A los cincuenta años de la independencia el Perú, en el calendario conmemorativo resaltaban dos fechas: el 28 de julio de 1821 y el 9 de diciembre de 1824, la declaración de la independencia en Lima por parte del libertador San Martín y la batalla de Ayacucho que terminó la guerra con la rendición de los realistas, respectivamente. Estas desplazaron otras fechas, como la declaración de la independencia en Trujillo (29 de diciembre de 1820) o el establecimiento del Congreso Constituyente (20 de setiembre de 1822), es decir, cuando empezó un gobierno dirigido por peruanos. Los gobiernos peruanos tras la salida de Simón Bolívar dieron preponderancia al 28 de julio y al 9 de diciembre, en tanto muchos de ellos habían tenido participación directa en ambas.

La celebración de la Independencia del Perú dio protagonismo a los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar, y para conmemorarlos se planificó construir monumentos. Los conflictos políticos y la crisis económica tras la independencia lo impidieron. De los varios proyectos que se presentaron, solo el de Bolívar en la plaza de la Constitución pudo concretarse el 9 de diciembre de 1859. El monumento a San Martín tuvo que esperar varias décadas más.

La conmemoración de los cincuenta años de la Independencia del Perú debe entenderse en este contexto. En 1871, gobernaba José Balta, y la situación política y económica era relativamente estable, aunque endeble, no obstante, dado el conflictivo ambiente electoral. Los planes de concretar un monumento al libertador San Martín se truncaron, y la construcción del Palacio de la Exposición pensada para esta conmemoración fue inaugurada tarde (1872). Con todo, la prensa de entonces en vísperas de la celebración resaltaba el progreso político y económico del Perú, respecto a la colonia. Aunque parecía más preocupada por los problemas políticos internos y las guerras en Europa.

En Lima, la celebración movilizó a la municipalidad, asociaciones civiles, escuelas, juntas patrióticas y corporaciones tradicionales. El gobierno, según parece, no tuvo el rol protagónico que podía esperarse para la ocasión. Además del tedeum habitual, se organizó un banquete para los supervivientes de las guerras de independencia. Para la siguiente conmemoración, el optimismo pronto se esfumó. La rebelión de los hermanos Gutiérrez —que acabó con las muertes de estos y la del presidente Balta— más los conflictos que enfrentó el gobierno de Manuel Pardo generaron tal inestabilidad política y económica que no hubo recursos para celebrar los cincuenta años de la batalla de Ayacucho en 1874.

Gran plaza de Lima, durante la celebración de la independencia del Perú
Gran plaza de Lima, durante la celebración de la independencia del Perú .

En 1871, se produce en Francia un movimiento insurreccional que lleva al establecimiento de la Comuna de París, que es un gobierno de la clase obrera. El Perú, entre 1871 y 1872, se encuentra en una coyuntura electoral en la que Manuel Pardo y José Rufino Echenique son los principales competidores. La victoria de Pardo es importante porque se trata del primer presidente civil elegido mediante elecciones. No obstante, militares descontentos ante esta elección, liderados por los hermanos Tomás, Silvestre, Marceliano y Marcelino Gutiérrez, todos coroneles, dan un golpe de Estado en julio de 1872. Esta toma del poder político es rechazada, terminando con la muerte de los Gutiérrez y del presidente Balta.

El calendario cívico a los cincuenta años de la Independencia del Perú estaba definido a partir de ciertas fechas conmemorativas relacionadas con las declaraciones de la independencia (Trujillo, Lima), y las batallas de Junín y Ayacucho. Sin embargo, la fecha central fue la del 28 de julio de 1821. Por entonces se esperaba una gran pompa para esta celebración, pero diversos problemas económicos y políticos llevaron a que esta fuese más parca. El 28 de julio de 1871 coincidió con el gobierno de José Balta, caracterizado por la puesta en marcha de un importante programa de obras públicas y la modernización de la ciudad de Lima, mientras que los cincuenta años de la batalla de Ayacucho (1874) fueron opacados por la campaña revolucionaria de Nicolás de Piérola contra el régimen de Manuel Pardo y Lavalle.

