, publíquese, circúlese y comuníquese al Libertador.
Dado en la sala del Congreso en Lima a 10 de febrero de 1825.- 4o de la República.- José María Galdiano, Presidente.- Joaquín Arrese, Diputado Secretario.- Manuel Ferreyros, Diputado Secretario.
En el punto once de la Capitulación de Ayacucho se acordó que la “plaza del Callao” debía ser entregada al ejército unido en un plazo de veinte días, pero Rodil no aceptó la rendición. Es más, se propuso resistir a la espera de refuerzos de la península. En la Fortaleza del Real Felipe había soldados y, sobre todo, miembros de las élites limeñas que se plegaron a Rodil y Monet cuando tomaron la ciudad de Lima en marzo de 1824. Ante la toma de la ciudad por los patriotas, se refugiaron en el Callao. Entre ellos se hallaba Torre Tagle y su familia.
Ante esta situación, Bolívar, el 2 y 5 de enero, publicó decretos que colocaba a los rebeldes del Callao fuera de la ley. A esto se sumó el bloqueo por mar y por tierra para reducir la plaza del Callao, y la llegada de más barcos para la defensa y el secuestro de las propiedades de todas las personas que allí se hallaban. Esta acción le impidió a Rodil comunicarse con el exterior, pero sobre todo a sufrir la falta de víveres y suministros para salvaguardar a su ejército y a las personas que se encontraban refugiadas en la Fortaleza del Real Felipe.
Según Verardo García Rey, el Callao contenía demasiada gente inactiva y perjudicial para la economía de víveres, lo cual se acrecentaba con la presencia de epidemias producto de las privaciones. Por ello, Rodil tomó la decisión de reducir al pueblo refugiado, ordenando que se quedaran solo aquellas personas capaces de subsistir con sus propias provisiones o industrias. En cuatro meses, evacuó a dos mil trescientas ochentainueve personas inútiles, y trató de mantener la comodidad y salubridad de su tropa, quien luchaba contra la mala influencia del clima, la escasez y la fatiga. No obstante, la cantidad de refugiados era considerable. En el último trimestre de 1825, en la Fortaleza del Real Felipe aumentaban los enfermos y los muertos producto de las bombas y balas que llegaban en diferentes direcciones. En la madrugada del 23 de setiembre, murió Torre Tagle, víctima del escorbuto.
Rodil continuó con la resistencia y se menciona que se dispararon más de mil doscientos tiros de cañón a los sitiadores. En sus memorias, Rodil exclamaba que “Bolívar no ha de triunfar de nosotros: pertenecemos a una nación heroica que nos envía auxilio: Las Naciones son una cosa muy distinta que los grupos insurgentes seducidos o ilusos”.
La falsa noticia de que España prepara tropas para reconquistar América se difunde en el Perú, y da esperanzas a la débil resistencia realista en el Callao y Huamanga. En la República de Bolivia, Sucre es nombrado su primer presidente. Los chilenos invaden el archipiélago de Chiloé y vencen la resistencia realista. Esta región pasa a ser parte de la República de Chile. Bolívar diseña su proyecto de Federación de los Andes, integrada por repúblicas americanas, con el objetivo de defenderse militarmente ante posibles ataques de las potencias europeas.
La situación de los realistas en la Fortaleza del Real Felipe se hizo más difícil ante la falta de recursos. No había posibilidades de una salida victoriosa, a menos que llegaran refuerzos, pero España en ese momento no se hallaba en condiciones de enviar una fuerza militar a América. Rodil recibió 1826 con intentos de rebeliones y traiciones. El enfrentamiento más relevante en esos días fue la toma del fuerte Santa Rosa, el cual, tras un nutrido fuego y una lucha cuerpo a cuerpo, quedó en manos de los patriotas. El 9 de enero, en el Callao, se vio flamear el pabellón nacional, en la parte más alta de la Fortaleza del Real Felipe, mientras Rodil, sin dar su brazo a torcer, continuaba bombardeando desde el Torreón de la Reina.
Pero la situación era cada día más insostenible para Rodil. Las provisiones se iban acabando y su salud se deterioraba. El 11 de enero de 1826, una bandera blanca flameó en la Fortaleza del Real Felipe, y una carta llegaba a las manos del general de los patriotas, Bartolomé Salom. Rodil solicitaba tener noticias de España y la presencia de la Corona británica como garante de las negociaciones de paz. El 13 de enero se reunieron Bernardo Villazón y Juan Illingword, representantes realista y patriota. respectivamente, para intercambiar opiniones de la situación que vivían. Luego, en la fragata inglesa Briton, un representante británico ofreció al emisario realista todas las garantías para lograr una capitulación justa en honor a la lealtad que habían demostrado.
El 14 de enero de 1826, Rodil se enteró de todos los acontecimientos sucedidos en la península por medio de periódicos llevados por su emisario. Al día siguiente, escribió una misiva a Salom para llevar a cabo las tratativas de la rendición y el 17 de enero se realizó la primera conferencia para acordar las bases de capitulación. Finalmente, el 22 de enero, después de varias reuniones y complicaciones, se firmó la Capitulación del Callao. El documento, de treintaiún artículos, daba amnistía general a los habitantes del Callao y derecho a regresar a España a quienes lo desearan. Quedaban cuatrocientos soldados de los dos mil ochocientos al inicio del asedio. Al día siguiente, el ejército patriota entró en la Fortaleza del Real Felipe y levantaron la bandera peruana en uno de los torreones. El Callao se hallaba en manos patriotas de forma definitiva.
En 1826, a pesar de que las batallas decisivas por la independencia ya se habían llevado a cabo en América del Sur, hubo dos hechos que demostraron la supervivencia de ideales monárquicos. Ambos acontecimientos, lejos de constituirse en fehacientes intentos realistas por retomar sus posesiones ultramarinas, fueron más bien reflejo de las antiguas alianzas políticas locales que se entablaron desde tiempos virreinales.
La expedición o campaña de Chiloé fue una serie de operaciones militares que se llevaron a cabo entre 1820 y 1826 en el archipiélago de Chiloé, ubicado en el centro-sur de Chile, que pertenecía al virreinato peruano. Bolívar había expresado su intención de incorporar ese territorio al Perú si Chile no conseguía someterlo. De hecho, el gobierno chileno envió dos expediciones, en 1820 y 1824, sin éxito. Hacia 1826, el ejército chileno se enfrentó con mejor suerte ante la alianza realista local compuesta por españoles y chilotes. Tras varias incursiones, el bando patriota se impuso. Con la firma del Tratado de Tantauco, el 18 de enero de 1826, Chiloé se incorporó a Chile.
Mientras tanto, en el corazón de los Andes peruanos, en 1825, estalló una rebelión indígena en Iquicha, en la provincia de Huanta, en favor de la causa realista, “Dios y al Rey”, negándose a reconocer la autoridad de Bolívar y la Capitulación de Ayacucho. Los rebeldes tomaron Huanta en junio y, con ayuda de algunos húsares de Junín desafectos a Bolívar, intentaron tomar Ayacucho en julio y diciembre, sin éxito. Durante mucho tiempo, los rebeldes resistieron los diferentes embates propiciados por el gobierno peruano, llegando incluso a administrar considerables espacios agrícolas en la región. Asimismo, con el pasar de los meses, el conflicto fue tornándose intermitente y con muchos reveses por ambos bandos. Así, el 11 de julio de 1827, cerca de un año después de la primera batalla de los campesinos de Huanta, llegó al Congreso un informe redactado por Manuel del Río, ministro de Gobierno:
El gobierno ha recibido del Prefecto de Ayacucho la nota y documentos adjuntos sobre nuevos desórdenes que empiezan a brotar en los pueblos extraviados de las punas de Huanta y me ha ordenado someterlos, a la consideración del Congreso […] para que se sirvan examinarlos y señalar la línea de conducta que convenga adoptarse en un negocio tan grave como delicado […]. Es pues, incuestionable que las medidas suaves han inflamado la audacia de los perturbadores y que siendo necesario abrazar un partido para cortar la discordia, no se presenta otro que la fuerza (Husson, 1992, p. 14).
Los iquichanos fueron contenidos por las fuerzas patriotas, pero no derrotados definitivamente. Las causas de la rebelión, según Cecilia Méndez, se encuentran en la alteración del viejo pacto entre comunidades indígenas y el Estado virreinal, que les otorgaba a los iquichanos ciertos beneficios sociales y económicos, los cuales se veían amenazados con la implantación de un régimen republicano. La rebelión fue “pacificada” entre marzo y mayo de 1828, aunque la joven República peruana supo nuevamente de los iquichanos años más tarde.
El 7 de diciembre de 1824, hallándose Bolívar en Lima —mientras su ejército se preparaba para librar la batalla de Ayacucho, ganada dos días después—, él y José Faustino Sánchez Carrión, su secretario general, dirigieron una circular a los países de América, invitándolos a la designación de plenipotenciarios para el Congreso de Panamá. Al respecto, la circular señalaba:
Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener un sistema de garantías que en paz y en guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino; es tiempo ya que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las Repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos. Entablar aquel sistema, y consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al ejército de una autoridad sublime que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una Asamblea de Plenipotenciarios, nombrados por cada una de nuestra repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español
La idea de una solidaridad defensiva para la guerra en contra de España y de una confederación moral tanto para la paz como para la democracia fueron las banderas ideales del Congreso de Panamá y de la utopía de Bolívar. La asamblea logró instalarse en la ciudad de Panamá el 22 de junio de 1826 y dejó de sesionar el 15 de julio. Asistieron representantes del Perú, Gran Colombia, México y las Provincias Unidas de Centro América.
El proyecto de Bolívar era muy ambicioso, pero otro similar resultaba a su parecer más factible: la Federación de los Andes, la unión de la Gran Colombia, Perú y Bolivia, bajo un único gobernante y una carta. Precisamente, cuando Bolívar se encontraba en Lima trabajando su proyecto de Constitución Vitalicia, malas noticias sobre la situación política en Colombia le llevaron a tomar la decisión de regresar para resolverlos. La noticia no fue grata para el Perú. Los esfuerzos hechos en Lima para retenerlo fueron múltiples. Por ejemplo, el vecindario de San Lázaro se presentó en la calle de Palacio el 13 de agosto con una ruidosa música, y luego llegaron personas de otros barrios en tropel, para pedir a gritos que Bolívar no se marchara. Asimismo, gestos de súplica también elevaron miembros de la municipalidad, la corte suprema, la corte superior, el cabildo eclesiástico, el ejército, el consulado, la universidad, el protomedicato, y otras corporaciones.
En este contexto, no extraña la gran fiesta que se organizó para la celebración del aniversario de su llegada el Perú, el 1 de setiembre. Sin embargo, Bolívar se retiró secretamente de esta fiesta y se dirigió al Callao para embarcarse en el bergantín Congreso, el cual se dio a la vela al amanecer del 4 de setiembre de 1826. Partió de Lima muy agradecido por los gestos, dejando al Consejo de Gobierno integrado por Andrés de Santa Cruz, José de Larrea y Loredo, José María Pando, y Tomás de Heres. Bolívar no regresó al Perú.
En la cúspide de su popularidad, el 10 de febrero de 1825, el Congreso otorgó otra vez poderes dictatoriales a Bolívar, para luego, un mes después, cesar sus funciones. Gracias a ello, a pesar de una tentativa de organizar una nueva asamblea, Bolívar obtuvo el espacio suficiente para proseguir con su más ambicioso objetivo político: la construcción de un gigantesco Estado multinacional en América del Sur. Un paso importante para iniciar este proyecto fue la redacción y aprobación de la Constitución Vitalicia.
De acuerdo con el plan de Bolívar, la Constitución Vitalicia, elaborada por él mismo, debía promulgarse con mínimas modificaciones tanto en Bolivia como en el Perú. Según lo previsto, el 1 de julio de 1826, el Consejo de Gobierno peruano, liderado por Andrés de Santa Cruz, fiel seguidor de Bolívar, aprobó la nueva Constitución. Ante la ausencia de una asamblea nacional, la carta pasó a manos de los colegios electorales para su ratificación; fue el ubicado en Lima el primero en darle el visto bueno. Con el transcurrir de los días, los demás colegios hicieron lo propio, con lo cual la carta fue aprobada de manera unánime el 30 de noviembre de 1826, bajo la condición de que Bolívar fuera el elegido para recibir la banda presidencial. Así, en el Registro Oficial de la República Peruana del 5 de diciembre de 1826, se indica que
Después de proclamada con toda la posible solemnidad esta LEY FUNDAMENTAL en todos los pueblos de la República, se procederá el día nueve de diciembre próximo, aniversario de la gloria jornada de Ayacucho, que decidió la Independencia Peruana, á la prestación del juramento de guardar, cumplir, y observar la nueva Constitución del Estado, por todos los funcionarios públicos de la Capital.
En términos generales, la Constitución Vitalicia buscaba implantar un gobierno de tipo conservador que centralizaba el poder político en la figura del presidente, mantenía en el poder a un grupo de representantes por amplio tiempo y limitaba la participación electoral popular. El Estado peruano quedaba dividido en cuatro poderes. El Ejecutivo estaba compuesto por un presidente vitalicio, un vicepresidente y cuatro secretarios de Estado. El Legislativo, por tres cámaras (tribunos, senadores y censores) de veinticuatro miembros cada una (los tribunos duraban en el cargo cuatro años; los senadores, ocho; y los censores eran vitalicios). El Cuerpo Electoral, por electores nombrados por los ciudadanos con derecho a voto (los electores duraban cuatro años, y entre sus atribuciones estaban las de nombrar por primera vez a quienes debían componer las cámaras, elegir o proponer en terna a los que debían renovarlas, y a los miembros de las cortes judiciales, jueces y empleados públicos, incluyendo prefectos y gobernadores). Respecto a la organización interior de la República, cada departamento estaba gobernado por un prefecto; las provincias, por un subprefecto; y los cantones, por un gobernador. Los municipios quedaban suprimidos.
Esta Constitución Vitalicia, sin Bolívar presente, pronto perdió apoyo y no llegó a aplicarse. El 26 de enero de 1827, la tercera división del ejército colombiano asentado en Lima se amotinó por la falta de pago y su descontento con los venezolanos, pidiendo que se repusiese la Constitución de 1823. El cabildo de Lima secundó la propuesta. Al día siguiente, Santa Cruz se vio obligado a suspender la Constitución y convocar a un nuevo Congreso Constituyente. El régimen bolivariano llegaba a su fin.
María Parado de Bellido
María Parado de Bellido es una de las figuras más representativas dentro del panteón de los héroes de la independencia de procedencia popular e indígena. Nació 1777 en Paras. Se casó a los 15 años con Mariano Bellido con quien tuvo siete hijos. María y su esposo eran campesinos con varias propiedades en Paras que incluían tierras dedicadas a la producción de granos y tubérculos y a la ganadería (ovejas, vacas y caballos). Otro ingreso económico de la familia consistió en el arrieraje. En ese sentido, Mariano Bellido brindó sus servicios de arriero a Francisco de Paula Otero, en 1813.
En plena lucha independentista, y con el fin de procurar el bienestar de su esposo y sus hijos Tomás y Mariano que se enrolaron a las filas patriotas, María inició sus acciones como espía desde Huamanga, enviando misivas que informaban el movimiento de las tropas realistas. Al parecer, ella pagaba por la escritura de unas cartas que eran enviadas a su hijo Tomás que integraba la guerrilla de Cayetano Quirós, informándole sobre los movimientos de las fuerzas realistas, datos que conseguía de un informante cercano al intendente de Huamanga.
El 29 de marzo de 1822, los realistas interceptaron una misiva que María había enviado a su esposo. Aunque estaba firmada por “Andrea”, pronto se descubrió su identidad. Fue apresada y obligada a revelar los nombres de los implicados en la carta que brindaba información sobre un ataque sorpresivo por parte de las fuerzas realistas a las patriotas en Quiccamachay, a seis leguas de Huamanga, donde estaba Quirós, que fue derrotado. Fue fusilada el 1° de mayo de 1822, en la plaza del Arco.
Las heroínas Toledo
Las heroínas Toledo, la madre Cleofé Ramos y sus hijas Higinia y María Toledo, eran del pueblo de Concepción, y lideraron el alzamiento del pueblo para evitar el cruce de las tropas realistas por el puente sobre el río Mantaro.
Las acciones de las Toledo se desarrollaron probablemente el 10 de abril de 1821. Por esos días debían reunirse en la zona las fuerzas de los realistas Ricafort y Valdez, por lo que los habitantes optaron por cortar los puentes con el fin de que no se procediese ese encuentro. Valdez había escuchado que el único puente que no había sido destruido era el de Balsas en Concepción. La consigna de los habitantes de Concepción era impedir el ingreso de las tropas realistas. En este sentido, las Toledo organizaron a la población para defender el puente. Ellas se alistaron con las armas que tenían a la mano y se prepararon para resistir hasta la muerte. Al parecer, sus coordinaciones permitieron una escasa cantidad de muertos por parte de las huestes separatistas. Al final, las tropas de Valdez se retiraron aguas abajo en busca de un paso cerca de Huancayo, consiguieron cruzar el río y luego marchar sobre Concepción, que ya había sido evacuado. El pueblo fue inmediatamente entregado al más completo pillaje de sus tropas.
Algunos investigadores señalan que la huida de las Toledo junto con la población a Comas, pasando por Ocopa, fue la última noticia que tuvieron de ellas. Al día siguiente recién, los realistas pudieron ingresar a Concepción y encontraron la ciudad desierta, por lo que saquearon los bienes que podían e incendiaron a su paso. E incluso un grupo de indígenas cercanos a Concepción se organizaron para retrasar a los realistas en su persecución de los pobladores, empero, fueron rápidamente vencidos.
Juana de Dios Manrique de Luna
Nació en Lima en 1800. Estuvo casada con José Cayetano Luna Zegarra. La denominada “marquesa de Lara”, fue una aristócrata limeña que formaba parte de las redes de mujeres dedicadas a conspirar, a través del espionaje y la transmisión de correspondencia en favor del bando patriota, además de brindar el apoyo de su familia en el uso de sus recursos y propiedades. Los Luna-Manrique y su relación con la causa patriótica se remonta a las primeras acciones de las expediciones de Cochrane, donde además de aprovisionar a sus tropas, establecieron puentes entre la expedición y los partidarios locales de la independencia.