Como ha sintetizado Juan Luis Orrego, la fiesta en Lima empezó la noche del jueves 27 de julio, cuando cientos de limeños colmaron la Plaza de Armas y esperaron los fuegos artificiales que retumbaron desde las torres de la catedral de Lima. Al día siguiente, las bandas militares saludaron desde temprano con el himno nacional, y fue cantado por escolares de los colegios municipales. Luego, a quienes destacaron más, se les repartió una medalla de honor. El alcalde Nemesio Orbegoso, tras saludar a la comitiva, se dirigió a inaugurar diversos establecimientos, como el mercado de La Aurora —junto a la plazuela de las Nazarenas— y la escuela municipal de San Pedro. El tedeum estuvo a cargo del arzobispo José Sebastián de Goyeneche, y fue presenciado por el presidente Balta. También el monseñor José Antonio Roca y Boloña ofreció un sermón, el cual señalaba:

A mi patria, que Él [Dios] ha hecho tan grande; y que ahora, medio siglo, poseída del sentimiento de su encumbrado destino, rompió varonilmente las ataduras que la ligaban á otro pueblo, para responder por sí sola, ante Dios y los hombres, de su vida, de sus actos, de sus tesoros, de todos los elementos con que la solicita […] (El Peruano, 19 de agosto de 1871, p. 97).

Terminado el tedeum, el presidente asistió a un banquete en Palacio de Gobierno dedicado a los supervivientes de la guerra de independencia. Al día siguiente, el sábado 29, hubo varios actos que tuvieron gran convocatoria, como la bendición de la bandera, y el programa especial por Fiestas Patrias en el Teatro Principal, el cual duró entre el 27 y el 30 de julio.

Los orígenes del Parque de la Exposición datan de 1869, año en el que el gobierno de José Balta concibió la idea de realizar en Lima la “Exposición Nacional de productos naturales, agrícolas y manufacturados; de plantas y animales de todas clases nacidos en la República, ó exportados del extranjero y aclimatados en ella; así como un concurso público de modelos, máquinas, plantas y animales útiles extranjeros” (Fuentes, 1872, p. 4). Para la exposición, el Estado adquirió un terreno baldío cerca del edificio de la Penitenciaría de Lima (conocida como El Panóptico), fuera de las murallas de Lima, que se convirtió en un gran jardín de ciento noventaidós mil metros cuadrados, en cuyo centro se edificó el Palacio de la Exposición. La idea era inaugurar la exposición para los cincuenta años de la conmemoración de la Independencia del Perú, pero por ciertos problemas económicos, esta fue inaugurada el 1 de julio de 1872, en los últimos momentos del gobierno de Balta y pocos días antes de la rebelión de los hermanos Gutiérrez.

Tres puertas se erigieron a la entrada del jardín. La principal, frente a la pared de la Penitenciaría de Lima, mientras que las otras dos cerca del ferrocarril a Chorrillos (hoy Vía Expresa), que fueron llamadas Santa María y Vivanco. A la derecha de la entrada principal había un teatro y a la izquierda una sala de refrescos. Más allá estaba el conservatorio de plantas de tierra cálida, con una glorieta turca. También podía hallarse una fuente rodeada por largas piedras formando un montículo en cuya cima se erguía una figura colosal que evocaba a Hércules y la Hidra. Ciento treinta metros había que avanzar de la entrada al vestíbulo del Palacio de la Exposición. Sin embargo, con la construcción del Paseo Colón o avenida 9 de Diciembre (1899), este espacio quedó dividido y se tuvo que construir una nueva entrada.

Como parte de la Exposición Nacional de 1872, uno de los atractivos más visitados fue el Zoológico de la Exposición, en el cual se custodiaban animales silvestres de la costa, sierra y selva, algunos nunca antes visto en la ciudad. Entre los que llamaron más la atención estuvieron los donados por países extranjeros, como los leones Nerón y Fanny, un elefante de la India llamado Romeo, además de camellos, hienas y búfalos. Terminada la exposición, algunos animales quedaron en sus jaulas, con lo cual pudo mantenerse el atractivo. Sin embargo, con la invasión de las tropas chilenas a Lima en 1881, el Zoológico de la Exposición fue destruido y muchos de sus animales muertos o llevados a Chile. Durante la posguerra, se reconstruyó bajo el nombre de Zoológico de Lima, el cual funcionó hasta 1944.