Cuando las tropas de José de Canterac capturaron Lima el 18 de junio de 1823 y las fuerzas patriotas se retiraron a los castillos del Callao, se activó esta red clandestina de informantes. La casa de Juana de Dios Manrique, convirtió en el centro neurálgico de la red que brindaba información a las fuerzas patriotas sobre los movimientos de las realistas en Lima al mando de José Rodil.
La figura principal en el intercambio de correspondencia, cuyo centro era la casa de Manrique de Luna, fue el chorrillano José Silverio Olaya, con quien poseía una relación cercana. Por su actividad como pescador, le resultaba fácil cubrir la ruta de Chorrillos al Callao, por lo que Manrique de Luna le solicitó establecer contacto con su tío Andrés Riquero, que se encontraba refugiado en los castillos del Callao, para establecer un canal de comunicación con las patriotas en Lima. Cuando el pescador fue capturado por las autoridades virreinales, lo torturaron para sacarle información sobre los patriotas a los que remitía correspondencia. Sin embargo, no obtuvieron respuestas. Trataron de llevarse a Juana de Dios Manrique de Luna con el objetivo de interrogarla. Sin embargo, al encontrarse con un embarazo avanzado, no pudo ser sacada de su casa, por lo que en su reemplazo fue su tía Antonia Zumaeta. En el careo frente a la tía de Manrique, Olaya señaló que no la conocía, señalando, además, que no revelaría ningún nombre “aunque perdiera mil vidas”. Finalmente, Olaya fue fusilado el mismo día.
Simón Bolívar la llamó “La patrona de Lima” en reconocimiento por sus acciones. Falleció en Lima en 1877.
Matiaza Rimachi
Al parecer nació en Chachapoyas en 1769. Fue una figura destacada que lideró a las mujeres amazonenses en la batalla de Higos Urco, el 6 de junio de 1821, para apoyar a los soldados patriotas que enfrentaron a las tropas realistas que habían arribado desde Moyobamba.
El coronel Juan Valdivieso es quien dejó testimonio de la colaboración femenina que se expresó en dar agua, al ser ese día particularmente caluroso, y comida a los soldados, pero, también, en usar piedras y palos para combatir a la otra parte. Todas estas acciones moldearon la memoria colectiva de los amazonenses sobre la importante participación femenina durante la batalla de Higos Urco.
Es posible que Rimachi administrara un obraje que elaborara prendas de algodón lo que era una manufactura común en la región. Algunos autores han afirmado que, desde el arribo de Valdivieso a Chachapoyas, Matiaza realizó tareas de espionaje e inteligencia. Al mismo tiempo, vociferó de forma pública su apoyo a la causa patriota e intentó persuadir a los demás de afiliarse a la causa patriota.
Durante la batalla de Higos Urco, Matiaza contaba con la edad 52 años. La memoria histórica de sus acciones heroicas ha sido muy particular. Aunque, no existían registros escritos sobre su accionar en la batalla de forma directa, sin embargo, los amazonenses se han encargado de recordarlos de manera oral, generación tras generación.
Alejo Martínez Lira
Natural de Jauja, nació en 1786. Se conoce poco de su vida hasta el momento en que el ejército de Álvarez de Arenales llegó al valle del Mantaro. Al parecer, participó en la batalla de “la cuesta” de Jauja o Puchucocha, que permitió luego la jura de la independencia de Jauja, en la cual se considera que tuvo un papel importante. También participó en la batalla de Cerro de Pasco y fue un activo colaborador en las guerrillas comandadas por Guillermo Miller.
En 1822, el marqués de Torre Tagle lo asciende de rango, a capitán de granaderos del 1er. batallón del regimiento cívico de infantería de Jauja. Luego de ser ocupado el valle del Mantaro por los realistas, se trasladó a la ciudad de Lima, siendo luego destacado a Cajamarca como capitán de Primera Compañía del segundo batallón de tiradores de la guardia. En 1824, fue nombrado contralor del hospital en el cuartel general de Jauja.
Luego de la independencia, pasó a trabajar en la prefectura de Huánuco. En 1833, se le concedió el rango de comandante del Batallón de Infantería Cívica de Jauja.
Ignacio Quispe Ninavilca
Fue cacique de Huarochirí. Con el arribo de la Expedición Libertadora a las costas del Perú en 1820, se sumó a las fuerzas de San Martín, siendo un elemento clave en la movilización de guerrilleros y en la guerra de recursos. Ninavilca tuvo una efectiva red de informantes, vigilando los caminos hacia Lima, permitiéndole la captura del botín del subdelegado de Cocachacra, donde los guerrilleros se hicieron de 100 fusiles y varios prisioneros.
Fue una figura importante para la administración de la provincia de Huarochirí, por lo que era estratégico darle visibilidad para mantener el control sobre esta provincia. En 1822, fue nombrado gobernador de Huarochirí, en un momento en que la situación complicada para la provincia. Por la guerra, los saqueos habían aumentado, las comunidades pasaban hambre, la demanda por tropas era cada vez más dura, sobre todo cuando la campaña militar bolivariana se desplazó por la sierra.
En 1823, Ninavilca se encontró envuelto en los enfrentamientos entre José de la Riva-Agüero y Simón Bolívar, brindándole su apoyo al primero, sustentado en un sentimiento nacionalista frente a la injerencia de un extranjero en la guerra. La situación de Ninavilca se complicó cuando el presidente Torre Tagle lo capturó y encerró en los castillos del Callao, prisión del cual escapó. Finalmente, Simón Bolívar incorporó al cacique a sus fuerzas, para poder controlar la ruta de la costa a la sierra central. Al final, colaboró con las fuerzas colombianas, aunque nunca fueron de su agrado, debido a las constantes fricciones entre las tropas bolivarianas y la población de Huarochirí.
Ninavilca se convirtió en un importante actor político, combinando su actividad guerrillera con las luchas políticas. En 1827, fue elegido diputado por Lima para el Congreso Constituyente. En 1828, fue acusado de conspirar en contra de La Mar, pero fue salvado de ser ejecutado por Andrés de Santa Cruz. También estuvo envuelto en las guerras civiles, primero apoyando a Salaverry en contra de Gamarra en 1832 y 1833 y apoyando a Luis José Orbegoso en contra Salaverry, y al mariscal Santa Cruz, en 1835.
José Manuel Valdés
Nació en Lima en 1767. Fue una de las figuras más prominentes del mundo académico y de la medicina peruana de inicios del siglo XIX. De origen afroperuano, estudió en el colegio de San Ildefonso, donde aprendió el latín, teología, filosofía y matemáticas. Realizó sus prácticas en el hospital de San Andrés, bajo la tutela de Juan de la Roca, después de haberse graduado de cirujano latino en 1788. Las habilidades de Valdés le permitieron consolidarse rápidamente como un médico prominente en la sociedad limeña.
Su carrera profesional dio un importante salto en 1811, cuando es nombrado examinador de cirugía y catedrático de clínica externa de San Marcos; además de ser médico titular en los hospitales de San Pedro y San Juan de Dios, de varios monasterios de Lima.
Con la llegada de San Martín a las costas del Perú en septiembre de 1820. Valdez se comprometió con el Ejército Libertador una vez se estableció su cuartel en Huaura, apoyando en la cura de las enfermedades que afectaron a los soldados. En 1822, José de San Martín lo nombró miembro de la Sociedad Patriótica de Lima. Luego es asume el cargo de médico de cámara del gobierno. En 1827, asumió como catedrático de vísperas de Medicina en San Marcos, y luego de la reorganización del Colegio de San Fernando, asumió la cátedra de Patología y Terapéutica, cargo que ocupó hasta 1835. En 1828, fue elegido como diputado suplente por Lima, el único cargo político que asumió en su vida.
En 1835, fue nombrado como cabeza del Protomedicato General del Estado, institución que reemplazó al virreinal Tribunal del Protomedicato y en 1840, asumió la dirección del Colegio de la Independencia, antiguo colegio de San Fernando. Murió en Lima en 1843.
Cayetano Quirós
Cayetano Quirós fue un conocido bandolero oriundo de Ica, quien se sumó al bando patriota, con una importante participación desde la instalación del cuartel de San Martín en Huacho, y durante el régimen del protectorado, hasta su captura y ejecución en 1822.
Las acciones de la guerrilla de Quirós se distribuyeron por la zona central del Perú, cumpliendo misiones en un espacio que abarcaba, en aquel entonces, las intendencias de Lima, Tarma y Huamanga, cobrando fama entre los mandos militares al punto ingresar al escalafón de oficiales como capitán de caballería. Las guerrillas y montoneras fueron importantes en la guerra de recursos impulsada por San Martín, sobre todo porque le garantizaba al ejército patriota el control de los limitados aprovisionamientos para mantener a la tropa. En 1821, consiguieron triunfos en Quiapa y Huampaní. En setiembre se enfrentaron a las fuerzas de Canterac, quien había atacado los castillos del Callao y tomado Lurín.
En enero de 1822, Quirós pasó a Ica, para apoyar el desplazamiento de las fuerzas patriotas que estaban comandadas por Domingo Tristán. Las guerrillas comandadas por Cayetano Quirós y Marcelino Carreño, tomaron la vanguardia de avanzar hacía Nazca, para conectarse con los partidarios de la independencia en Lucanas, Parinacochas y Caravelí, pero la derrota en la batalla de Macacona arruinó el avance de Quirós en la sierra ayacuchana. Luego de ser perseguido por las tropas comandadas por Rodil y Carratalá, Quirós fue sorprendido el 27 de abril de 1822 por las fuerzas de Carratalá en Paras, siendo la guerrilla derrotada. Quirós se vio obligado a escapar de la zona con solo veinte de sus hombres, perdiendo a su esposa en el enfrentamiento.
Quirós fue capturado por el teniente coronel Gerónimo Villagra en un lugar llamado La Puntilla, mientras se encontraba rumbo a Pisco. Finalmente fue fusilado el 5 de mayo de 1822 en la plaza de armas de Ica.
Petronila Abeleyra Sotelo
Nació en Tarma, en 1794. En 1817 se casó con Francisco de Paula Otero, natural de Jujuy, quien había arribado al virreinato peruano en 1809 con el fin de comerciar mulas. Otero fue testigo del surgimiento de la lucha por la independencia de la región del Río de la Plata. En su residencia en el Perú estaba convencido de la causa patriota, además integraba redes de informantes y simpatizantes patriotas entre los territorios virreinales del Perú y Rio de la Plata, entre los que se encontraba Juan Antonio Álvarez de Arenales. Petronila, a pesar de provenir de la elite, reveló su temprana manifestación patriota.
La pareja tuvo una mayor implicancia en la causa patriota cuando la Expedición de Álvarez de Arenales llegó a fines de 1820 por la sierra peruana. Petronila tuvo injerencia en la circulación de la información entre su esposo y José de San Martín. La amplia red comercial de la pareja que incluía a sus familias respectivas y a numerosos individuos y familias de los sectores altos y medios fomentó la circulación de información clave para la Expedición Libertadora y la divulgación de ideas libertarias.
Álvarez de Arenales tenía la tarea de conseguir la adhesión de las ciudades del interior a la causa patriota, entre ellos, la jura de la independencia en Tarma, que motivó la manifestación colectiva de su adherencia separatista por las poblaciones tarmeñas y de alrededor.
Fue testigo de los principales hechos que marcaron la política de inicios de la República. Junto con su esposo se estableció en Huánuco y tuvo comunicación con José Antonio de Sucre. Otero tuvo un papel importante en las coordinaciones para el movimiento y abastecimiento de tropas en la campaña final. Murió en Tarma, en 1857.
María Valdizán
Poco se sabe de la vida de María Valdizán, salvo que su vida trascurrió sobre todo en Villa de Pasco y San Esteban de Yauricocha, hoy Cerro de Pasco.
Fue partidaria de la causa patriota, lo que demostró cuando del Ejército Libertador llegó a la región de Pasco. Dio hospedaje al general Juan Antonio Álvarez de Arenales, el coronel Manuel Rojas, Agustín Gamarra, José Félix Aldao, Francisco de Paula Otero y otros más. Además, contribuyó con el alojamiento, la alimentación y la ayuda a los soldados enfermos convirtiéndose sus propiedades en refugio y centro de operaciones. También contribuyó como intermediaria de las comunicaciones entre las tropas que se encontraban en la zona y el cuartel general del Ejército patriota.
Fue delatada por Miguel Francisco Maíz de Arcas quien había sido declarado comandante militar Cerro de Pasco por Otero y que, en octubre de 1821, junto a otros mineros, regresaron a apoyar la causa realista. María, con alrededor de 70 años, fue encarcelada y sometida a maltratos con el fin de que confesara sus nexos de comunicación y el contenido de su conocimiento de los movimientos de los patriotas. Al no brindar la información que querían los realistas, fue ejecutada por el coronel español José Carratalá.
Sucre, Antonio José de
Nació en Cumaná, en 1795. Estudió ingeniería militar y fue cadete de los Húsares Nobles de Fernando VII. En 1810 la Junta de Gobierno de Cumaná le nombró subteniente de Milicias Regladas de Infantería, grado que le confirmó la Junta Suprema de Caracas. Luego fue comandante de Ingenieros en la isla Margarita. Combatió en defensa de la I República frente a la reconquista de Domingo Monteverde hasta la capitulación de San Mateo, tras la cual regresó a Cumaná, de donde se trasladó a Trinidad. Regresó en 1813, para organizar la resistencia oriental bajo las órdenes de Santiago Mariño, participando en la batalla de Maturín y en la rendición de Cumaná. En 1817, luego de rechazar la autoridad de Mariño, abandonó el Oriente, su región natal, y se trasladó a la Guayana, para ponerse a órdenes de Bolívar, quien lo nombró gobernador de la Antigua Guayana y comandante general del Bajo Orinoco.
Sucre fue importante para que Bolívar diseñara lo que sería Colombia, una nación que se crearía a uniendo Colombia, Venezuela y Ecuador. Sucre fue enviado a las Antillas para conseguir material de guerra para la Gran Colombia, encargo que cumplió fielmente. Ese año de 1820 fue ministro interino de Guerra y Marina y jefe titular de Estado Mayor General. En 1821 fue nombrado comandante del Ejército Sur, encargándole la misión de trasladarse a Guayaquil y conseguir que aceptase incorporarse a la Gran Colombia y de allí asegurar la independencia de la Audiencia de Quito, que logró luego de vencer al general Melchor Aymerich en la batalla de Pichincha el 24 de mayo de 1822. Los patriotas libraron Quito, pero además Guayaquil decidió unirse incondicionalmente a la Gran Colombia.
Enviado por Bolívar, Sucre llegó a Lima el 10 de mayo de 1823, donde fue nombrado comandante del Ejército Unido. Participó en la segunda campaña de puertos intermedios, pero las operaciones militares no fueron favorables para los patriotas, a pesar de la victoria de Santa Cruz en Zepita, por lo que Sucre tuvo que retirarse a Lima. El 1 de septiembre de ese año llegó Bolívar al Perú, dirigiendo el Ejército de la mano con Sucre. Luego de la victoria de Junín el 6 de agosto de 1824, el ejército patriota se dirigió rumbo al Cusco, donde estaba el ejército realista. Bolívar dejó el mando del Ejército Unido Libertador a Sucre en Andahuaylas. Fue Sucre quien maniobró para colocar sus tropas en un sitio ventajoso frente al Ejército realista y se trasladó a Ayacucho, donde derrotó al virrey José de la Serna el 9 de diciembre, obteniendo la gran victoria que selló la independencia de América. El Congreso de Colombia nombró a Sucre general en jefe y el Congreso de Perú le dio el título de gran mariscal de Ayacucho. Luego de la victoria de Ayacucho, Sucre entró triunfante en Cuzco y libertó las provincias del Alto Perú. Esta última región se conformaría en una República llamada Bolivia y nombró a Sucre como presidente vitalicio, cargo que ocupó hasta 1828.
En 1829, volvió al mando del ejército de Colombia para afrontar la ofensiva peruana en el sur del Ecuador, consiguiendo una gran victoria en el Portete de Tarqui. Posteriormente, volvió a Bogotá, mientras la confederación de la Gran Colombia empezaba a saltar por los aires. Se dirigió a Quito para unirse con su familia y fue asesinado en la montaña de Berruecos el 4 de junio de 1830.
Valdés, Gerónimo
Nació en Villarín de Asturias (España), en 1784. Estudió en el Seminario de Lugo y en la Universidad de Oviedo. En esta adquirió el grado de bachiller en Derecho Canónico y Derecho Civil. Ante la invasión francesa a España, en 1808, se organizaron regimientos de las juventudes asturianas para combatirla, iniciando en este escenario su vida militar y alcanzando varios grados hasta ser nombrado benemérito a la patria. A petición propia, en 1815, solicitó viajar a América, embarcándose el siguiente año en la comitiva de De la Serna, quien fue enviado en calidad de general en jefe del ejército del Alto Perú para suceder a Joaquín de la Pezuela. Su participación militar fue notable, al punto de que logró demorar la Independencia del Perú hasta 1824.
Tras la deposición de Pezuela, Valdés participó en diversas batallas en la sierra de la campaña realista con Canterac, sorprendiendo en Quera a parte de la división peruana de Domingo Tristán, derrotando a Rudecindo Alvarado en Torata y Moquegua, y a Santa Cruz en Zepita. Por órdenes del nuevo virrey De la Serna y con el nombramiento de comandante general del ejército del Perú, tomó parte en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, en la que finalmente la resistencia realista fue derrotada. Tras esta pérdida, regresó a España en 1825 para continuar con su vida militar en Europa, alcanzando cargos políticos importantes en la corte.