Como parte de la conmemoración de los cincuenta años de la Independencia del Perú, el gobierno de José Balta organizó lo que fue la primera Exposición Nacional del Perú, calificada por Jorge Basadre (1983) como el “suceso culminante de la vida limeña durante el periodo de Balta”. Por entonces, a escala mundial, el fenómeno de las exposiciones universales cobró un importante rol en la promoción de la industrialización, el progreso científico y técnico, la modernización del Estado y sus ciudades, entre otros. Desde la Gran Exposición de Londres de 1851 hasta la Exposición Universal de París de 1889 se desarrollaron más de treinta certámenes de distintas magnitudes en varios países. Para el caso peruano, era una excelente oportunidad para promocionar el país a los ojos de los extranjeros y futuros colonizadores.

La Exposición Nacional fue autorizada por decreto del 2 de agosto de 1869, el cual señalaba lo siguiente:

El 9 de diciembre de 1870 […] en Lima una Exposición Nacional de productos naturales, agrícolas y manufacturados; de plantas y animales de todas clases nacidos en la República, ó exportados del extranjero y aclimatados en ella; así como un concurso público de modelos, máquinas, plantas y animales útiles extranjeros. […] La Exposición y el Concurso tendrán lugar en un edificio, construido con tal objeto, en el local que se designará oportunamente y cuya inauguración será hecha el 28 de Julio próximo (Fuentes, 1872, p. 4).

Para organizar la exposición y el concurso, además de elegir el lugar para construir el llamado Palacio de la Exposición, se nombró una comisión central, presidida por el expresidente Manuel Ignacio de Vivanco, seguido por notables personajes como Juan Antonio Ribeyro, Juan Oviedo, Manuel Pardo y Lavalle, Antonio Raimondi, Julián Zaracondegui, Ramón Azcarate y Manuel Atanasio Fuentes. La comisión se instaló en setiembre de 1869. La localidad escogida para edificar el Palacio de la Exposición fue un terreno baldío cerca del edificio de la Penitenciaría de Lima, fuera de las murallas de Lima. Por no haberse terminado la construcción del Palacio de la Exposición en la fecha indicada, se prorrogó la apertura de la Exposición Nacional al 1 de julio de 1872.

En la inauguración, el ministro de gobierno Manuel Santa-María ofreció las siguientes palabras:

Esta espléndida Exposición es algo más que una protesta elocuente contra los que nos acusan de permanecer estacionarios en medio de los progresos de la humanidad. Aquí, señores, no solo el Perú, sino la América toda, vienen á decir al mundo europeo que no le cedemos en riqueza, en industria ni en voluntad u fuerzas. Quiera la Providencia hacer que esta Exposición, realizada en un monumental edificio, contribuya á afianzar entre nosotros los hábitos de orden y trabajo, siendo para los Peruanos un título de legítimo y patriótico orgullo (Fuentes, 1872, p. 73).

Entre los objetos expuestos resaltaban los pertenecientes al Museo Nacional, como momias de Cajatambo y Ayacucho, una piedra monolítica de Chavín, entre otros; pinturas, como la de Luis Montero sobre los funerales de Atahualpa; telas exquisitas, sombreros de plumas, arcos, flechas, remos, hachas de piedra, máscaras; maquinarias, como las de estampar, inventada por el estudiante Jacinto Marticorena; aves, entre ellas cóndores; y mucho más. El Palacio de la Exposición ha servido después, entre otras cosas, como local del Museo Nacional, de la Cámara de Diputados, de la Municipalidad y del Ministerio de Agricultura, entre otros. Actualmente está dedicado al Museo de Arte de Lima (MALI).

En términos generales, en el siglo XIX peruano hubo dos visiones sobre la Independencia del Perú, una liberal y otra conservadora. Ambas compartían la idea de que este hecho era parte del desarrollo natural de la nación peruana. No obstante, los liberales explicaban la independencia como una ruptura con la monarquía hispana debido a su gobierno tiránico y su sistema social injusto. Este se volvió intolerable en un contexto en el que surgió la Ilustración y las revoluciones liberales estadounidense y francesa, que influyeron en el Perú fortaleciendo la idea de libertad. Para los conservadores, de forma opuesta, sostenían que la independencia no podía entenderse como una ruptura dado que la monarquía hispana había dado, por su legado cultural, forma a la nación peruana. El sacerdote y político Bartolomé Herrera fue el que sostuvo con mayor fuerza esta idea en un influyente sermón dado por el aniversario de la independencia en 1846. Afirmaba que lo esencial de la nación peruana, lo español y lo católico eran la herencia de España.