Tagle, José Bernardo de
Nació en Lima, en 1779. Desde niño, ingresó a la milicia provincial de Lima, y en 1790, se incorporó a este mismo regimiento como portaguión. En 1801, a la muerte de su padre, heredó el título de marqués de Torre Tagle y el cargo de comisario de guerra y marina del Callao. En 1811, fue elegido alcalde de Lima y se enroló en el regimiento de la Concordia hasta ascender a coronel. Hacia 1812, salió reelecto alcalde y en 1813 fue elegido diputado a las Cortes de Cádiz. Su elección se debió a que, en ese tiempo, Torre Tagle se vinculó con un grupo de nobles limeños liberales que buscaban reformas en la administración del virreinato. Por tal motivo, el virrey Abascal propició su viaje como diputado por Lima a las Cortes de Cádiz. Durante su estancia en España, envió una petición al rey para poder ser nombrado intendente de Tarma o de Trujillo, pero este solo accedió a nombrarlo intendente de La Paz, en 1815.
Cuando llegó al Perú, no pudo ocupar el cargo de intendente de La Paz porque, el entonces virrey Pezuela, le negó la posibilidad de ejercer sus funciones ahí, dándole interinamente, en 1820, el cargo de intendente de Trujillo. En este punto fue que logró adquirir mayor participación política en la causa libertadora. Tras la llegada de San Martín al Perú y su continuo contacto con él, proclamó la independencia en Trujillo y se encargó de conseguir financiamiento y recursos para la Expedición Libertadora.
Durante el gobierno de San Martín, fue encargado de tomar el poder supremo cuando el protector resolvía asuntos fuera de la patria. Además, fue nombrado gobernador de la plaza del Callao. Con la separación de los poderes Ejecutivo y Legislativo, y la partida de San Martín, pasó a tomar el cargo supremo de la Junta Gubernativa. Sin embargo, pronto entregó el poder a manos de José de la Riva-Agüero. Con la llegada de Bolívar, previa autorización del Congreso, Torre Tagle se puso a su servicio, teniendo como encargo erradicar la presencia de Riva-Agüero y vigilar a todos los golpistas que intentaran tomar el poder.
Con el paso del tiempo, las hostilidades continuaron y cada vez más los objetivos de él y de Bolívar se iban distanciando. Torre Tagle fue removido del cargo de presidente que ostentaba bajo su mandato. Al no tener ningún cargo en el gobierno, Bolívar intentó fusilarlo, debido a las sospechas de ciertas negociaciones entre él y el ejército realista, pero no se logró el objetivo. A finales de 1824, Torre Tagle consiguió refugiarse en la Fortaleza del Real Felipe, capturada por los realistas, junto con su familia, en busca de protección. La estadía fue larga y dura, debido a las pésimas condiciones, hambre y enfermedades que se vivieron en el recinto. Falleció en el Fortaleza del Real Felipe, el 26 de setiembre de 1825, víctima del escorbuto.
Santa Cruz, Andrés de
Nació en La Paz, en 1792. Realizó sus primeros estudios en el Colegio San Francisco de La Paz y en el Colegio San Buenaventura del Cusco. A los diecisiete años se incorporó al ejército realista como alférez de regimiento. Su carrera militar empezó en el contexto de la invasión de las tropas rioplatenses al Alto Perú, al iniciarse la guerra de la independencia hispanoamericana, y poco a poco fue ascendiendo tras participar en distintos enfrentamientos. En 1820, después de la batalla de Cerro de Pasco, fue apresado y conducido al cuartel general patriota de Huaura, donde decidió abrazar la causa independentista. Santa Cruz fue admitido con su rango de teniente coronel y se sumó a las tropas de Sucre. Por su actuación en la batalla de Zepita contra el ejército realista comandado por Valdés, el Congreso peruano le concedió el rango de gran mariscal del Perú.
Después de ejercer como prefecto de La Paz, ocupó la presidencia del Consejo de Gobierno (1826-1827). Al poco tiempo, por presiones políticas, convocó a nuevo Congreso y la Constitución Vitalicia fue abolida. Regresó a Bolivia, y tras la invasión de Gamarra en 1828 y la renuncia de Sucre, fue elegido presidente en 1829. Organizó el país por medio de la aprobación de una segunda Constitución y puso en vigencia los códigos civil, mercantil, penal, de procedimientos y de minas.
Regresó al Perú, ante la situación de anarquía en que se encontraba el país por los conflictos entre el presidente Orbegoso y Salaverry, y pudo concretar el proyecto de Confederación Perú-Boliviana con Agustín Gamarra. Estuvo conformada por tres Estados —Norte (norte peruano), Centro (sur peruano) y Sur (Bolivia)— y buscaba consolidarse como una potencia sudamericana.
Instalada la Confederación Perú-Boliviana, Chile y Argentina se opusieron a esta, por lo que declararon la guerra y, tras diversas batallas, Santa Cruz renunció a la presidencia después su derrumbe. Intentó regresar a Bolivia, pero los chilenos lo hicieron prisionero y lo recluyeron durante dos años, hasta que finalmente un convenio entre los gobiernos chileno y boliviano permitió su marcha a Europa. Residió en Francia hasta su muerte, ocurrida en 1865, en Beauvoir, cerca de Nantes, y fue enterrado en Versalles.
Salazar y Baquíjano, Manuel
Nació en Lima, en 1777. Al pertenecer a una encumbrada familia criolla de la capital, tuvo una educación esmerada y fue investido con cargos militares. Como sobrino de José Baquíjano y Carrillo, conde de Vistaflorida, heredó el título, ya que este murió sin descendencia. Junto a su hermano Miguel, firmó el Acta de Independencia, aprobada en sesión de cabildo abierto, el 15 de julio de 1821. En la convocatoria de representantes para el Congreso, fue elegido diputado por el distrito de Huaylas, llegando a integrar el primer Congreso Constituyente en 1822. A la renuncia de San Martín al Protectorado, fue miembro de la Junta Gubernativa que sucedió al Libertador, al lado de Felipe Antonio Alvarado y José de La Mar.
Presidió el Congreso Constituyente, entre el 20 de octubre al 20 de noviembre de 1823, en el período en el que se promulgó la primera Constitución republicana del Perú, aunque después fue suspendida para no interferir con las facultades otorgadas a Simón Bolívar, para que concluyera con la independencia del territorio nacional. Durante esos años, se mantuvo momentáneamente inactivo en la política. Fue designado prefecto de Lima en 1825, y en 1827, postuló nuevamente al Congreso por la provincia de Chumbivilcas. En este, fue parte de la elaboración de una segunda Constitución que iba a reemplazar la carta vitalicia de Bolívar.
El 10 de junio de 1827, fue elegido vicepresidente de la República en la gestión de La Mar. Se hizo cargo del mando del país durante la ausencia de aquel, en junio de 1828, con motivo del estallido de la guerra contra la Gran Colombia, hasta el golpe de Estado dado por La Fuente, en junio de 1829. Tras esta mala experiencia, se retiró de la capital, pero por poco tiempo, ya que después se desempeñó como consejero de Estado de Felipe Santiago Salaverry y de parte del Congreso tras la disolución de la Confederación Perú-Boliviana. Falleció el 7 de noviembre de 1850.
Sánchez Carrión, José Faustino
Nació en Huamachuco, en 1787. Hizo sus estudios clericales en el Seminario de San Carlos y San Marcelo en Trujillo, deseando abrazar el estado clerical, pero dejó la carrera eclesiástica para trasladarse a Lima a fin de estudiar Leyes en el Real Convictorio de San Carlos. En 1817, se recibe de abogado ante la audiencia de Lima. En 1821, es expulsado de su cargo de profesor del Real Convictorio de San Carlos y de la Universidad de San Marcos por sus ideas favorables a la independencia. Formó parte de la Junta Conservadora de la Libertad de Imprenta, presidida por Toribio Rodríguez de Mendoza, alcanzando más notoriedad tras el debate que se originó en el seno de la Sociedad Patriótica de Lima, sobre la forma de gobierno que debía tener la naciente República peruana.
Muchas de sus ideas las va plasmando en diversos periódicos, como El Correo Mercantil y Político, en sus famosas Cartas del Solitario de Sayán, y en La Abeja Republicana. Desde ese entonces, se hizo portavoz de los partidarios de la República, y se enfrentó al ministro Bernardo de Monteagudo y sus ideales monárquicos, tanto que cuando este fue asesinado, indicaron a Sánchez Carrión como autor intelectual, aunque hasta el día de hoy este crimen resulta ser un misterio.
En el Congreso General Constituyente, Sánchez Carrión desempeñó las funciones de secretario, y se le comisiona las gestiones de la llegada de Simón Bolívar en 1823, para que continúe con la independencia en todo el territorio nacional. Fue nombrado ministro general de los Negocios del Perú en abril de 1824, y en febrero de 1825, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Fue llamado a formar la Junta de Gobierno, que debía encargarse del manejo del país durante la ausencia de Bolívar, pero tuvo que renunciar por sentirse enfermo. Se retiró a Lurín, donde falleció el 3 de junio de 1825.
San Martín, José de
José Francisco de San Martín y Matorras nació el 25 de febrero de 1778, en el pueblo de Yapeyú, Misiones, en el virreinato del Río de la Plata. Hijo de un funcionario virreinal, a los seis años se trasladó con su familia a Buenos Aires, para dos años más tarde trasladarse a España. Estudió en el prestigioso Seminario de Nobles de Madrid, graduándose en 1789 como cadete del regimiento de Murcia, con el cual estuvo de guarnición en las plazas de África entre 1790 y 1793. A partir de entonces, San Martín inició su prolongada trayectoria en los campos de batalla. Tomó parte en la guerra con Portugal (1801), asistió al bloqueo de Gibraltar (1802) y, bajo las órdenes del general Solano, participó en la expedición a los Algarves y Alentejo (1807). Posteriormente, en el marco de las guerras independentistas españolas, tuvo una activa participación en las decisivas batallas de Bailén y La Albuera.
Tras haber alcanzado el grado de teniente coronel, San Martín, con treintaicinco años, retornó en 1812 a un convulsionado Buenos Aires, donde se involucró rápidamente en la causa independentista. Allí se le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo con el cual salió victorioso del combate de San Lorenzo, a inicios de febrero de 1813. Con aureola de experimentado guerrero, se le otorgó la jefatura del ejército del norte, en reemplazo de un desprestigiado Manuel Belgrano. En 1814, fue nombrado gobernador de Cuyo, con sede en la ciudad de Mendoza. Gracias a este cargo, tuvo las facultades políticas necesarias para echar a andar su plan político de liberación continental. El 1 de agosto de 1816, fue nombrado general en jefe del ejército de los Andes, y pocos meses después emprendió la campaña sobre Chile, cruzando la cordillera en febrero de 1817. Al año siguiente, la independencia de Chile estaba asegurada.
El siguiente objetivo político de San Martín fue el virreinato del Perú. Así, luego de haber reorganizado sus fuerzas en Chile, desembarcó en las playas de Pisco, el 8 de setiembre de 1820. Tras algunas maniobras militares y reuniones con diferentes representantes virreinales, San Martín ingresó en la capital peruana el 9 de julio de 1821 y proclamó la independencia el sábado 28. Asumió la jefatura de la nueva República bajo el título de protector. Sin embargo, a pesar del aparentemente raudo avance patriota, el conflicto estaba lejos de llegar a su fin. Tras abandonar Lima, los realistas se asentaron en el sur y desde allí ejercían una tenaz resistencia. Ante este problema, San Martín partió rumbo a Guayaquil, para entrevistarse con Simón Bolívar, a fin de coordinar algún apoyo militar. No lo consiguió. De regreso a Lima, se encontró con una situación política contraria a raíz de su afán por erigir una monarquía constitucional para el Perú. Bajo estas circunstancias, decidió convocar a un Congreso Constituyente y renunciar al cargo de protector. En setiembre de 1822, San Martín partió del puerto de Ancón a bordo del Belgrano rumbo a Valparaíso. Luego de verse involucrado en algunos otros hechos políticos en su país natal, el Libertador retornó a Europa en 1831, asentándose en una finca en Francia. Murió el 17 de agosto de 1850, a los setentaidós años.
Saco Oliveros, Pascual
Hijo de José Saco y Agustina Oliveros Arméstar, Pascual Saco Oliveros nació en Lambayeque, el 23 de octubre de 1796. Coadyuvó a la proclamación de la independencia en Lambayeque, el 27 de diciembre de 1820. Fue incorporado al ejército como capitán de caballería, y condujo hombres y recursos al cuartel general que San Martín había establecido en Huaura. Fue testigo de la entrada en Lima y el primer sitio del Callao. Como sargento mayor graduado en 1823, participó en la batalla de Zepita durante la segunda expedición a intermedios. Fue retirado del servicio en 1824, debido a su acercamiento a Riva-Agüero. Después de los años convulsionados por las guerras de independencia, se dedicó a la minería. Desde el ámbito militar, Saco y Oliveros demostró en diferentes ocasiones estar dispuestos a entregar su vida luchando en las guerras por la libertad del Perú.
En tiempos republicanos, fue reincorporado en 1827 al ejército y reconocido como sargento mayor efectivo. Fue el encargado de la organización de los cuerpos de caballería cívica en Lambayeque. En 1828, participó en la guerra contra Colombia, bajo las órdenes del general José de La Mar. Durante las décadas siguientes participó en guerras internas durante el periodo de los caudillos. En 1834, fue confinado tras verse involucrado en una conspiración contra el presidente Agustín Gamarra. Regresó a filas durante el gobierno de Luis José de Orbegoso y obtuvo su promoción de coronel graduado en 1834. Ese mismo año se trasladó a Arequipa, donde se desempeñó como mayor de plaza; al año siguiente, como jefe del estado mayor general. Con este cargo se unió al ejército boliviano comandado por el presidente Andrés de Santa Cruz. Luego se encargó de la prefectura de Junín, e intervino tanto en la campaña contra el general Felipe Santiago Salaverry como en la pacificación de los departamentos del norte.
Entre 1837 y 1839, ocupó la intendencia del Callao, enfrentó la segunda expedición restauradora, y combatió en la Portada de Guía, en el Puente de Buín y en Yungay. En 1841, secundó al presidente Gamarra en la campaña efectuada sobre Bolivia que concluyó adversamente con la batalla de Ingavi. Resistió en Puno contra la invasión boliviana y luego, en 1842, fue nombrado prefecto de esta región. Reconocido como coronel efectivo (1846), ocupó la inspección general del ejército (1849) y se desempeñó como jefe militar del ejército de Lima (1850). Despachó los Ministerios de Guerra y Hacienda (1853-1854) y dirigió el Colegio Militar (1855). A pesar de su avanzada edad, estuvo entre los que pelearon en el Combate del 2 de Mayo (1866). Falleció en Lima, en 1968, a los setentaitrés años.
Riva Agüero y Sánchez-Boquete, José de la
José Mariano de la Riva-Agüero y Sánchez-Boquete nació en Lima el 3 de mayo de 1783. Viajo a España a seguir con sus estudios. Fue condecorado con la orden de Carlos III en 1805, aunque se hace saber su descontento con las autoridades peninsulares por no oír sus pedidos de puesto de mayor importancia. En el contexto de la crisis monárquica, se convierte en informante de Gran Bretaña y se muestra partidario de la independencia, manteniendo correspondencia con Chile y Buenos Aires, lugares que habían establecido juntas de gobierno. En 1816, escribió Manifestación histórica y política de la revolución de la América y más especialmente de la parte que corresponde al Perú, y Río de la Plata. En este documento afirma que
La América permanece gobernada despóticamente sin observancia a ley alguna, expuestos sus habitantes a los diarios ultrajes y violencias de los ministros, virreyes y demás mandatarios; que unos en la distancia y otros cercanamente no la miran sino como a su patrimonio; y a sus moradores como a rebaños de oveja.
Riva-Agüero mantuvo una importante comunicación con José de San Martín, incluso antes de que este pisara suelo peruano. Pero esta relación de apoyo a San Martín se vio alterada una vez proclamada la independencia, debido a la presencia del ministro Monteagudo en los asuntos de gobierno. Tras las derrotas en las batallas de Torata y Moquegua frente a los españoles, criticó las acciones de la Junta Gubernativa, solicitando un cambio en el Poder Ejecutivo.
Lo que buscaba Riva-Agüero era la separación de los poderes Ejecutivo y Legislativo, para una mayor independencia de decisiones, exigiendo al Congreso disolver la Junta Gubernativa. Tal situación se dio tras el motín de Balconcillo. El Congreso, ante la presión, cede ante Riva-Agüero, y el 28 de febrero de 1823, fue investido con la banda presidencial. Por dicho acto es considerado como el primer presidente de facto de la naciente República peruana. Una vez que tomó el poder, sus principales medidas fueron organizar un buen ejército, aumentar las fuerzas navales, buscar nuevos fondos y créditos para solucionar el déficit del Estado, y enfrentar al ejército realista. Sin embargo, los planes de Riva-Agüero no fueron satisfactorios y los enfrentamientos con los españoles resultaron ser un fracaso total para los patriotas. A esto se sumó el trato hostil entre el Congreso y el Ejecutivo, que resolvieron dar un “poder militar” a Sucre para gobernar el Perú. Así, el 22 de junio de 1823, el Congreso presentó una moción para declarar a Riva-Agüero fuera del ejercicio de sus funciones y al día siguiente le expidieron un pasaporte para saliera del país.
Riva-Agüero no cedió ante la decisión y se aferró a su cargo en Trujillo, decretando la disolución del Congreso, pero lo destituyeron de su mando inmediatamente. Después, el 2 de setiembre de 1823, el Congreso mandó a llamar a Simón Bolívar a tomar el poder, y bajo el gobierno de este, Riva-Agüero vio peligrar su vida. Por sus tratos con los realistas, uno de sus generales lo apresó y fue desterrado a Guayaquil. No retornó a Lima hasta 1843, donde falleció en 1858.