En relación con la producción historiográfica decimonónica peruana sobre la independencia, esta se puede dividir en dos grupos: la recopilación de documentos y la narración. Sobre lo primero, están los trabajos de los militares Manuel de Odriozola (1804-1889) quien publicó sus Documentos históricos del Perú en las épocas del coloniaje después de la conquista y la independencia hasta la presente (once tomos, 1863-1877). De otra parte, el general Manuel de Mendiburu (1805-1885) publicó el Diccionario histórico-biográfico del Perú. Parte primera que corresponde a la época de la dominación española (1874-1880). Mendiburu recopila datos en diferentes archivos y bibliotecas, reconstruyendo biografías de las élites coloniales, algunos de ellos partícipes en la independencia. Mariano Felipe Paz Soldán (1821-1886), con su Historia del Perú independiente (1868-1874), fue el primer historiador de la independencia y la República peruana. Con un uso exhaustivo de documentos (prensa y archivos personales), empezó su narración de la independencia en 1819, dando así mayor peso a la acción militar de los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar. Paz Soldán justificaba este proceder al afirmar que el poder represivo del virreinato limitó la rebelión interna, haciendo necesaria la acción extranjera. Francisco Javier Mariátegui, integrante del primer Congreso Constituyente y opositor a San Martín y Bolívar, en sus Anotaciones a la Historia del Perú independiente de don Mariano Felipe Paz Soldán (1869) criticó a Paz Soldán por la poca atención prestada a la acción patriótica criolla e indígena antes de 1820 y de sobrevalorar políticamente a San Martín.

Por otra parte, el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna y su libro La revolución de la independencia del Perú. Desde 1809 a 1819 (1860) debe ser tomada en cuenta en esta reseña de obras dado que fue elaborada en Lima sobre la base de entrevistas —entre ellas al propio Mariátegui— y revisión de fuentes primarias variadas. Vicuña parte de una visión liberal que, a diferencia de Paz Soldán, resaltó la actividad rebelde peruana antes de 1820, registrando las conspiraciones y rebeliones que demostraban que los peruanos ansiaban su libertad.

Lima

Fundada por el conquistador español Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535, Lima, la Ciudad de los Reyes, fue la capital del virreinato peruano y, tras la independencia, de la República del Perú. En 1839, la ciudad tenía alrededor de 54,000 habitantes. En la época de apogeo del guano y con la importancia que adquiere la capital, su población aumenta por la migración interna y externa, llegando a tener a fines de la década de 1850 alrededor de 94,000 habitantes, la cual crece a más de 100,000 para la década de 1870. De ese total, más o menos 15,000 era de origen extranjero, siendo la población más numerosa la de los chinos (más de 5,000) y la de los italianos (cerca de 3,000). Ambos grupos habían sido atraídos por oportunidades de empleo y negocios, aunque sus condiciones de vida fueron diferentes. De acuerdo con el censo de 1876, la distribución racial de Lima era 42.5 % blanca, 23 % mestiza, 19.5 % indígena, 9 % afroperuana y 5.5 % asiática. El 52 % de la población sabía leer y escribir.

La ciudad, a mediados del siglo XIX, no parecía muy distinta a la de la época virreinal, por la arquitectura religiosa e incluso por las costumbres, pero ello cambia rápidamente. En 1851 se construye una línea de ferrocarril al Callao —en un área expropiada a un convento— y otra al balneario de Chorrillos, además se instala alumbrado público a gas y tuberías de hierro para el agua. La ciudad colonial llena de edificios religiosos cede su lugar a edificaciones públicas civiles, como el Mercado Central, la Penitenciaria de Lima, el hospital Dos de Mayo, el Jardín Botánico, el puente de Hierro sobre el río Rímac, entre otras. No obstante, el cambio más radical se dio en el gobierno de José Balta. Ante el crecimiento poblacional, se aprobó el decreto del 2 de diciembre de 1869, en el que se estipulaba la demolición de las murallas de Lima. Consideradas inservibles para su función de seguridad, se consideró que su demolición permitiría dar paso al crecimiento urbano de la ciudad, y además acabar con focos infecciosos y zonas inseguras. El lugar ocupado por las murallas daría espacio a grandes avenidas y espacios públicos. De hecho, tras terminar este trabajo, se procedió a la construcción de importantes obras, como el Parque de la Exposición (1872) y la plaza Dos de Mayo (1874).

José Balta y Montero nació en Lima, el 25 de abril de 1814. Sus padres fueron Juan Antonio Balta y Brú y Agustina Montero Casafranca. Empezó muy joven su carrera militar, en el contexto de las luchas políticas tras la independencia del Perú. Como parte del batallón Piquiza, colaboró con el gobierno del general Orbegoso en el sitio del Callao y en la batalla de Huaylacucho en 1834. Apoyó el golpe de Estado de Felipe Santiago Salaverry, quien lo ascendió al grado de capitán en 1835. Durante la Confederación Perú-Boliviana, se opuso al proyecto de Santa Cruz, y combatió en las batallas de Uchumayo y Socabaya. Después de ser derrotado fue desterrado a Bolivia, en donde permaneció preso en la localidad de Chiquitos. Tras escapar, luchó en las batallas de Portada de Guía, Buin y Yungay. Luego fue ascendido al grado de sargento mayor en 1839.

En 1855, durante el gobierno de Castilla, se le retiró del servicio militar, reincorporándose en 1861, con la ley de reparación. Tomó parte activa en contra del gobierno provisorio de Mariano Ignacio Prado, por lo cual fue deportado en 1866. Al año siguiente, formó parte de la revolución de Chiclayo, que sacó a Prado del gobierno. Asumió la presidencia en 1868, luego de ganar las elecciones convocadas por el presidente provisional Pedro Diez-Canseco. El gobierno de Balta se caracterizó por una relativa paz entre los caudillos, y el desarrollo de obras públicas financiadas por préstamos, del cual destaca el famoso Contrato Dreyfus llevado a cabo entre el joven ministro de Hacienda, Nicolás de Piérola, y la casa comercial francesa Dreyfus, a la cual se le encargó la explotación y venta del guano. Fue un trato muy cuestionado porque quitó del negocio a los consignatarios nacionales.

Con las rentas ganadas con el Contrato Dreyfus, el gobierno emprendió diversas obras públicas, entre las que destaca la construcción de una red ferroviaria en el Perú. Otras obras fueron la creación de la Escuela de Agricultura, la Escuela de Artes y Oficios, la Escuela Naval, la carretera Lima-Callao, el hospital Dos de Mayo en Lima, la construcción de un nuevo puente de fierro y piedras sobre el río Rímac (puente Balta), y el Parque y el Palacio de la Exposición en Lima. Asimismo, la reorganización de la Universidad de San Marcos, la ampliación del telégrafo de Lima a provincias, el derribo de las murallas de Lima, la fundación del puerto de Ancón como balneario de moda y la creación de la provincia litoral de Tarapacá. Luego de convocadas las elecciones de 1871, un grupo del ejército, liderado por los hermanos Gutiérrez, no reconoció al ganador, el civil Manuel Pardo y Lavalle, por lo que se le pidió a Balta desconocer los resultados. Balta fue asesinado en su lecho el 26 de julio, a manos de las huestes de la rebelión iniciada por los Gutiérrez.

Nació en Lima, el 2 de mayo de 1820. Sus padres fueron Francisco Fuentes y Andrea Delgado. Su obra abarca disciplinas como derecho, medicina, política, administración, estadística, literatura e historia. Fue conocido con el sobrenombre de El Murciélago. Realizó estudios de derecho en el Convictorio de San Carlos, y Medicina en el Colegio de la Independencia, carrera que no concluyó, pero luego se convertiría en secretario de esta entidad en 1838. Se recibió como bachiller en Derecho en 1836, y obtuvo el título de abogado en 1846. Sus primeros oficios profesionales lo llevan a Huánuco, en donde ejerce como juez de primera instancia en dicha localidad, entre 1846 y 1849. Retornó a Lima en 1850 para abrir su propio estudio, el cual se convirtió en uno de los más prestigiosos de la ciudad.

Se inició en la prensa con el Busca-Pique (1838). Fue redactor de la Revista de Lima y luego de La Gaceta Judicial (1861). Editó periódicos de corta duración, como El Monitor de la Moda (1860), el Semanario Satírico, El Semanario: Periódico para Niños, La Crónica (1861), La Época (1862) y El Mercurio (1862-1865). El nombre de El Murciélago lo obtuvo por su periódico satírico del mismo nombre, el cual fue editado entre 1855 y 1884, pero no de manera continua. Su publicación estaba acompañada de caricaturas que representaron la vida de la política peruana del XIX. En 1867, publicó una de sus obras más importantes: Lima: apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres. Editada en París, con versiones en francés e inglés, contaba con imágenes que reflejaban las costumbres de la ciudad y de sus tipos sociales.