Pezuela, José Joaquín de la
Nació en Naval, Huesca (España), el 22 de mayo de 1761, en el seno de una ilustre familia cántabra. Se formó en el Colegio de Artillería de Segovia, del cual egresó en 1778. Intervino en el sitio de Gibraltar (1782), y después en las campañas de Guipúzcoa y Navarra contra la Francia revolucionaria. Por real decreto, en agosto de 1804 recibió la comisión de reorganizar el cuerpo de artillería en las guarniciones de Lima y el Callao, embarcándose hacia América. Al año siguiente, promovió la construcción del cuartel de Santa Catalina, el establecimiento de una fábrica de pólvora y fundición de cañones, y la reglamentación de las prácticas de tiro. En abril de 1813, el virrey Abascal lo nombró general en jefe del ejército que operaba en Charcas contra los patriotas rioplatenses, resultando victorioso en las batallas de Vilcapuquio, Ayohuma y Viluma. Tras el mérito de estas campañas, fue ascendido a mariscal en 1814 y a teniente general de los reales ejércitos en 1816. La campaña fue resumida en un manuscrito posteriormente denominado Compendio de los sucesos ocurridos en el Ejército del Perú y sus provincias (1813-1816). Estas victorias también le aumentaron credenciales para convertirse en el sucesor de Abascal, al principio como virrey interino. Luego se le designó oficialmente virrey, gobernador y capitán general del Perú, el 7 de agosto de 1816.
Al flamante virrey Pezuela le tocó asumir el mando en una coyuntura realmente crítica. De acuerdo con Timothy Anna, entre 1816 y 1820, fueron dos elementos los que destruyeron el gobierno del virrey: el colapso financiero del régimen, causado por el cese total de los envíos marítimos de España, y la brillante estrategia de José de San Martín de cruzar los Andes para atacar no el Alto Perú, como los rebeldes de Buenos Aires habían estado haciendo durante seis años, sino Chile y liberarlo. El error estratégico de Pezuela con los avances patriotas le costó la confianza de sus principales comandantes, quienes el 29 de enero de 1821, en el famoso motín de Aznapuquio, lo destituyeron del cargo, siendo sucedido por De la Serna. Estos acontecimientos fueron desarrollados por su sobrino Fernando Zeballos y Pezuela en un folleto impreso en Río de Janeiro en 1821, titulado Rebelion en Aznapúquio por varios gefes del Exército Español, para deponer del mando al dignisimo Virrey del Perú el Teniente General D. Joaquin de la Pezuela. Pezuela retornó sin dilación a su patria en 1821, donde fue reconocido por su labor. Falleció en Madrid, el 24 de setiembre de 1830, a los sesentainueve años.
Pérez de Tudela, Manuel
Nació en Arica, el 10 de abril de 1774. Obtuvo el bachillerato y doctorado en Cánones en la Universidad de San Marcos. Tomó posición en la defensa legal de patriotas acusados por traición por parte del gobierno virreinal, ejercitando así sus convicciones liberales. Ocupada la ciudad por las fuerzas patriotas, el 15 de julio de 1821 redactó el acta del pronunciamiento que, en favor de la independencia, se suscribió en sesión de cabildo abierto. Tras la proclamación de San Martín, Pérez de Tudela fue parte en la Sociedad Patriótica, en la que expuso sus ideas republicanas.
Fue elegido diputado por Arequipa al primer Congreso Constituyente e integró la comisión que redactó las bases de la Constitución. Apoyó a Riva-Agüero en su motín, abandonando Lima, y aceptó asumir un nominal Ministerio de Hacienda. Fue desterrado a Chile al considerársele traidor por apoyar la posibilidad de llegar a un entendimiento con los españoles. Después, durante el gobierno de Bolívar, regresó a Lima, para ser parte del nuevo Congreso y representante del Perú en el Congreso de Panamá. Siguió ejerciendo su profesión de abogado y asumió algunos cargos públicos hasta que se jubiló en 1856. Falleció en Chorrillos, el 15 de marzo de 1863.
Orbegoso, Luis José de
Nació el 25 de agosto de 1795, en la hacienda Chuquisongo, en la provincia de Huamachuco. Hijo de un notable trujillano, Luis José recibió la tonsura en 1804, aunque su destino estaría alejado de la vida religiosa. A los doce años, su padre lo envió a Lima, en donde se matriculó en el Real Convictorio de San Carlos, obteniendo el bachillerato en Artes en 1812. Dos años más tarde, retornó a la ciudad de Trujillo para dedicarse a la administración de las propiedades familiares tras la muerte de su padre. A fines de febrero de 1815, Orbegoso ingresó al escalafón militar cuando el virrey Abascal le otorgó el grado de cadete del Regimiento de Milicias de Caballería de Lima. Cinco años más tarde, en un ambiente convulsionado por el conflicto independentista, Orbegoso ya portaba los distintivos de capitán. Muy pronto el ambicioso militar se alineó al bando patriota y respaldó la proclamación de independencia de Trujillo, realizada a finales de 1820, hecho que le valió que José de San Martín le confiriese la clase de sargento mayor de ejército, en enero de 1821, y posteriormente el grado de coronel, en julio de 1822. El arribo de Simón Bolívar al Perú significó un nuevo marco de oportunidades para Orbegoso. El libertador caraqueño lo nombró subprefecto de Lambayeque y, a inicios de setiembre de 1824, prefecto del departamento de La Libertad. Su misión al frente de ambos cargos fue la obtención de recursos para la prosecución de la campaña libertadora. Gracias a su correcto desempeño como funcionario público, Orbegoso obtuvo el grado de general de brigada en abril de 1826.
Tras el fracaso del plan vitalicio de Bolívar, la Junta de Gobierno presidida por Andrés de Santa Cruz convocó a elecciones para la conformación de un nuevo Congreso Constituyente, y Orbegoso fue elegido diputado por Huamachuco (1827). Meses más tarde, fue uno de los encargados de noticiar al mariscal José de La Mar su elección como presidente constitucional. Debido al estallido de la guerra contra la Gran Colombia (1828), Orbegoso tuvo que movilizarse al frente de batalla, batiéndose en el campo de Portete de Tarqui, en donde tuvo un destacado desempeño a pesar de la derrota peruana. En 1829, en medio de pleno conflicto internacional, se produjo una revolución encabezada por Agustín Gamarra que depuso al presidente La Mar. Disgustado por tal acción, Orbegoso se retiró a su hacienda Chuquisongo. En 1832, el Congreso le confirió la clase de general de división.
Retornó a la política cuando fue electo diputado de la Convención Nacional de 1833, que lo eligió presidente provisional en reemplazo del saliente Agustín Gamarra. Sin embargo, su elección causó gran desazón entre los gamarristas y allegados, quienes pronto empezaron una feroz campaña de hostigamiento. Abatido por la situación, Orbegoso se refugió en el Real Felipe, en donde le llegó la noticia de un levantamiento iniciado por Pedro Bermúdez (1834), el cual fracasó debido a la reacción de la población limeña. No obstante, a inicios de noviembre, el presidente provisorio se vio en la obligación de partir al sur para abatir un nuevo conato de revolución. En esta coyuntura, Felipe Santiago Salaverry, joven militar limeño, se sublevó en el Callao, en febrero de 1835. En tales circunstancias, Orbegoso pidió auxilio a Santa Cruz, presidente de Bolivia, a quien le transfirió sus poderes. Luego de las batallas de Yanacocha (1835) y Socabaya (1836), el bando conformado por Santa Cruz y Orbegoso resultó victorioso, dando paso al experimento político de la Confederación Perú-Boliviana.
El descalabro de la Confederación Perú-Boliviana a causa de las campañas restauradoras (1839) significó un duro revés para la figura de Orbegoso, quien tuvo que partir exiliado. En 1844, Manuel Ignacio de Vivanco le permitió el retorno al país. En el último tramo de su vida, Orbegoso se asentó en Trujillo, en donde encontró la muerte el 5 de febrero de 1847, a los cincuentaiún años.
O’Higgins Riquelme, Bernardo
Nació en Chillán (Chile), en 1778. Hijo ilegítimo del irlandés Ambrosio O’Higgins, capitán general de Chile (1788-1796) y trigésimo sexto virrey de Perú (1796-1801), y la chilena Isabel Riquelme y Meza. Fue trasladado a los doce años a Lima para estudiar en el Real Convictorio de San Carlos, cuando ejercía como rector Toribio Rodríguez de Mendoza. En esos años, esta entidad educativa contaba con un plantel con profesores de alto nivel académico, como José Baquíjano y Carrillo y José Faustino Sánchez Carrión, quienes influenciaron notablemente en los alumnos con sus ideas reformistas. Además, tuvo como compañero a Bernardo de Torre Tagle. En 1794, luego de su estadía de cuatro años en el Real Convictorio de San Carlos, fue enviado a continuar sus estudios en Richmond (Inglaterra), donde además entró en contacto con quién sería su principal mentor político: el profesor venezolano Francisco de Miranda y Rodríguez, ideólogo de la emancipación latinoamericana.
Junto a Miranda, se involucró en la conformación de la logia masónica Lautaro, en Londres, con la finalidad de luchar por la independencia de la América española, siguiendo el modelo norteamericano. Una denuncia de que Bernardo formaba parte del círculo conspirativo de Miranda llevó a que su padre fuera depuesto el 19 de junio de 1800 de su cargo de virrey del Perú. En 1802, tras la muerte de su padre, O’Higgins regresó a Chile, para luego dedicarse a la política insurgente.
En 1813, cuando José Miguel Carrera presidía la Junta de Santiago y dirigía una batalla contra las fuerzas expedicionarias realistas enviadas por el virrey Abascal, la asamblea lo destituyó, reemplazándolo con Bernardo O’Higgins. Con el mando supremo, no tuvo más éxito que Carrera ante el ejército procedente del Perú. Tras la derrota aplastante que sufrieron en manos de los realistas en la batalla de Rancagua, acabó la Patria Vieja. Carrera, O’Higgins y otros muchos se dirigieron a Mendoza.
O’Higgins forjó una sólida amistad con José de San Martín, a quien animó a cruzar la cordillera, decisión que luego se vio coronada el 18 de febrero de 1817, con la victoria de Chacabuco. En estas circunstancias, se instaura la Patria Nueva y se proclama como director supremo de Chile a San Martín, quien renuncia al cargo de inmediato a favor de O’Higgins. La independencia de Chile se selló con la batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818, en la que O’Higgins no participó. Entre 1818 y 1821, como director supremo de Chile, se perpetraron crímenes de Estado que removieron de la arena política a caudillos rivales y potenciales conspiradores, como los hermanos Carrera. Para evitar una inminente guerra civil, resultado de estas persecuciones, O’Higgins presentó su renuncia el 28 de enero de 1823 y se embarcó para el Perú, país donde permaneció los diecinueve últimos años de su vida amparado por el Estado peruano. Falleció en Lima, en 1842.
Luna Pizarro, Francisco Xavier de
Nació en Arequipa en 1780. Estudió Teología y Leyes en el Seminario de San Jerónimo, y se licenció tanto en Leyes y Cánones como en Sagrada Teología en la Universidad del Cusco. Para lograr el título de abogado, se presentó ante la Real Audiencia del Cusco. Ordenado como sacerdote, se dedicó también a la enseñanza de Filosofía y Matemáticas, y fue vicerrector y prefecto de estudios del seminario de Arequipa. Hacia 1819, con el título de doctor en Teología, fue designado rector del Colegio de Medicina de San Fernando. Como tal, le tocó presidir la ceremonia en la que se firmó el Acta de Independencia por parte de su institución. Tras la Independencia del Perú, participó en las elecciones congresales, siendo diputado por Arequipa en los Congresos Constituyentes de 1822, 1826, 1827-1828, y por Tinta (Cusco) en el de 1833-1834 y senador por Arequipa (1831 y 1832). Fue presidente del primer Congreso Constituyente (del 10 de septiembre al 20 de octubre de 1822) y miembro de la comisión de redacción del proyecto de Constitución de 1823.
Se expatrió a Chile cuando el mariscal José de la Riva-Agüero realizó el motín de Balconcillo. Retornó al Perú en 1825, luego de la batalla de Ayacucho. No obstante, regresó a Chile, desterrado por Bolívar, debido a su oposición a la dictadura, volviendo después de su caída. Al ser José de La Mar presidente, fue parte del flamante Congreso para redactar una nueva Constitución, pero propugnó la inclusión en ella de todo cuanto pudo de la de 1823. Luego fue desterrado otra vez ante la destitución de La Mar. En los siguientes años, desempeñó diversos cargos políticos y religiosos durante los gobiernos de Luis José de Orbegoso y Ramón Castilla. Fue nombrado arzobispo de Lima en 1846. Falleció en Lima, el 9 de febrero de 1855.
Necochea, Mariano
Nació en Buenos Aires, en 1792. Después de cumplir diez años, fue enviado a Sevilla a estudiar, pero debido a la muerte repentina de su padre, retornó en 1809, dedicándose al negocio familiar. En abril de 1812, se incorporó al Regimiento de Granaderos a Caballo, y asistió a la batalla de San Lorenzo, logrando una participación destacada que le valió el ascenso a sargento mayor. Con una carrera militar en ascenso, se enroló en el ejército del Alto Perú, bajo el mando del general Rondeau, luchando en Tejar, Venta y Media, y Sipe-Sipe. Integró también el Ejército Libertador de los Andes del general O’Higgins, combatiendo en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. Después de la campaña emancipadora en Chile, siguió al general San Martín con destino al Perú, siendo parte de la entrada en la capital, la toma del puerto del Callao y la expedición al sur hacia (1821).
Cuando San Martín renunció al título de protector del Perú, prestó servicios bajo las órdenes de Simón Bolívar. Bajo nuevo mandato, siguió batallando en la lucha independentista, siendo herido gravemente en Junín (1824). Fue reconocido políticamente por Bolívar al ser elegido en cargos de gobierno, como la dirección de la Casa de la Moneda, pero sufrió acusaciones que le valieron el destierro. Después de idas y venidas entre su ciudad natal, Chile y Perú, y participando en distintas campañas militares, su salud empeoró a causas de las heridas de guerra que sufriera años atrás, lo que se agravó en una severa lesión pulmonar. Se asentó en Miraflores hacia 1848 y falleció un año después.
Moreno, José Ignacio
Nació en Guayaquil (actual Ecuador), el 30 de julio de 1767, hijo del capitán José Ignacio Moreno y Ana Santisteban. Estudió en el Seminario Conciliar de Santo Toribio en Lima y se ordenó de presbítero. Tuvo una vida intelectual muy activa; formó parte de la Sociedad Amantes del País, corresponsal del Mercurio Peruano, maestro de Filosofía y Matemáticas, vicerrector del Real Convictorio de San Carlos y vicerrector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1826). Su participación política se mezcló con la misión parroquial que desempeñaba en el obispado de Junín, situación que lo llevó a involucrarse en dos hechos importantes que marcaron el siglo XIX: la rebelión de Huánuco (1812), en la que se opuso radicalmente a la idea de la anarquía, y la promulgación de la Constitución de Cádiz, cuando le tocó dar un discurso en su juramento.
Por sus ideas, el general José de San Martín lo convocó para ser parte de su nuevo proyecto de gobierno. El 1 de marzo de 1822, en el auditorio de la Sociedad Patriótica de Lima, Moreno defendió la propuesta de una monarquía constitucional ante un auditorio en el que primaban ideas republicanas. Según Samuel Rivera, el planteamiento de Moreno se basaba en los argumentos de Montesquieu, quien sostenía que el poder debía estar concentrado de manera inversamente proporcional con la educación. Así, en un pueblo poco educado como el nuestro, el poder solo iba a recaer en manos de unos pocos y no en todo el pueblo, si se optaba por un orden republicano. A ello se sumaba el principio que vinculaba el gobierno con la extensión y cantidad de habitantes: mientras más grande sea el país, sería mejor administrado por un gobierno eficaz, con una estabilidad que solo la daba la figura del rey.
Estas propuestas no fueron bien recibidas por los republicanos, como Faustino Sánchez Carrión, quien desde la La Abeja Republicana criticaba a San Martín y su proyecto monárquico. El monarquismo fue defendido por Moreno desde su tribuna El Vindicador, brindando su total rechazo a los comentarios de esas “víboras intelectuales” que echaban en cara las ambiciones del Libertador:
Peruanos ¿Sois libres? Si, por vuestra decidida opinión […] vuestra emancipación política es deudora a un ser que ha arrastrado los mayores peligros, por ponernos en posesión de libertad que tanto habéis suspirado; todo el oro del mundo y cuánto hay de precioso, no es suficiente paga a tanto bien; vuestro amor y gratitud puede compensar algo de la deuda, y así cantad himnos patrióticos de loor eterno, en honor a nuestro regenerador político, del inmortal San Martin (El Vindicador, 13 de enero de 1823).
Una vez terminada la contienda política, con la aplicación de una República como gobierno y el retiro de San Martín de la patria, Moreno se dedicó a sus labores religiosas y educativas, en las que obtuvo importantes cargos académicos. Asimismo, defendió desde sus escritos a la Iglesia católica de la intervención del Estado. Murió en Lima, el 7 de mayo de 1841.
Monteagudo, José Bernardo de
Nació en Tucumán (Argentina), el 20 de agosto de 1789. A pesar de ser hijo de un funcionario virreinal, la infancia de Monteagudo fue difícil. Tras ver morir a sus diez hermanos a causa de incontrolables epidemias y debido a la ruinosa situación económica de sus padres, su cuidado fue encargado al cura José Antonio Medina. Bajo la tutela de este, Monteagudo se matriculó en Derecho en la Universidad de Chuquisaca, graduándose en junio de 1808, año que coincide con los días de la crisis de la monarquía española.