En 1868, asumió la administración de la Imprenta del Estado, encargándose de la publicación del diario El Peruano. Durante esta época se da la gran producción de Fuentes, quien ocupó el cargo de administrador hasta 1881 y luego de 1884 a 1888. Se encargó también de la publicación de otros trabajos de derecho, economía y estadística, buscando la modernización del aparato público. Se encargó de supervisar la construcción del Palacio de la Exposición, siendo parte de la comisión de la Exposición Nacional de 1872. Durante la guerra con Chile, como decano del Colegio de Abogados de Lima, protestó contra las medidas impuestas por el general Lynch durante la ocupación chilena en Lima. Esto lo obligó a refugiarse en Guayaquil, donde publicó por última vez El Murciélago, en 1884. Murió en Barranco, el 2 de enero de 1889.

Mariano Felipe Paz Soldán nació en Arequipa el 22 de agosto de 1821. Sus padres fueron Manuel Paz Soldán y Gregoria de Ureta Araníbar. Estudió en la Universidad de San Agustín, donde se graduó como bachiller en Jurisprudencia, y se recibió de abogado en 1843. Fue nombrado juez de primera instancia en Chota, Celendín y Cajamarca, en donde logró construir una nueva cárcel. Además, fundó el periódico La Aurora (1848), que dirigió en sus primeras treintaicinco ediciones.

En 1853, fue designado como secretario de legación en Nueva Granada (Colombia). En 1854, retornó al Perú luego de haber realizado estudios en Estados Unidos. Al año siguiente, el presidente Castilla le encargó la construcción de la Penitenciaría de Lima, que fue inaugurada en junio de 1862, y se desempeñó como su primer director. En 1860, fue nombrado director de Obras Públicas, cargo en el que estuvo hasta 1865. Entre 1866 y 1867, ocupó la plaza de director general de contribuciones, y luego el de superintendente de la Escuela de Artes y Oficios (1868). Fue designado como ministro de Justicia, Instrucción y Culto durante el gobierno de José Balta (1869). En 1870, se le encargó el Ministerio de Guerra y Marina de forma interina. Volvió a ocupar esta cartera durante el gobierno de Mariano Ignacio Prado (1878).

A la par de su carrera burocrática, llevó una activa vida intelectual como historiador y geógrafo. Como historiador, se basó en amplias fuentes documentales para escribir su Historia del Perú independiente, el primer trabajo de este tipo que estudia el periodo de la independencia y las primeras décadas de la República peruana. En 1865, publicó su Atlas geográfico del Perú, el primero en su género, y también en dar a conocer no solo al país, sino también al mundo lo que era el Perú en aquel tiempo. Alrededor de 1880, publicó su Diccionario histórico geográfico y fundó la Revista Peruana.

Durante la ocupación de Lima por el ejército chileno, Paz Soldán se trasladó a Buenos Aires para ocupar una plaza de docente en el Colegio Nacional de Buenos Aires, retornando al Perú en 1885. Años antes escribió su Narración histórica de la guerra de Chile contra Perú y Bolivia (Buenos Aires, 1883), la primera historia peruana de esta guerra. Durante su estadía en Buenos Aires, escribió dos obras geográficas: Diccionario geográfico estadístico de la República Argentina (Buenos Aires, 1885) y póstumamente Atlas geográfico de la República Argentina (Buenos Aires, 1887). Falleció el 31 de diciembre de 1886.

El Centenario de la Independencia del Perú se celebró en una coyuntura política particular: el ascenso al poder de Augusto B. Leguía y su proyecto de la Patria Nueva. Respondiendo a las demandas políticas y sociales de los cada vez más importantes sectores de trabajadores y de la clase media, el excivilista Leguía apartó del poder político a la élite que había tenido hegemonía con el Partido Civil. La República aristocrática llegaba a su fin y empezaba el oncenio de Leguía. De otra parte, se llevó a cabo una política indigenista, creando una Oficina de Asuntos Indígenas y estableciéndose el Día del Indio el 24 de junio. El Oncenio de Leguía puede dividirse en dos periodos, que se plantean en las fechas de inicio y fin de la conmemoración del Centenario.

En el primer periodo, entre 1919 y 1922, de carácter democrático, el gobierno de Leguía llevó a cabo medidas reformistas de apoyo tanto a los sectores populares y medios como a la población indígena, además de establecer una fuerte relación con empresas estadounidenses con el objeto de invertir y modernizar el país. En este contexto, para la celebración de la conmemoración de la declaración de independencia del 28 de julio de 1921, el gobierno utilizó grandes recursos económicos para modernizar las principales ciudades del Perú, aunque dio prioridad a la capital. Lima expandió su área urbana y se adornó de monumentos alusivos a la conmemoración. En tal sentido, la inauguración del monumento al libertador José de San Martín fue su momento más importante. La conmemoración sirvió también para fortalecer las relaciones diplomáticas con países vecinos, como Argentina y Colombia, con miras a conseguir su apoyo en el problema diplomático que se tenía con Chile respecto a la devolución de las “provincias cautivas” de Tacna y Arica. Tal vez por esta estrategia la conmemoración dio protagonismo a los libertadores San Martín y Bolívar y menos a los héroes locales. Aunque los jóvenes de la generación del Centenario y en provincias prestaron atención a la participación peruana en el proceso de independencia.

El segundo periodo del gobierno de Leguía, entre 1923 y 1930, estuvo marcado por su carácter autoritario. De hecho, en las elecciones presidenciales de 1924 y 1929, Leguía fue el único candidato. Se persiguieron a los opositores o a aquellos que podían cuestionar su liderazgo, como su primo Germán Leguía y Martínez. Las celebraciones sobre el centenario de la Batalla de Ayacucho no fueron tan pomposas como las de 1921. No obstante, se continuó con la construcción de monumentos conmemorativos, como el Panteón de los Próceres de la Nación, el primer intento por confeccionar un repertorio de héroes nacionales. Además, en Ayacucho se levantó la escultura a la heroína María Parado de Bellido.

Leguía y sus ministros en la Plaza San Martín
Leguía y sus ministros en la Plaza San Martín .

Desde 1919 gobierna en el Perú Augusto B. Leguía quien, en pleno proceso electoral, impulsa un golpe de Estado con apoyo popular. Su primer objetivo político es desarticular las bases políticas del poder de los civilistas. Lleva a cabo una política indigenista; en 1920, establece el Día del Indio. Ese mismo año, se promulga una nueva Constitución que refuerza los poderes del Ejecutivo (se amplía la presidencia de cuatro a cinco años) y, al mismo tiempo, amplía los derechos sociales (reconocimiento de comunidades campesinas, derechos laborales). El Perú se encuentra en difíciles negociaciones con Chile sobre el tema de las provincias cautivas de Tacna y Arica.

El Centenario, que abarcó de 1921 a 1924, fue un conjunto de celebraciones oficiales que giraron en torno a la conmemoración de los cien años de proclamación de la Independencia del Perú, y de las victorias en las batallas de Junín Ayacucho, contiendas que sellaron la derrota de la Corona española en tierras americanas.

Esta coincidió con el gobierno de Augusto B. Leguía, quien, tras un golpe de Estado, subió al poder en 1919, junto con su proyecto de la Patria Nueva. Este modelo buscaba modernizar el país, sacando del juego político a los miembros del Partido Civil e incorporando a nuevos actores sociales como las clases medias o los trabajadores urbanos. A esto se agregaba una política más decidida por integrar a la población indígena en el desarrollo nacional.

La pomposidad de la celebración de la conmemoración del Centenario sirvió, según la historiadora Carlota Casalino, como una forma de legitimación del régimen leguiísta, vinculando la Patria Nueva con la fundación de la nueva República peruana sobre la base de la modernización material del país, aunque mucha de esta obra privilegió a Lima. Ello se puede apreciar con la celebración de 1921, y las múltiples inauguraciones de monumentos y la reestructuración urbana de Lima, entendiendo lo moderno en edificios de estilo europeo, uso de alumbrado eléctrico en las principales zonas de la ciudad, ampliación perimetral de la capital, y adopción de nuevas prácticas culturales y deportivas.