Monteagudo, desde muy joven, fue seducido por las ideas liberales que circulaban en el ambiente intelectual universitario. No es de extrañar su activa participación en la revolución de Chuquisaca, ocurrida el 25 de mayo de 1809, en la que la Real Audiencia de Charcas, con el apoyo del claustro universitario, destituyó al gobernador y formó la Junta de Gobierno, que después fue liquidada por las autoridades realistas en enero de 1810. Durante esta etapa, su capacidad intelectual y su certera pluma se vieron reflejadas en textos como su famoso Diálogo entre Atahuallpa y Fernando VII o en la misma proclama de la revolución. Desbaratada la junta de gobierno, Monteagudo fue encarcelado. No obstante, a finales de 1809, tras burlar su encierro, se incorporó como auditor en el ejército del norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, comandado por Juan José Castelli en Potosí. Sin embargo, luego de la derrota del ejército de Castelli en Huaqui (1811), se trasladó a Buenos Aires, en donde inició una incansable actividad propagandística a favor de la causa independentista como editor de periódicos de tendencias radicales como el Mártir o Libre o El Grito del Sud.
En 1817, acompañó al general José de San Martín como auditor del ejército de los Andes y, tras el triunfo patriota en Maipú, participó en la redacción del Acta de Independencia de Chile. Luego, de la mano del Libertador, se enrumbó al Perú, en donde alcanzó la cúspide de su carrera política. Con la instalación del Protectorado, en 1821, Monteagudo recibió las carteras de Guerra y Marina, y posteriormente la de Estado y Relaciones Exteriores. Desde esta poderosa posición, el abogado tucumano dio rienda suelta a una abierta política en contra de los rivales del régimen. Así, uno de los grupos más abatidos fueron los residentes españoles.
Asimismo, apoyó también el proyecto monárquico constitucional, que no gozaba de popularidad en suelo peruano. Según su criterio, el espíritu del pueblo peruano seguía siendo de carácter servil, por lo cual, era “incapaz de ser gobernado por principios democráticos”. Debido a su implacable comportamiento político, Monteagudo se ganó peligrosos enemigos en Lima, quienes organizaron una manifestación que terminó con su deportación a Panamá. Lejos de dar por terminada su carrera política, Monteagudo entabló comunicación con Simón Bolívar desde su exilio y, gracias a mantener idearios políticos similares, se posicionó como uno de sus consejeros. Así, tras casi dos años fuera, Monteagudo retornó al Perú, en abril de 1824, nuevamente como hombre fuerte. Sin embargo, la noche del 28 de enero de 1825, Monteagudo fue asesinado. A pesar de haber apresado a sus verdugos, la extensa investigación que se llevó a cabo nunca llegó a desenmascarar al autor intelectual del crimen.
Miller, Guillermo
Nació en el poblado marítimo de Wingham, Kent (Inglaterra), el 12 de diciembre de 1795. A la corta edad de diecisiete años, se unió al ejército británico, combatiendo en contra de la invasión napoleónica a España. Arribó a Buenos Aires en 1817, con el interés de unirse al Ejército Libertador de José de San Martín, que en ese momento se encontraba en Chile. Logró presentarse ante él luego de cruzar los Andes. Participó en las batallas de Cancha Rayada y Maipú, importantes hitos que se tradujeron en la independencia de Chile.
Miller tuvo participación en dos expediciones antes de la llegada oficial de San Martín al Perú: en Supe y Pisco, ambas en 1819. Durante el periodo sanmartiniano, obtuvo el mando político y militar sobre la provincia de Ica, fue encargado de la Legión Peruana y se le condecoró con la Orden del Sol, entre otros logros. Por su parte, en el periodo bolivariano, participó bajo los mandos de Sucre y Necochea, lo que significó una importante contribución tanto en la batalla de Junín como en la de Ayacucho. Miller abandonó el Perú en 1825, envuelto en ciertos descontentos con la administración de Bolívar. Regresó en 1830, bajo otras circunstancias, quedando envuelto en los acontecimientos propios de dicha década, como la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, lo que le costó ser removido del listado de los grandes mariscales del Perú por el presidente provisorio Agustín Gamarra (1839). Posteriormente, el decreto de Gamarra que tanto lesionó la carrera militar de Miller fue revocado, restituyéndosele los títulos y honores que le correspondían. Miller falleció en Lima el 31 de octubre de 1861, convirtiéndose en un arquetipo de héroe nacional en el discurso histórico peruano de la época.
En 1828, su hermano John Miller publicó en Londres Memoirs of General Miller, in the Service of the Republic of Peru, texto elaborado a partir de abundante correspondencia y documentación que Guillermo le remitía desde el Perú. En palabras de John Miller (2021), estas memorias
[…] ofrecen materiales abundantes para la relación de las operaciones de la guerra de la independencia en las provincias del Río de la Plata, Chile y el Perú; y contienen descripciones y observaciones sobre aquellos dilatados países, con incidentes y anécdotas que ilustran acerca del carácter, maneras y costumbres de sus habitantes.
Fueron traducidas al español por José María de Torrijos al año siguiente.
Mariátegui, Francisco Javier
Nació el 22 de noviembre de 1793, en Lima. Estudió en el Real Convictorio de San Carlos, donde se graduó como bachiller en Sagrados Cánones. Luego ejerció la docencia en la misma casa de estudios, como profesor de Filosofía y Matemáticas. Se recibió como abogado en 1817 ante la Real Audiencia de Lima, y se graduó, en 1822, como doctor en Jurisprudencia en la Universidad de San Marcos.
Fue un acérrimo liberal y anticlerical, por lo que formó parte de un grupo de partidarios del separatismo respecto a España, que cumplía el rol propagandístico, permitiendo que el batallón realista Numancia se pasara al bando patriota. En 1821, firmó el Acta de Independencia aprobada por el pueblo en cabildo abierto. Tras haberse instalado el Protectorado, fue nombrado oficial mayor del Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores. Fue parte de la Sociedad Patriótica y desde allí defendió el sistema de gobierno republicano. En 1822, integró el primer Congreso Constituyente del Perú, siendo secretario. Asimismo, perteneció a la comisión encargada de redactar el proyecto de Constitución Política.
Ocupó diversos cargos públicos como ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores en el gobierno de José de La Mar (1827), y en el de Agustín Gamarra fue enviado a Ecuador como ministro plenipotenciario, cumpliendo un rol de arbitraje sobre la delimitación entre Ecuador y Colombia. En 1842, en su rol como ministro plenipotenciario en Bolivia, negoció el tratado de paz que puso término a la guerra entre el Perú y Bolivia. En 1884, a finales de la guerra con Chile, falleció a los noventaiún años.
La Serna, José
El cuadragésimo y último virrey del Perú nació en Jerez de la Frontera (España), en 1770. Realizó estudios en el Real Colegio de Artillería de Segovia, de donde egresó en 1789, con el grado de subteniente. Participó en la campaña de Cataluña contra la primera República francesa, entre 1794 y 1795. Además, se unió a las fuerzas marítimas en la guerra con Inglaterra en 1802 y en la península luchó contra las huestes francesas de ocupación. Todas sus intervenciones bélicas le permitieron ascender a mariscal de campo en 1815 y ser declarado benemérito a la patria en grado heroico.
De la Serna se embarcó en Cádiz y llegó en setiembre de 1816 al puerto de Arica, para asumir la conducción del ejército realista. Subestimó la eficacia de los soldados patriotas americanos y entró en desacuerdos con el entonces virrey Pezuela acerca del rumbo de la guerra. Al respecto, Timothy Anna señala que Pezuela ordenó al general De la Serna (quien asumía como comandante del Alto Perú) que hiciera un rápido ataque contra Manuel Belgrano en Tucumán, a fin de debilitar el flanco argentino. Dada la desesperada necesidad de prevenir una derrota total en la costa, dicha orden fue para De la Serna muy inapropiada y fue la que finalmente causó un fuerte desacuerdo con el virrey. De la Serna consideraba que Chile era la mayor amenaza. Después de este episodio, solicitó su renuncia a la comandancia. En setiembre de 1819, entregó el mando del ejército acantonado en Cochabamba al brigadier José Canterac y se enrumbó a Lima.
En la capital del virreinato del Perú fue ascendido a teniente general y se le nombró presidente de la Junta Consultiva de Guerra. En vista del fracaso de las operaciones del ejército realista, a fin de contrarrestar la incursión de los patriotas y de José de San Martín, fue nombrado virrey del Perú tras del motín de Aznapuquio, el 29 de enero de 1821. Su nombramiento fue mejor recibido por la opinión pública y la clase militar. Debido a la presión ejercida por San Martín y sus tropas, el último virrey del Perú se vio obligado a evacuar la ciudad de Lima después de una infructuosa entrevista con San Martín en Punchauca el 6 de junio de 1821. De la Serna trasladó el gobierno virreinal al Cusco, donde dictó órdenes sobre las jurisdicciones que se mantenían fieles a la Corona. Finalmente, fue herido y hecho prisionero en la batalla de Ayacucho (1824) y obligado a firmar la capitulación de las fuerzas armadas en ese lugar y año, reconociendo definitivamente la Independencia del Perú. Retornó a España y fue recibido con honores, otorgándosele el título de conde de los Andes. Falleció en Cádiz, el 6 de julio de 1832, a los sesentaidós años.
La Mar, José de
Nació en Cuenca (actual Ecuador), en 1778. Perteneciente a una familia de alcurnia, fue enviado a estudiar a España e ingresó al Colegio de Nobles de Madrid. Atraído por la carrera militar, pasó rápidamente a ser parte del ejército realista, logrando alcanzar altos grados militares, como la orden de San Hermenegildo. Regresó a América en 1816, con el cargo de inspector general del virreinato y jefe de la plaza del Callao. Defendió el Callao de los ataques de la expedición comandada por Cochrane, lo que le valió el reconocimiento, y fue condecorado por el virrey Pezuela, con el grado de mariscal de campo (1819).
Ante la destitución del virrey, no estuvo de acuerdo en la designación de De la Serna, por lo que no firmó la representación que hicieron los jefes del ejército realista acampado en Aznapuquio, pero sí se sometió a sus requerimientos y peticiones como jefe del ejército realista en el Perú. Cuando el nuevo virrey abandonó la capital, dejó a La Mar en la plaza del Callao, ordenándole que defendiera, a toda costa, la Fortaleza del Real Felipe hasta que fuese socorrido por los realistas que iban a regresar del sur. A pesar de ello, San Martín y sus tropas lograron instalarse en el puerto, y se le pidió su claudicación, pero La Mar siguió las órdenes de la Corona. El cerco al Callao fue tan rígido que no tuvo más remedio que capitular a favor de la causa independentista, consiguiendo una salida digna a los soldados realistas. Todas las propiedades españolas y embarcaciones fueron respetadas, y se acordó un completo olvido de opiniones y servicios prestados para aquellos hombres que pasaron a las filas patriotas.
San Martín, en octubre de 1821, lo nombró general de división, y empezó su vida política en el Perú, como diputado por Puno. Posteriormente, ante el retiro del general de la dirección política peruana, La Mar fue designado, junto a Felipe Antonio de Alvarado y Manuel Salazar y Baquíjano, presidente de la Junta Gubernativa, creada al instalarse el primer Congreso Constituyente, en octubre de 1822. Al empezar la campaña de Ayacucho, La Mar recibió el mando de la división que componían las tropas peruanas y obtuvo la victoria. Fue designado a que formase parte de la Junta de Gobierno (1825), que debía reemplazar a Bolívar en sus funciones para la conducción del Estado. Fue gobernador de Guayaquil, cuando se le presentó la oportunidad de ocupar la presidencia del Perú, por lo que regresó en 1827. Durante su gobierno, se promulgó la Constitución de 1828, elaborada sobre la base de la Constitución de 1823, y tuvo que enfrentar varios levantamientos caudillistas, conspiraciones y dos guerras (contra Bolivia y la Gran Colombia). Fue derrocado por Gamarra, y deportado a Costa Rica, donde murió en 1830.
Iturregui, Juan Manuel
Nació en la ciudad de Lambayeque, el 16 de abril de 1795. Sus padres fueron el español Ignacio Iturregui, y Catalina Aguilarte, matrona de distinguida alcurnia de Lambayeque y poseedora de una cuantiosa fortuna. Tras concluir sus estudios escolares, se trasladó a Lima para ser educado en el Real Convictorio de San Carlos bajo el rectorado de Toribio Rodríguez de Mendoza. A la muerte de su padre, su madre lo encaminó en la actividad comercial, enviándolo a Jamaica, para proveerse de mercadería. En su viaje, tomó contacto con muchos patriotas y se informó de la guerra que sostenía Simón Bolívar, lo que lo siguió acercando a los preceptos independentistas, además de apoyar en el tráfico de armas para los patriotas.
Luego del desembarco de José de San Martín en Paracas, en setiembre de 1820, Iturregui, quien se encontraba en Lambayeque, tomó contacto con el general argentino para coordinar futuras acciones. Coadyuvó a la proclamación de la independencia en su tierra natal, la cual sucedió el 27 de diciembre de 1820 y fue ratificada el 14 de enero de 1821 por el cabildo de Lambayeque. Organizó un regimiento de infantería cuya jefatura asumió por ser coronel de las milicias locales, que constituyó luego la base de la Legión Peruana. Quedó como miembro de la municipalidad de Lambayeque, y ante la crisis política entre el Congreso y el presidente Riva-Agüero, suscribió la moción que solicitó a este su renuncia en junio de 1823. Sin embargo, cuando Riva-Agüero se estableció en Trujillo, Iturregui aceptó representarlo como ministro plenipotenciario en Chile. Después, no vaciló en secundar las disposiciones de Bolívar.
Entre 1827 y 1833, permaneció en Londres como ministro plenipotenciario, atendiendo la venta del salitre peruano. Otra vez en Lima, fue incorporado al Consejo de Estado que constituyó el presidente Orbegoso en 1834. Luego, fue emisario de Felipe Santiago Salaverry. Posteriormente, fue acreditado una vez más como ministro plenipotenciario en Londres durante el primer gobierno de Ramón Castilla. De vuelta en el Perú, fue ministro de Hacienda, en 1849, y senador por el departamento de La Libertad entre 1849 y 1853, entre otros cargos. Murió el 31 de julio de 1871.
Gamarra, Agustín
Nació en el Cusco, en 1785. Estudió en el Colegio de San Buenaventura, perteneciente a la orden franciscana, pero dejó la carrera sacerdotal por la militar, en 1809, al enrolarse al ejército realista. Participó en las campañas del Alto Perú contra las fuerzas de rioplatenses, y fue parte del bando realista, que venció la rebelión de Mateo Pumacahua y los hermanos Angulo, en 1814, en el Cusco. Algo particular en su tiempo fue que logró, siendo criollo, alcanzar el grado de teniente coronel y jefe de batallón.
Con motivo del desembarco de San Martín en las costas del virreinato peruano, fue enviada una división a Lima. Entre esas tropas llegó Gamarra y se presentó ante San Martín para ponerse a sus órdenes. Como parte del bando patriota, participó en la campaña de Ica de 1822, donde fue derrotado. Más adelante, fue parte de la segunda campaña a puertos intermedios como segundo al mando de Andrés de Santa Cruz. Fue nombrado jefe del estado mayor, y destacó en la batalla de Ayacucho, en 1824, cuando Simón Bolívar estaba en el Perú.
Durante el gobierno de José de La Mar, participó en las guerras contra la Gran Colombia, como parte de la defensa del territorio peruano, en el grado de comandante general. Es en este punto que derrocó a La Mar y tomó el poder con el apoyo de Santa Cruz y Antonio Gutiérrez de la Fuente, ya que aquel firmó el Tratado de Girón, con el que aceptaba que dejaba las fronteras de ambos países en su antiguo estado. Fue nombrado presidente constitucional del Perú en dos ocasiones (1829 y 1839). Sus mandatos se caracterizaron por tener una política nacionalista, autoritaria y expansionista, lo que lo llevó a estar en constante conflicto con Bolivia, ya que tenía la idea de integrar al antiguo Alto Perú con el Perú. Este proyecto lo puso como antagonista de Andrés de Santa Cruz. Tras derrotar la Confederación Perú-Boliviana, murió en la batalla de Ingavi, el 18 de noviembre de 1841, intentando invadir Bolivia.
Cochrane, Thomas Alexander
Thomas Alexander Cochrane nació en Annsfield (Escocia), el 14 de diciembre de 1775, y se incorporó a la marina británica en 1793. En 1797, con el grado de teniente, combatió a las tropas napoleónicas en el Mediterráneo, al mando del pequeño bergantín Speedy. En los casi catorce meses que duró el mando de Cochrane en esta nave, capturó más de treintaitrés buques enemigos y quinientos treintaitrés prisioneros, cifra que era casi diez veces su dotación. A sus cortos veinticinco años, era famoso dentro de la Armada británica. En 1804, Cochrane recibió el mando de la fragata Pallas de treintaidós cañones, destinada a operar en el área de las islas Azores, con la cual también tuvo un desempeño encomiable, tras lograr capturar una cantidad impresionante de buques mercantes enemigos. En 1807, fue elegido miembro del Parlamento, representando al distrito de Westminster. En el ejercicio de sus funciones, fue un infatigable crítico de los abusos e irregularidades en el servicio naval, por lo que en varias oportunidades causó más de un sobresalto por su vehemencia y apasionamiento. En 1813, se vio involucrado en un escándalo financiero en la bolsa de valores de Londres, motivo por el cual fue condenado a un año de prisión. Fue expulsado de la Cámara de los Comunes y de la Armada británica.
En 1817, Cochrane publicó un aviso en uno de los principales periódicos de Londres, informando que estaba disponible para servir a las nuevas naciones que se estaban independizando en América del Sur. De todas las proposiciones que le llegaron, se decidió por la de Chile. Se enrumbó a este país, desembarcando el 28 de noviembre de 1818, en el puerto de Valparaíso. Fue investido con el grado de vicealmirante de la República de Chile. Cochrane asumió el mando de la Escuadra Nacional chilena, y zarpó al Perú con la fragata O’Higgins, en 1819, con el objetivo estratégico de apoderarse de la isla San Lorenzo y tender un rígido bloqueo al puerto del Callao, en el contexto de la guerra por la independencia peruana. Hizo frente a las naves enemigas ancladas en el Callao, y después se enrumbó hacia Pisco, Guayaquil y otros puertos, para aprovisionarse y realizar maniobras de intimidación. Retornó a las costas chilenas, donde su hazaña más notable fue destruir la fortaleza realista de Valdivia, en febrero de 1820. El dominio marítimo del almirante británico era casi total en el Pacífico.
El 5 de noviembre de 1820, capturó la fragata Esmeralda, considerada la mejor nave de la escuadra realista. Cochrane emitió ese mismo día la siguiente proclama:
Soldados de marina y marineros: Esta noche vamos á dar un golpe mortal al enemigo y mañana os presentaréis con orgullo delante del Callao; […] Recordad que habéis vencido en Valdivia y no os atemoricéis ante aquellos que un día huyeron de vuestra presencia.
Tomada la ciudad de Lima y proclamada la Independencia del Perú, Cochrane reclamó a San Martín el pago de los sueldos y premios para los oficiales y miembros de su escuadra. Tras la demora del pago, confiscó los tesoros confiados a su custodia, cuando el ejército realista, al mando de Canterac, amenazó Lima. Luego de discordias con San Martín por este incidente, retornó a Chile. Meses después, prestó servicios en Brasil bajo la invitación de Pedro I. Falleció en Londres, el 31 de octubre de 1860.
Canterac, José
José de Canterac nació el 29 de julio de 1786, en Casteljaloux (Francia). Fue hijo de Alexandre Pierre de Canterac d’Ornezan, capitán de los Reales Cuerpos de Artillería —un emigrado contrarrevolucionario francés radicado en Castilla—, y Julie Marie Dorlie. A partir de 1808, participó en la guerra de Independencia de España en la caballería castellana. Herido en el sitio de Gerona, fue ascendido a teniente coronel. Después de combatir con las tropas napoleónicas en Sagunto (1811) —donde fue derrotado—, y sus victorias en Sevilla y Pamplona (1813), fue ascendido a coronel y participó con este rango en la batalla contra los franceses en Toulouse (1814).
La primera experiencia militar de Canterac en América fue cuando se le asignó a él y su división la reconquista de la isla de Margarita, en la capitanía general de Venezuela, que había sido ocupada por Simón Bolívar en 1816. Las tropas peninsulares fueron derrotadas en combates, en julio y agosto de 1817; la isla venezolana quedó en manos de los patriotas. Canterac pidió a sus superiores encaminarse al Perú con una división a sus órdenes. Tras ser autorizado, el francés permaneció seis años, entre 1818 y 1824, en el vastísimo territorio peruano.
En enero de 1821, Canterac fue uno de los generales partícipes del motín de Aznapuquio, considerado como el primer golpe militar en el Perú, en el que fue derrocado el virrey Pezuela y ascendió al poder De la Serna. Presenció las negociaciones de Punchauca, entre el último virrey del Perú y José de San Martín. En julio de 1821, el ejército realista evacuó Lima, replegándose en la sierra, haciendo del Cusco la capital del virreinato, mientras que se proclamó la independencia en Lima. En dos operativos inesperados, Canterac intentó recuperar Lima, en 1821 y en 1824. Consiguió algunas victorias para los realistas, como en Ica, Torata y Moquegua. Sin embargo, como comandante en jefe, Canterac fue responsable de la derrota de Junín, que se libró en presencia de Bolívar el 6 de agosto de 1824, y, como jefe del estado mayor, contribuyó en el fracaso de Ayacucho, en que el virrey De la Serna fue hecho prisionero. Al comprobar la dispersión de las tropas realistas y las cumbres ya tomadas por las divisiones patriotas, Canterac negoció la rendición de las tropas españolas y firmó la Capitulación de Ayacucho en 1824. Después de veinticuatro años fuera de Francia, desembarcó en el puerto de Burdeos, en junio de 1825. En 1835, fue nombrado capitán general de Castilla, y murió al sofocar un motín militar en Madrid, en enero de ese mismo año.
Bolívar, Simón
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios nació el 24 de julio de 1783, en Caracas, sede de la capitanía general de Venezuela. Bolívar creció en el seno de una familia criolla acomodada, pero su niñez no fue la más feliz, debido a que, en 1786, murió su padre y, seis años después, su madre. Su último tutor fue su tío Carlos Palacios, a quien, luego de algunas disputas, abandonó, y recaló con Simón Rodríguez, su principal tutor y maestro, con quien viajó a Europa. También llegó a ser educado por Andrés Bello y por fray Francisco de Andújar. Por ello, de acuerdo con la época y los maestros que tuvo, su educación estuvo muy ligada a la Ilustración propia del siglo XVIII. Asimismo, se sentía muy identificado con los valores que representaba a su clase social y las tradiciones del criollismo. Estuvo muy influenciado por figuras como Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Francisco de Miranda, Francisco José de Caldas, Francisco José Eugenio Santa Cruz y Espejo y fray Servando Teresa de Mier. Asimismo, por sucesos como la Revolución francesa y la independencia de las trece colonias norteamericanas. Su educación también se vio influenciada por textos clásico y, sobre todo, por viajes a distintas ciudades de América y Europa. En uno de sus viajes a Madrid, conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, quien después fue esposa, la cual falleció en 1803.
El 19 de abril de 1810 se creó, en Caracas, la Junta Suprema Defensora de los Derechos de Fernando VII, luego del ingreso de Napoleón Bonaparte en la península ibérica y de la captura del rey en 1808. La asamblea convocó a un Congreso de Diputados, que declaró, el 5 de julio de 1811, la independencia de Venezuela, en la que participó el general Francisco de Miranda. Entretanto, y enterado de la situación, Bolívar se unió al movimiento independentista, y participó en una comisión, junto con Luis López Méndez y Andrés Bello, cuya tarea fue viajar a Londres a buscar el apoyo del gobierno inglés en su lucha contra los realistas. Ese año, Bolívar alcanzó el rango de coronel de milicias. Esta nueva República duró poco más de año, tras la firma de la Capitulación de San Mateo, con la derrota de Miranda. Ante la respuesta realista, Bolívar se vio forzado a movilizarse hacia Nueva Granada, donde publicó, el 15 de diciembre de 1812, el Manifiesto de Cartagena, su primer documento político. En Nueva Granada, participó en la reconquista del país en las batallas de Mompox y Cúcuta, hasta volver a Venezuela, en marzo de 1813, y liberar Caracas en agosto de ese año. Para entonces, contaba con el título de Libertador desde mayo, en Mérida. La llamada Segunda República es también derrotada por los realistas en la batalla de la Puerta, en junio de 1814, lo que obligó a Bolívar a retirarse otra vez a Nueva Granada. Sin embargo, retornó para unirse a la resistencia desde los llanos, comandada por José Antonio Páez, Manuel Piar, Manuel Cedeño y Santiago Mariño. Así, logró el triunfo en Carabobo, el 24 de junio de 1821, sobre los ejércitos realistas. En medio de este proceso, Bolívar pudo expandir su influencia en el virreinato de Nueva Granada (batalla de Boyacá, en 1819), en la audiencia de Quito y en el virreinato del Perú (1822), y su victoria en Ayacucho (1824).
En su avance, Bolívar llegó al encuentro con el Libertador del sur, José de San Martín, quien ya había logrado proclamar la Independencia del Perú, pero sin haber derrotado de manera definitiva las fuerzas realistas. El primer encuentro entre ambos libertadores se dio en Guayaquil, el 27 de julio de 1822, luego de las victorias bolivarianas en Bomboná y Pichincha. Es necesario mencionar que a Bolívar le preocupaba el arreglo de los límites entre los nuevos países, y a San Martín, el destino de Guayaquil y el Perú, así como la propuesta monárquica. En esta reunión no llegaron a ningún acuerdo. Lo que sí se sabe es que, luego de la conversación, San Martín pasó al retiro, y Bolívar tomó el mando supremo en la guerra por la independencia contra los remanentes del virrey De la Serna.
En las batallas de Junín y Ayacucho, derrotó definitivamente al ejército realista, junto con Sucre, en 1824. Al año siguiente, liberó el Alto Perú, creándose Bolivia. En 1826, volvió a Colombia, donde tuvo que lidiar con la sublevación de Cosiata y un atentado contra su vida. El día 27 de octubre de 1830, renunció ante el último Congreso de la Gran Colombia, previo a su desmembramiento en Ecuador, Colombia y Venezuela. Poco tiempo después, 17 de diciembre de 1830, murió en la Quinta de San Pedro Alejandrino.
Álvarez de Arenales, Juan Antonio
Juan Antonio Álvarez de Arenales fue un general bonarense de origen español que participó activamente en la guerra de independencia peruana dentro de las filas del ejército patriota. Nació en España, en 1770, trasladándose con su familia a Buenos Aires en 1784. Durante varios años cumplió tareas militares requeridas por la autoridad colonial, pero en 1819 se incorporó al Ejército Libertador de José de San Martín. Con él, llegó al Perú el 8 de setiembre de 1820, desembarcando en Paracas. Desde el 4 de octubre, lideró una expedición libertadora a la sierra para impulsar el pronunciamiento de los pueblos y la formación de guerrillas que secundaran la acción de las armas patriotas. Durante esta incursión, obtuvo una decisiva victoria en Pasco, el 6 de diciembre de 1820. Se reunió nuevamente con las tropas de San Martín en Huaura, el 8 de enero de 1821.
Salió una vez más a la sierra en una segunda campaña, entre abril y julio de 1821, pero no tuvo éxito. Renunció al comando a causa de ciertas diferencias con la toma de decisiones, lo que de cierto modo facilitó al virrey De la Serna rehacer su ejército en la sierra, teniendo como eje el Cusco. Luego de proclamada la independencia en Lima, Álvarez de Arenales fue nombrado gobernador de Trujillo. Además, formó parte de las tropas que sirvieron en la campaña de Pichincha. Sin embargo, el fracaso de la primera expedición de intermedios y el ascenso al poder de José de la Riva-Agüero en 1823 terminaron por decepcionarlo, retirándose a Buenos Aires ese mismo año. No obstante, desde Salta, apoyó la segunda expedición de intermedios. Arenales falleció en Bolivia, el 4 de diciembre de 1831.
En 1832, a un año de su muerte, su hijo José Ildefonso Álvarez de Arenales publicó en Buenos Aires la Memoria histórica sobre las operaciones e incidencias de la División Libertadora, en la que relata los acontecimientos que vivió su padre como líder de la división libertadora en la segunda campaña a la sierra sur peruana de 1821. Como señala en su introducción, apareció ante la publicación las Memoirs of General Miller, in the Service of the Republic of Peru en 1828, pues en ellas se “resaltan alusiones equívocas ó inexactas con relación á esta campaña”, además de “presentar á mi señor padre este pequeño testimonio de mi cordial estimación y profundo respeto á su benemérita persona”. Ese mismo año, 1832, apareció otro texto titulado Biografía del señor general Arenales y juicio sobre la Memoria histórica de su segunda campaña a la sierra del Perú en 1821, escrito por el historiador ítalo-argentino Pedro de Angelis. Según el autor, se había culpado a Arenales de haber mantenido inactivas sus fuerzas ante las tropas españolas que salieron de Lima y de haber abandonado el campo de batalla. Sostiene que Álvarez de Arenales se limitó a cumplir órdenes, aun cuando eran contrarias a sus propias convicciones.
Alvarado, Rudecindo
Nació en Salta (Argentina), en 1792. Estudió en la Universidad de Córdoba, pero abandonó los estudios para dedicarse al comercio. Cuando estalló el movimiento emancipador de 1810, se enlistó en el ejército patriota, comenzando su carrera militar. En 1811, se desempeñó como ayudante de la Compañía de Patricios de Salta. Al año siguiente, participó en la batalla de Tucumán, logrando escalar en altos grados hasta ser ascendido a sargento mayor en marzo de 1815.
Fue convocado por San Martín en 1816. Se incorporó al ejército de los Andes con el grado de teniente coronel, y se encargó de la creación y organización del Regimiento de Cazadores, del que fue jefe. Participó en las independencias de Argentina y Chile. En 1820, se embarcó con San Martín rumbo al Perú, y entró en Lima junto al Ejército Libertador. Como mano derecha del Libertador, cuando este renunció y abandonó el Protectorado, se le encargó la campaña a puertos intermedios, pero no pudo vencer a los realistas. Permaneció en el Perú hasta la después de la batalla de Ayacucho, retenido en Puno, ya que mientras estaba en el cargo de gobernador de la guarnición del Callao, fue hecho prisionero por los realistas en la segunda toma de esta fortaleza. En Argentina, se desempeñó en varios cargos políticos. Llegó a ser elegido diputado para el Congreso General Constituyente, que se reunió en Santa Fe, y para ocupar la gobernación de la provincia de Salta, en 1855, pero al año siguiente renunció a este cargo y se retiró de la escena pública.
Alvarado, Felipe Antonio
Nació en Argentina, en 1793. Fue hermano de Rudecindo Alvarado y ambos tuvieron participación activa en la Independencia del Perú. A fines de la colonia, ya adulto, llegó al país, y se estableció en Cerro de Pasco para dedicarse al comercio. Luego se instaló en Lima, para continuar con su actividad económica, hasta lograr ser regidor en el cabildo de la ciudad, en 1821, cuando era alcalde Isidro de Cortázar y Abarca, conde de San Isidro.
Ese mismo año, con San Martín en Lima, se adscribió a la causa patriótica, al firmar el Acta de Independencia. Su posición política lo llevó a que fuera elegido como alcalde de la Ciudad de los Reyes. Desde ese cargo, fue parte del grupo de vecinos que promovieron la destitución de Bernardo de Monteagudo. En 1822, fue elegido diputado al Congreso Constituyente por el departamento de Lima, junto con José Gregorio Paredes, Ignacio Ortiz de Zevallos, Tomás Forcada, Julián Morales, Toribio Rodríguez de Mendoza, Francisco Javier Mariátegui y Manuel de Arias Pérez de los Ríos. Ante este Congreso fue que San Martín renunció al Protectorado que presidía, dejando así un vacío en el Ejecutivo. El Congreso se atribuyó el Poder Ejecutivo, pero este fue ejercido por la Junta Gubernativa (una comisión compuesta por tres individuos), quedando elegidos Felipe Antonio Alvarado, Manuel Salazar y Baquíjano, y José de La Mar.
Huancayo
A fines de 1820, la primera expedición del patriota Juan Antonio Álvarez de Arenales se encontraba en su paso por la sierra peruana. Una de las unidades de Álvarez de Arenales, dirigida por el general Juan Lavalle, llegó a Huancayo, presenciando la proclamación de su independencia, el 20 de noviembre de 1820. La gesta fue encabezada por el gobernador coronel Marcelo Granados, el cura Estanislao Márquez y el escribano Juan de Dios Marticorena. Sin embargo, Carlos Hurtado Ames ha demostrado que la señalada “jura”, al igual que la de Jauja —también del 20 de noviembre— formaron parte de un proceso de recuerdo, pues las únicas fuentes que dan cuenta de la proclamación de la independencia en la ciudad han surgido a inicios del siglo XX y son de carácter oral, las cuales han sido un eje constitutivo en la identidad local. Si es que hubo documentación o actas que pudieran corroborar esta historia están actualmente desaparecidas.
Sin embargo, luego del retiro del contingente, la ciudad quedó desprotegida. Ante el avance de los realistas encabezados por Mariano Ricafort hacia Huancayo, José de San Martín envió al mayor José Félix Aldao, desatándose el 29 de diciembre de 1820 una lucha que terminó en la retirada de los patriotas hacia Jauja. Al respecto, informes de la época señalan que “El enemigo há acreditado que es capaz de vencer cuando tiene una notable superioridad en su número […] En otras circunstancias, se hubiera renovado la escena del 6 de Diciembre [refiriéndose a la victoria patriota en Pasco]” (Boletín del Ejército Unido Libertador del Perú, 24 de enero de 1821).
Por decreto del 19 de marzo de 1822, firmado por Torre Tagle, se dio el título de Ciudad Incontrastable al pueblo de Huancayo, por los “heroicos y notables sacrificios […] por la libertad é independencia del Perú”, destacando los servicios del “El Párroco, gobernador, y principales vecinos”. Además, se señaló que “el pueblo de Guancayo es uno de los que tiene mejores derechos en razón de la cantidad de lágrimas y sangre, que el fierro y el fuego han hecho verter en la época de la revolución, y aun antes de ella” (Gaceta del Gobierno, Lima, 20 de marzo de 1822).
En agosto de 1824, en persecución de los realistas, el Ejército Libertador encabezado por Simón Bolívar pasó a Huancayo. En el cuartel general de dicha ciudad, este pronunció una proclama el 15 de agosto, pocos días después de la victoria de Junín:
PERUANOS! La campaña que debe completar vuestra libertad, ha empezado bajo los auspicios mas favorables. El Ejército del jeneral Canterac ha recibido en Junín, un golpe mortal, habiendo perdido por consecuencia de este suceso un tercio de su fuerza, y toda su moral. […] Peruanos! Bien pronto visitaremos la cuna del imperio Peruano y el templo del Sol. El Cusco tendrá, en el primer día de su libertad mas placer y gloria, que bajo el reinado de sus Incas.
Trujillo
La Libertad jugó un papel importante en la gesta independentista peruana. Trujillo proclamó su independencia el 29 de diciembre de 1820, pero su acta de proclamación es desconocida en su redacción porque desapareció del libro de cabildo, según testimonió Nicolás Rebaza. De acuerdo con una anotación de Gaspar Cedrón existente en el libro:
Se cree, con fundamento, que la acta de proclamación […] la desglosaron de este libro los que la habían firmado por temor de los españoles, quienes se creyó que triunfasen antes de la batalla de Ayacucho, según la preponderancia de sus fuerzas i recursos, que excedían en un cuádruplo al exército libertador i auxilios con que este contaba.
Otra nota en el libro, ante la inexistencia del acta, señala lo siguiente, lo cual puede dar luces de su contenido:
El 29 de Diciembre de 1820, dia dichoso i feliz, en que se proclamó la independencia, por el señor Marqués de Torre Tagle, i se ofreció la ciudad a defender la Patria con la última gota de su sangre i en primer lugar la Religión Católica, i se ofreció a disposición del Excmo. Sr. General Don José de San Martín Libertador del Perú.
Uno de los acontecimientos en que se vio inmerso Trujillo fue el traslado del gobierno de José de la Riva-Agüero hacia la ciudad, en un intento por aferrase al cargo del primer presidente del Perú. Luego, hacia marzo de 1824, Bolívar ordenó el repliegue del ejército y el gobierno a Trujillo ante la inminente toma de la ciudad de Lima por parte de los realistas. Entre las medidas adoptadas durante su estadía en Trujillo estuvieron el bloqueo comercial de los puertos capturados por los realistas, la prohibición de salida de plata y oro sellada del país, elevación de Trujillo como capital provisional de la República, creación de la Corte Superior de Justicia de La Libertad y creación de la Universidad de Trujillo. Además, desde Huamachuco, Bolívar preparó el Ejército Libertador para enfrentar a las fuerzas realistas que operaban en el valle de Mantaro bajo la dirección del general José de Canterac —las fuerzas realistas estaban divididas, teniendo en el Alto Perú a Pedro de Olañeta—, lo que se tradujo en la batalla de Junín del 6 de agosto de 1824.
Por decreto del 9 de marzo de 1825, se cambió el nombre de la ciudad de Trujillo por el de Ciudad de Bolívar, y el del departamento, por La Libertad. Sin embargo, luego de la retirada de Bolívar del Perú, en 1827, se restituyó a la ciudad el nombre de Trujillo ante el reclamo de la municipalidad.
Lima
Lima, la Ciudad de los Reyes, fue la capital del virreinato del Perú y centro del poder político-militar colonial. Por esta razón, la declaración de la Independencia del Perú del 28 de julio de 1821 tuvo una gran simbología para el avance patriota en el país. Por otro lado, no fue la primera ciudad en declarar su independencia, pues desde el desembarco en Paracas lo habían hecho Ica, Lambayeque, Trujillo, Huancayo, Jauja y otras ciudades. Sin embargo, los vaivenes de la política llevaron a la pérdida de Lima ante los realistas. Por ejemplo, al llegar Simón Bolívar al Callao a invitación del Congreso peruano el 1 de setiembre de 1823, el escenario que encontró fue nefasto: el Perú tenía dos gobiernos, uno en Lima, al mando de Torre Tagle, y otro en Trujillo, liderado por José de la Riva-Agüero. Además, los castillos de la Fortaleza del Real Felipe permanecían capturados por las tropas realistas, al igual que el sur peruano; el ejército patriota apenas podía decir que existía; y los recursos económicos del nuevo gobierno eran escasos, sin olvidar las deudas.
Durante estos años aparecieron en Lima diversas publicaciones periódicas, que permiten reconstruir no solo el devenir de los acontecimientos, sino también los principales debates políticos e ideológicos. El 16 de julio de 1821, pocos días después del ingreso de San Martín en la capital, inició su impresión la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente (1821-1825), que reemplazó al órgano realista del mismo nombre, mientras que periódicos como El Pacificador del Perú (1821) mudaron su lugar de impresión de Barranca a Lima, a fines de agosto. Aparecieron también periódicos cuyos títulos se sucedieron entre sí, editados por Guillermo del Río: El Americano (1821), Los Andes Libres (1821) y Correo Mercantil, Político y Literario del Perú (1821-1824). En torno al debate sobre el modelo de gobierno para el nuevo Estado peruano, resaltaron El Tribuno de la República Peruana (1822), editado por el republicanista Faustino Sánchez Carrión, y El Sol del Perú (1822), órgano de la Sociedad Patriótica de Lima, en cuyas páginas se defendió el modelo monárquico constitucional. Al debate se unió también La Abeja Republicana (1822-1823), cuyo título ya adelantaba sus contenidos, y cuyos ataques a San Martín buscaron ser rebatidos en El Vindicador (1823). Otros periódicos fueron El Nuevo Depositario (1821) y Nueva Depositaria (1825), que buscaron retrucar y caricaturizar la campaña de difamación contra San Martín y Bolívar efectuada por Gaspar Rico y Angulo en su periódico realista El Depositario (1821-1825). Por su parte, El Loro (1822), junto con La Cotorra (1822) y El Periquito (1822) formaron una trilogía jocosa muy característica del ambiente politiquero de la Lima de 1822.
Lambayeque
Debido a la iniciativa de personalidades influyentes de la región, como Juan Manuel Iturregui y Pascual Saco Oliveros, se efectuó la proclamación de la independencia de Lambayeque el 27 de diciembre de 1820, dos días antes de la de Trujillo. El acta de independencia fue la siguiente:
En el pueblo de Lambayeque, a las diez de la noche del día de hoy, veintisiete de Diciembre de mil ochocientos veinte, y primero de la independencia de este pueblo, los señores doctor don Pedro Antonio López y Vidaurre, alcalde de primera nominación y abogado de la audiencia nacional del distrito; don Melchor de Sevilla, alcalde de segunda nominación y teniente del escuadrón (de milicias) de Pacasmayo; los regidores, Dr. D. José María Muga, alguacil mayor y subteniente del regimiento de infantería de milicias de este pueblo; Don José Manuel Puémape, depositario de la capa de propios; don Eugenio Crisanto Yerrén; don Valentín Mondragón, subteniente de milicias de infantería de este partido y alcalde provincial; don Pedro Yuyas; los síndicos procuradores Dr. Mariano Quezada y Don Hilario Gil […] se han reunido […] en la casa del señor […] Melchor Sevilla […] convencidos, en mérito de todo, de la buena causa que defienden las armas patriotas, de que cada uno anticipadamente estaba persuadido; y tratan de dar el ejemplo a los demás cabildos de esta provincia, adictos al sano sistema de la libertad e independencia de América del gobierno español […] han resuelto jurar, como de facto jura, la independencia absoluta del gobierno español, por sí y a nombre de toda esta población a quien representa […]
Posteriormente, en mérito de los esfuerzos de la ciudad lambayecana, por decreto del 15 de junio de 1822, firmado por Bernardo de Monteagudo, se renombró de “generosa y benemérita” por su “heroico patriotismo”. El título fue ratificado por decreto de la Junta Gubernativa del 18 de diciembre del mismo año.
Jauja y Junín
Carlos Hurtado Ames (2020, p. 106) ha demostrado que la “jura” de la independencia de Jauja, al igual que la de Huancayo —también del 20 de noviembre de 1820— formaron parte de un proceso de recuerdo, pues las únicas fuentes que dan cuenta de la proclamación de la independencia en la ciudad han surgido a inicios del siglo XX y son de carácter oral, las cuales han sido un eje constitutivo en la identidad local. Si es que hubo documentación o actas que pudieran corroborar esta historia están actualmente desaparecidas.
Es posible que esta narración oral haya tenido como sustento un decreto de Torre Tagle del 6 de abril de 1822, en la cual “La villa de Santa Fé de Jauja por los […] servicios que ha hecho a la Patria desde el 20 de noviembre de 1820, tendrá el sucesivo nombre y privilegios de Ciudad” (Gaceta del Gobierno, Lima, 6 de abril de 1822). Al respecto, el decreto señala lo siguiente, aunque sin hacer explícito una “jura” de independencia, pareciendo más una narración romántica de los hechos:
Desde el 20 de Noviembre de [1]820 en que la división del general Arenales puso a Jauja en libertad de pronunciar sus sentimientos, no ha cesado de hacer sacrificios gratos a la PATRIA, prodigando su sangre y sus recursos para coperar a las miras del Ejército Libertador.
Uno de los acontecimientos más importantes de la guerra de la independencia peruana tuvo como escenario a Junín. A mediados de 1824, los realistas avanzaban hacia la defensa de Jauja, ciudad principal de la región central, pero fueron interceptados por la caballería patriota en la meseta del Bombón, el 6 de agosto. No se disparó un solo tiro, pues la batalla fue de sables y lanzas. La batalla pareció favorecer a los realistas, pero oportunamente atacó por la retaguardia el escuadrón de Húsares del Perú, a órdenes del comandante argentino Isidoro Suárez, decidiendo la victoria y obligando a los realistas a huir en dirección a Tarma. Destacaron en la batalla los patriotas Mariano Necochea, Guillermo Miller, Lucas Carvajal, Laurencio Silva y José Andrés Rázuri. Esta victoria permitió a Simón Bolívar retornar a la costa con una parte menor de su ejército y recuperar Lima, ciudad que cambió cinco veces de manos entre 1821 y 1824.
Por decreto del 30 de octubre de 1824, el pueblo de Junín mereció el público y solemne reconocimiento de Bolívar, pasando a ser la Heroica Villa de Junín, por haber
ausiliado [sic.] al Ejército Unido Libertador con una jenerosidad [sic.] sin límites, no obstante la miseria á que fue reducido por el incendio y saqueo, que en varias ocasiones ha padecido solo por ser fiel a la causa de la libertad, en cuya defensa han perecido con las armas en la mano, más de dos terceras partes de su población […] (Gaceta del Gobierno, Lima, 1 de enero de 1825).
Más de cien años después, en 1925, en memoria de los hombres que participaron en la batalla de Junín, se inauguró el Monumento a los Vencedores de Junín, al interior del hoy Santuario Histórico de Chacamarca.
Ica, Paracas y Pisco
La Gazeta Ministerial Extraordinaria de Chile, suplemento de La Gazeta Ministerial de Chile (publicada en Santiago de Chile entre 1818 y 1823), insertó entre sus páginas una importante cantidad de piezas documentales referentes a la Expedición Libertadora del Perú. Entre ellas podemos destacar el Diario militar de las operaciones del Ejército Libertador, remitido por “uno de los Jefes del Ejército Libertador” a un corresponsal en Santiago (10 de noviembre de 1820). Contiene anotaciones elaboradas diariamente entre el 18 de agosto y 9 de octubre de 1820, que testimonian el embarque y salida desde Valparaíso de la escuadra libertadora liderada por José de San Martín y el desembarco en Paracas. Al respecto, el testimonio señala:
Día 7 [de setiembre de 1820]: El tiempo era el mismo, pero bastante nublado hacia la costa. A las ocho de la mañana se avistó la Punta de Lobos […] A las tres y cuarto llegamos a la boca de la entrada de Pisco […] A las tres y media se hizo señal de prepararse para anclar; a las tres y tres cuartos se hizo otra para forzar la vela […] A las seis y media dio fondo el convoy inmediato a una playa que dista como dos leguas de Pisco.
Día 8: Al amanecer el general San Martín con el almirante y Jefe del Estado Mayor se dirigieron a la costa y después de haberla reconocido saltaron en tierra; en seguida lo verificaron el núm. 11, el 2 y el 7, con 50 granaderos a caballo sin sufrir la más mínima oposición, pues cinco hombres que estaban en la orilla huyeron. A las diez se presentó una partida enemiga de caballería compuesta de 80 hombres y se puso en observación de las tropas que estaban en tierra; pero luego que nuestra división emprendió su marcha; que fue a las tres de la tarde, a las órdenes del Jefe del Estado Mayor, se replegó al pueblo […] (Gazeta Ministerial Extraordinaria de Chile, Santiago de Chile, 10 de noviembre de 1820).
En Pisco se estableció el primer cuartel general del ejército sanmartiniano, que funcionó hasta el 23 de octubre de 1820, fecha en que zarparon rumbo al norte de Lima.
Pocos días antes, según una carta de Juan José Salas, alcalde de Ica, adscrito a la causa patriota, a José de San Martín, se juró la independencia del pueblo iqueño:
Ica, 20 de octubre de 1820.
Excelentísimo señor don José de San Martín.
Mi agraciado señor general:
Teniendo á la vista la muy agraciadle carta de V. E. de 17 del corriente, diré en su contestación que ya está jurada la independencia con mucha solemnidad y satisfacción del pueblo, como oficialmente se ha comunicado á esa superioridad, y consta de acta celebrada al intento, que aunque sólo se circunscribe a la corporación municipal, se extendió efectivamente á la corta porción del pueblo, que en aquel acto se pudo congregar, porque la emigración de vecinos no permitió más por entonces.
Tras estos acontecimientos, Ica fue escenario importante en el devenir de la guerra de independencia peruana, como la derrota patriota en la batalla de Ica (7 de abril de 1822). Asimismo, vio morir a importantes actores de la contienda, como el jefe guerrillero patriota Cayetano Quirós, fusilado el 5 de mayo de 1822 en la plaza La Merced.
Huaura
Luego del fracaso de las negociaciones de Miraflores entre José de San Martín y Joaquín de Pezuela, el general argentino ordenó el traslado de su ejército del cuartel general de Pisco, al norte de Lima. Zarparon el 23 de octubre y desembarcaron en Huacho el 10 de noviembre, para luego ocupar el pueblo de Huaura, al cual se le declaró cuartel general. Mariano Felipe Paz Soldán (1868) ofrece una descripción del valle de Huaura y sus beneficios estratégicos:
El pueblo de Huaura está situado a tres millas al N. N. E. Huacho, en una deliciosa campiña, provista de abundantes frutas, suficientes pastos y otros recursos. La inmediación de las haciendas del Ingénio, Vilcahuaura y otras le facilitan movilidad y víveres de todas las clases. El campamento estaba en el Valle de Huaura, que tiene dos leguas de ancho en su dirección de Norte á Sur y diez leguas de Este á Oeste. Por el Norte lo protege el río Huaura que baja de la cordillera; y unos cerritos distantes tres á cuatro leguas le proporcionan puntos militares para resistir por algún tiempo el ataque de fuerzas mayores: el ejército se situó en la orilla derecha del río, vadeable por pocos puntos, fácil de defenderse y por los cuales interceptaba al enemigo toda correspondencia entre Lima y las provincias del Norte. […] De Huaura se tiene comunicación fácil y rápida con las Provincias de Huaraz, Junín y Lima; el ejercito situado allí menazaba todas estas provincias teniendo segura retirada por el puerto de Huacho y otros inmediatos; al mismo tiempo podía proteger a Arenales.
Los pobladores de Huaura cumplieron un rol importante en la emancipación peruana, pues entregaron voluntariamente al ejército sanmartiniano animales y víveres para su sostenimiento.
Huánuco
Conocedores de la primera expedición del patriota Juan Antonio Álvarez de Arenales a la sierra peruana y de su victoria en la batalla de Pasco (6 de diciembre de 1820), los huanuqueños se decidieron por proclamar su independencia el 15 de diciembre de 1820, incorporándose a la intendencia de Tarma emancipada. El comisionado enviado por Álvarez de Arenales, Nicolás Herrera, supervisó el acto. En el acta de independencia de Huánuco se señala:
En quince días de dicho mes y año en cumplimiento de lo mandado y obedecido se practicó por mí el comisionado el Juramento de la Sagrada Independencia de la libertad en la Plaza Mayor de esta ciudad, con los señores de este ilustre Ayuntamiento, y demás vecinos que se hallaron presentes, para cuyo efecto se publicó por bando la convocatoria el día de ayer. Igualmente en virtud de la facultad que me es concedida por el señor General que rubricó la anterior orden, y por lo que aparece en ella he tenido a bien dejarlo reelecto de Juez al Subdelegado absuelto don Eduardo Lúcar, por conocerse en él las aptitudes propias; de todo lo que con esta fecha doy cuenta al origen de donde emana mi comisión [de Nicolás Herrera], y para su constancia lo firmó conmigo el escribano el dicho comisionado [Ascensio Talancha].de que certifico.
Sobre este acontecimiento, el Boletín del Ejército Unido Libertador del Perú, del 4 de enero de 1821, informó:
La Ciudad de Huánuco y todo su partido han declarado su adhesión á la Causa de la Libertad: bajo vuestros auspicios han logrado al fin sacudir el yugo que tanto aborrecían. Esta noticia no puede menos de ser plausible para los que con su constancia y valor abaten al enemigo donde lo encuentran y sirven de consuelo á los Pueblos donde llega la fama de sus acciones[1].
Aparte de las guerrillas locales, se formó en tierras huanuqueñas el Batallón Huánuco, con cuartel general en dicha ciudad, que tuvo un importante papel en la guerra contra los realistas. El coronel Francisco de Paula Otero, secundado por el capitán Joaquín Debausa y Jacinto del Risco, fue quien lo organizó, obedeciendo las órdenes de Tomás Guido, ministro de Guerra. Por otro lado, durante el trayecto del Ejército Libertador hacia Jauja, a mediados de 1824, Bolívar y su comitiva ingresó en la ciudad de Huánuco, el 9 de julio de dicho año, y fue recibido por una población jubilosa. Por último, entre los huanuqueños que destacaron en las batallas de Junín y Ayacucho, estuvieron Domingo y Juan Antonio Valdizán.
Huamanga
En 1767, Francisco Antonio Cosme Bueno, médico aragonés y cosmógrafo mayor del virreinato del Perú, publicó en El Conocimiento de los Tiempos una breve monografía del obispado de Huamanga, territorio eclesiástico fundado en 1609, y compuesto por las provincias de Huanta, Angaraes, Castrovirreyna, Lucanas, Parinacochas, Vilcashuamán, Andahuaylas y Huamanga. La descripción, aunque inclinada hacia lo eclesiástico, nos ofrece un vistazo de la ciudad de Huamanga a mediados del siglo XVIII:
Las Calles anchas, Las Plazas quadradas, y las entradas a la Ciudad muy alegres, y vistosas por la abundancia de Huertas, y Arboledas. […] Entre sus Vecinos, que llegan a dos mil y quinientas almas, se cuentan algunas familias distinguidas por su antigua nobleza […] Hay en la Ciudad 5 Conventos: Santo Domingo, San Francisco, la Merced, Compañía, y San Juan de Dios con Hospital. Hay también dos Monasterios de Monjas: Santa Clara, y Santa Teresa. Tres Hospicios: de San Agustín, San Francisco de Paula, y de la Buena muerte.
A inicios del siglo XIX, Huamanga se caracterizó por ser un centro militar del ejército realista, de donde incluso salieron las expediciones de 1810 que, bajo el mando de José Manuel de Goyeneche, buscaron combatir en el Alto Perú al avance patriota. No obstante, sobresalieron diversas personalidades huamanguinas en la lucha por la libertad. Por ejemplo, resalta la figura de una vendedora llamada Ventura Ccalamaqui, cuyo accionar también rondó la rebelión del Cusco de 1814, pero desde Huamanga. Otra heroína fue María Parado de Bellido, quien participó como informante de los patriotas durante la guerra de independencia peruana, lo que la llevó a ser apresada y fusilada. Fue recién en 1824, con la batalla de Ayacucho, cuando Huamanga pasó a formar parte de la República independiente, aunque rodeada de los rezagos pro realistas, como la de los iquichanos, entre 1825 y 1828. Bolívar cambió su nombre a Ayacucho.
Huacho
La primera participación que se le reconoce a Huacho en el proceso emancipatorio es el del apoyo de los indígenas de la zona a las fuerzas de San Martín, cuando estas entraron en la ciudad a buscar alimentos para continuar su viaje. Ante esto, el virrey De la Serna envió personal para investigar y condenar a fusilamiento a quienes apoyaron a los insurgentes.
San Martín desembarcó en Huacho entre el 10 y el 12 de noviembre de 1820, y junto con él llegaron los regimientos de granaderos argentinos, infantería del ejército unido, así como un grupo negros voluntarios de Pisco. Se instalaron en diferentes haciendas de la zona, como la Quipico y El Ingenio, por la facilidad del espacio y acceso a alimentos. Durante la estadía de San Martín en el lugar, llegaron varias tropas voluntarias, como las de algunos indígenas de la zona de Vegueta, Huaura, Mazo, Huacho y Caral, entre otros puntos, bajo el mando de Cayetano Silva; un escuadrón solo de huachanos, bajo el mando de Lorenzo López; y la del conocido batallón Numancia.
Chincha
Chincha fue uno de los primeros espacios desde donde se organizó la campaña libertadora. El 20 de setiembre de 1820, las fuerzas de San Martín ingresaron en la ciudad para recaudar recursos humanos para el Ejército Libertador, así como alimentos y dinero para sustentar la campaña. Tanto en Chincha Alta como en Chincha Baja se habían organizado para recibir a San Martín. Esta situación fue muy significativa, puesto que, para el 20 de noviembre de 1820, el virrey Pezuela había enviado una comisión militar a Chincha para juzgar a posibles adherentes a la causa libertadora bajo la figura de traición a la patria.
No solo los ciudadanos libres participaron de estas acciones sino también los esclavos. El general Guillermo Miller señala en sus memorias que el 17 de septiembre de 1820 contaba con ciento veinte negros de Chincha, Pisco e Ica, expertos en caballos; estos eran conocidos como “los infernales”. Es conocido el caso del negro Ildefonso, que llegó a ser asistente personal del general Miller, participó en todas las acciones de armas en las campañas a intermedios y fue capturado en una misión de correspondencia secreta. Durante los primeros años de la década del 1820, varios regimientos patriotas estuvieron conformados por tropas chinchanas, y no solo eran dispuestas por autoridades, sino desde su propia iniciativa. El papel del pueblo chinchano fue reconocido el 8 de julio de 1822, cuando se envió un oficio a las autoridades chinchanas agradeciendo la gran disposición en general de su pueblo hacia la causa emancipadora.
Chancay
Al igual que en Huacho, unas de las primeras acciones en Chancay que lo vinculó con el proceso emancipatorio fue el apoyo que brindó a las fuerzas libertadoras. El protagonismo de esta región empezó en 1820, cuando Andrés de los Reyes ingresó en Chancay, acompañado en el mando por el capitán Brandzen, con la misión de recoger de Huaura cabalgaduras y ganado necesarios para la expedición.
Esto sirvió para la batalla de Torreblanca, en la que los realistas terminaron escapando de Chancay a Huaura, entrando a Huacho. Ante esta derrota, el ejército realista se armó nuevamente y volvió a tomar posiciones en todo el valle de Chancay. Ante esto, San Martín decidió dejar en Chancay y Huacho una caballería de refuerzo por si las tropas realistas avanzaban. Después de estas acciones, la situación llegó a su fin en noviembre, cuando el bando realista se retiró por completo de Chancay hacia Copacabana. Importante fue esta retirada, pues en el camino de retirada hacia Carabayllo (Lima), el batallón realista Numancia decidió detener la marcha y retroceder hasta Palpa para unirse a las fuerzas patriotas. El 30 de diciembre, el Ejército Libertador se estableció por completo en el valle de Chancay, pasando revista a las haciendas de la zona desde el cuartel general Retes. A este punto llegó Álvarez de Arenales luego de la campaña a la sierra central.
Chachapoyas
Ante la independencia proclamada por Torre Tagle, intendente de Trujillo, todas sus provincias se dispusieron a acatar las indicaciones de este. De hecho, el gobernador político y comandante militar de Chachapoyas, Francisco Javier Bustamante y Lavalle había dispuesto todo para recibir la misiva oficial. Al lado del alcalde chachapoyano José Martín Dávila, organizaron un cabildo abierto para la jura y proclamación de la independencia. A esta ceremonia asistieron regidores, clérigos y militares, entre otros, el 14 de enero de 1821.
El acta de independencia chachapoyana fue firmada frente a la bandera de la naciente República del Perú. Esta bandera fue confeccionada por las mujeres que participaron valientemente en la batalla de Higos Urco, por lo que más adelante recibieron grandes elogios. Se debe considerar que la independencia se selló en esa región a partir de la batalla de Higos Urco (6 de junio de 1821), en la que tanto varones como mujeres se unieron al ejército patriota bajo el mando del coronel Juan Valdivieso. Con esta victoria, se selló la causa en la parte norte del Perú. No obstante, el apoyo chachapoyano no solo se limitó a esa batalla y las proclamaciones, como en muchos lugares, sino que también se organizaron donaciones para las tropas patriotas en dinero, mercaderías, y finalmente en material humano, que fue parte del ejército.
Cerro de Pasco
La situación en Cerro de Pasco durante la independencia resultó ser un tanto más conflictiva de lo que se cree, ya que esta se ubicaba entre dos frentes militares, tanto los del Cusco como los de Lima. El 6 de diciembre de 1820, el general Juan Antonio Álvarez de Arenales derrotó a las tropas realistas comandadas por O’Reilly, como parte de la primera campaña independentista a la sierra. Para 1821, las acometidas realistas se hicieron presentes nuevamente en Cerro de Pasco, pues los patriotas controlaban esa zona. Así, dejaron destruidos los pueblos de Carhuamayo, Chaupihuaranga y Raco, mataron a muchos de sus pobladores, violaron a sus mujeres y saquearon cuanto pudieron, ya que la mayor parte del pueblo pasqueño siempre estuvo en disposición de ayudar a los patriotas. Estos vejámenes se prolongaron hasta la llegada de Bolívar. La Iglesia no estuvo exenta de este conflicto, ya que existieron curas de tendencia pro patriota y pro realista. Por ejemplo, el cura Santiago Ofelan, su hermano Juan Pablo Ofelan y su sobrino Manuel Rodríguez de la Rosa tuvieron un discurso pro realista ante la población, y en el caso del cura José Samudio, era el de un patriota activo.
Cusco
El protagonismo del Cusco en el período independentista se reconoce más como de apoyo a los realistas que a los patriotas por una cuestión muy sencilla: las élites cusqueñas veían por sus propios intereses ante el contexto. Asimismo, cuando se instaló la República, buscaron mantener sus privilegios traídos desde la colonia. Así, fue el actuar de la élite indígena cusqueña, que se organizó y apoyó la contraofensiva hacia Túpac Amaru II. Habiéndose proclamado la Independencia del Perú en Lima, la ciudad del Cusco fue nombrada como capital del departamento del mismo nombre, que incluía todos los territorios de la extinta intendencia. Aun así, De la Serna se trasladó al Cusco para dirigir el virreinato desde ese lugar, nombrándola nueva capital del virreinato del Perú.
Si bien en el Cusco se dio el primer grito de libertad hacia finales del siglo XVIII, también se habría dado el último, pues este departamento fue el último en proclamarse independiente. Así, luego de la Capitulación de Ayacucho, muchos militares que aún se rehusaban a reconocer la derrota, se ubicaban en el Cusco. Tanta fue la resistencia a reconocer la derrota, que la Real Audiencia del Cusco nombró a Pío Tristán como nuevo virrey del Perú. Ante tal situación, Agustín Gamarra organizó un batallón para entrar en el Cusco y sellar definitivamente la independencia, aunque al final no encontró resistencia importante. Al igual que Arequipa, el cabildo del Cusco reconoció la Capitulación de Ayacucho, y Gamarra fue recibido con elogios por la población y el cabildo de los veinticuatro representantes de los descendientes incas. En adelante, la Real Audiencia del Cusco se convirtió en la Corte Superior de Justicia del Cusco.
Cañete
Esta provincia fue un bastión realista, por lo que siempre se le consideró un punto seguro de partida hacia la sierra. Así, el 27 de julio de 1821, el general Canterac y sus tres mil soldados atravesaron esta zona para unirse a las fuerzas realistas del general Carratalá de la sierra central (valle de Jauja). No obstante, este territorio se fue inclinando hacia una tendencia patriota conforme más provincias se anexaban a la causa independentista. Así, más adelante, De la Serna decide seguir la ruta Mala-Yauyos, considerando que Canterac había pasado previamente por ahí y acabado con cualquier tipo de resistencia. Grande fue su sorpresa al encontrarse con diversos ataques de guerrilleros locales que lo obligaron a cambiar de ruta. De esta manera, tuvo que tomar el camino que partía de la quebrada de Lunahuaná.
Fue una zona de constante contradicción, pues algunos seguían ligados al bando realista, apoyo que significó una derrota para los guerrilleros rebeldes el 7 de junio de 1822. No obstante, estas guerrillas siempre estuvieron en constante acoso contra los realistas. Cabe considerar que la contradicción dentro de la propia población causó que las tropas realistas tuviesen una actitud desleal ante la población civil. El padre Nicolás de Piedra, cura de Laraos y vicario de Yayos, describía las atrocidades cometidas por las tropas fieles a la Corona. Esto lo llevó a reunirse con el virrey para ponerlo al tanto, y tras mucho insistir, logró detener estos ataques a los poblados de Cañete.
Callao
El Callao sufrió el ataque de diferentes fuerzas en conflicto desde 1816. El irlandés Guillermo Brown empezó esta línea de ataques como parte de la Junta Independiente de Buenos Aires. Más adelante, recibió ataques no solo de independentistas argentinos, sino también chilenos y peruanos. Al mismo tiempo, también que fue atacado por fuerzas realistas. Diversos personajes estuvieron al pie de lucha contra esta zona estratégica para el arribo de armas y personal. Thomas Alexander Cochrane atacó el puerto (1819), el general Gregorio de las Heras logró la capitulación del Real Felipe (1821) entre las tropas de Riva-Agüero y Torre Tagle, y sufrió el levantamiento de Dámaso Moyano (1825). Fue también parte de encuentros entre españoles reacios a reconocer la derrota de Ayacucho y patriotas establecidos en la joven República peruana. Resultado de esta serie de encontronazos bélicos, tanto el Callao como Bellavista resultaron en escombros, quedando solo en pie algunas casas y chozas.
La población y ayuntamiento chalaco demostraron una posición independentista cuando se presentaron con una donación de dieciocho onzas de oro en diciembre de 1821 al bando patriota. La Fortaleza del Real Felipe y los fuertes auxiliares cobraron también cierto protagonismo, cuando se les cambió la denominación por una con mayor grado de patriotismo. Así, el Real Felipe pasó a llamarse Castillo de la Independencia; el Fuerte San Miguel, Castillo del Sol; y el Fuerte San Rafael, Castillo de Santa Rosa.
Instalada y entrada la República, las nuevas autoridades intentaron borrar todo lo representativo del periodo virreinal en el Callao. Se envió a demoler las construcciones del Callao y Bellavista, mandamiento que no llegó a concretarse por una necesidad comercial que exigía la permanencia de muchas edificaciones. A esto, Torre Tagle cambió la ordenanza para que solo se demoliese lo que se considerara necesario y que ello se ejecutase de la manera más conveniente.
El Callao se convirtió en un espacio poco reconocido y beneficiado por la naciente República del Perú. Con José Ribadeneyra y Tejada, quien fuera gobernador del Callao, la ciudad alcanzó algunos logros en cuanto a restauración del lugar. Organizó la limpieza pública de la ciudad con soldados del ejército, encargó a un teniente de policía este cuidado, y nombró alcaldes de barrios y serenos para la vigilancia ciudadana. Asimismo, creó una escuela y construyó el mercado en lo que hoy es la plaza Gálvez.
Cajamarca
La ciudad de Cajamarca fue parte de los nueve partidos que conformaban la intendencia de Trujillo, a finales del siglo XVIII. Esta provincia juró su independencia el 8 de enero de 1821, obedeciendo el bando enviado por Torre Tagle, intendente de Trujillo. Los realistas ubicados allí no opusieron ninguna resistencia, por lo que, como primera autoridad política de la ciudad, se eligió a Antonio Rodríguez de Mendoza, hermano de Toribio Rodríguez de Mendoza. Las otras provincias también lo harían en esos días. Chota fue la última en declararse independiente, en junio de ese mismo año. Cajamarca apoyó a Bolívar en 1823 con diversos recursos —plata, ganado vacuno, herraduras, dinero, mulas y caballos, entre otros—. Asimismo, se le unieron tropas cajamarquinas al ejército bolivariano que estaba organizando sus últimas ofensivas en territorio peruano. Estas tropas cajamarquinas participaron también en la batalla de Ayacucho. La importancia de la provincia de Cajamarca se marcó una vez más en 1854, cuando lucharon por su propia independencia de Trujillo, en la que la acompañaron en estas acciones las provincias de Chota y Jaén.
Arica
La revisión del papel de Arica durante la independencia está muy relacionada con el desempeño de Tacna y Tarapacá. Estos territorios estuvieron en constante unión y separación política antes, durante y después de la proclamación de la Independencia del Perú en Lima. Arica entra en el mapa independentista a partir de la rebelión de José Gabriel Túpac Amaru, en 1780, al extenderse los alzamientos iniciados por este en todo el sur peruano. En la región ariqueña, el control de Tacna, Codpa y Arica estuvo en manos de Ambrosio Ali y Juan Buitrón, líderes indígenas, hasta que este dominio se fue diluyendo en la zona conforme la rebelión iba llegando a su fin.
En 1810, Antonio de Zela tomó el cargo de comandante militar de la unión americana y tuvo bajo su mando los cuarteles de Tacna. Nombró a Toribio Ara, un curaca líder de la zona, jefe de división de caballería, desarrollando un papel muy importante al lado de Miguel Copaja, Ramón Copaja Rosé, Rosa Ara y Pedro Gil de Herrera. No obstante, al igual que antes, el poder del ejército se fue diluyendo conforme llegaron noticias de la derrota y apresamiento de Zela.
En 1821, el general Guillermo Miller llegó a las costas ariqueñas organizando un ejército de soldados tacneños, ariqueños y moqueguanos. Con esta estructura militar ingresa en Tacna donde —a la misma usanza del batallón Numancia— se le unen dos tropas realistas, formando así los Independientes de Tacna. Arica sirvió como espacio de desembarco para las fuerzas de Agustín Gamarra y Andrés de Santa Cruz, el 17 de junio de 1823, para consolidar la independencia.
En Arica, nació un representante en la élite política de nuestra República temprana: Hipólito Unanue, quien fuera nombrado ministro de Hacienda y parlamentario por su tierra.
Arequipa
Arequipa se ubica en la parte sur del actual territorio peruano y fue fundada en 1540 bajo el nombre de Villa Hermosa de Nuestra Señora de Asunta. En este territorio han destacado diversos personajes en el periodo independentista, como Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Mariano Melgar, Simón Rodríguez o Antonio José de Arce. A partir de la población, más que de las autoridades, podemos conocer su real participación. En su seno nace la Academia Lauretana de Ciencias y Artes, un espacio de divulgación y discusión académica en el que comulgaron Arce, Melgar y Luna Pizarro, entre otros. Por ejemplo, Mariano Melgar denunció en diversos poemas algunos problemas sociales que, a la fecha, no se han resuelto, conflictos como el racismo o la discriminación.
Asimismo, la población no participaba a buena cuenta de las directrices de las autoridades españolas. Por ejemplo, en abril de 1823, se presentó una carta al cabildo de Lima cursada por Gerónimo Valdés en la que agradecía por el apoyo que este había recibido en todo lo que necesitó durante su estadía como comandante de los ejércitos reales de Arequipa; sin embargo, su reemplazante, José Carratalá, reclamó el poco apoyo de la población al punto que el ejército realista no tenía dinero ni alimentos. Esto generó que el ejército tenga que abandonar esa ciudad sin poder defenderla de los intentos independentistas.
Similar situación denunció Sucre. El militar ingresó en la ciudad en medio de una algarabía, disfrutando de los privilegios de ser reconocido como un libertador, pero la ciudad fue cambiando gradualmente de una posición de aceptación y celebración a una mirada de rechazo y turbación. Sucede que este militar esperaba también el apoyo económico de la población por medio de donativos para sustentar a las fuerzas patriotas, algo que no ocurrió en la medida que él esperaba.
La ciudad de Arequipa siempre fue considerada como un espacio de contradicción entre el apoyo a los realistas y patriotas, más que fidelista o realista. Una forma también de considerarla como interesada en mantener sus privilegios y condiciones alcanzadas al momento. Por esta razón, a la salida de Sucre de Arequipa, ante el ingreso del ejército realista, Sucre observó perplejo cómo la ciudad se alistaba en fiestas para dar la bienvenida al bando español tanto autoridades civiles como eclesiásticas. Una prueba más de esto es que, a la llegada del mando español, De la Serna presentó una queja a su cabildo ante la poca disposición por colaborar. Esta llamada de atención llegó incluso con una comparación con el Cusco: mientras Arequipa, que contaba con grandes haciendas y comercios, solo había reunido treinta mil pesos frente a la Ciudad Imperial que había juntado en tres ocasiones cincuenta mil pesos.