Para las fiestas del Centenario llegaron a la capital distintos representantes de embajadas y misiones especiales de veintinueve países, con excepción de Venezuela y Chile. Como Lima no contaba con suficientes hospedajes para recibir a las distinguidas visitas, el presidente Leguía promovió y facilitó la construcción de edificaciones como los hoteles Bolívar y Country Club, para que en ellos fueran alojadas dichas delegaciones. Asimismo, se arrendaron algunas casas de vecinos distinguidos.

Varias de las comunidades más importantes de extranjeros residentes en el Perú y países amigos ofrecieron presentes a nuestro país. Estos fueron monumentos conmemorativos, espacios públicos y referentes arquitectónicos. Por ejemplo, la comunidad alemana nos obsequió el reloj del Parque Universitario; la belga, la estatua del estibador en la plaza Bélgica, al inicio de la avenida Leguía (actual avenida Arequipa); la brasileña, las palmeras de la avenida Leguía; la británica, la primera edificación del Estadio Nacional; la china, la fuente china; la española, el arco morisco o arco de la amistad que se ubicaba en la avenida Leguía; la estadounidense, la estatua a George Washington y las tres gracias; la francesa, la estatua de la Libertad de la Plaza Francia; la italiana, el Museo de Arte Italiano; y la japonesa, la estatua a Manco Cápac, actualmente ubicada en La Victoria.

Conoce más sobre los monumentos del centenario en esta nota:

Por las fiestas del Centenario, el 27 de julio de 1921, en la cuadra nueve de la avenida Nicolás de Piérola, se inauguraron el monumento y plaza —aunque la última no estaba concluida en su totalidad— en honor al libertador José de San Martín. El monumento, de diecisiete metros de alto, fue elaborado por el reconocido escultor español Mariano Benlliure y Gil y en él se representa a San Martín en actitud de atravesar la cordillera de los Andes. El trazado de la plaza fue diseñado por el urbanista español Manuel Piqueras Cotolí.

La instalación de la escultura de bronce se encargó a Gregorio Domingo, discípulo de Benlliure, y en esta, apoyada sobre un pedestal de granito, se puede apreciar un símbolo en forma femenina, que sostiene un bloque de piedra con la inscripción: “La Nación al General don José de San Martín”, y también distintas frases alegóricas en sus cuatro lados.

Aquel día, desde muy temprano, según informes de los diarios de la época —El Comercio y La Crónica—, mucho público concurrió para presenciar la inauguración del monumento que incluía, además, otros eventos como el desfile militar en el que resaltaron los granaderos a caballo de San Martín, la asistencia de los representantes de embajadas y de la tripulación de las naves extranjeras ancladas en la bahía del Callao, que vinieran a formar parte en las Fiestas Patrias.

Para la ceremonia se erigieron varias tribunas, y palcos oficiales y populares, a fin de que la población en general pueda ser partícipe de tal momento, pero también muchos vecinos cercanos al epicentro festivo aprovecharon balcones, techos, ventanas y zaguanes de sus casas para presenciar el desarrollo del programa. El acceso a las tribunas era previa presentación de tarjetas que fueron repartidas entre allegados a instituciones públicas y ciudadanía en general.

Junto con el embajador monseñor Luis Duprat y el general Carlos Martínez, representantes de la nación argentina, el presidente Augusto B. Leguía recalcó en su discurso la figura del Libertador, a quien dedicó las siguientes palabras:

de hoy en adelante, la figura broncínea del prohombre del Continente del Sur nos dará la grata ilusión de una presencia inacabable, eternizando en el recuerdo de los épicos resplandores de su fecunda existencia, la gratitud de una Nación que vino a redimir y a levantar, y la suma de preclaros e inimitables ejemplos que legó a la América y al mundo en su agitada y luminosa carrera militar y política.

Los actos conmemorativos al Centenario de la Independencia no ocurrieron únicamente en Lima. Por ejemplo, rescatable es el caso de La Libertad, específicamente la Universidad de Trujillo, en donde Carlos E. Uceda Meza ofreció un discurso el 30 de diciembre de 1920, titulado El departamento de Trujillo y la Independencia, conmemorando los 200 años de la proclamación de la independencia en dicha ciudad. Entre sus líneas señaló que “al departamento de Trujillo corresponde el honor de haber proclamado la independencia, de haberla sostenido con abnegación y heroísmo y de haberla conquistado gloriosamente en los campos de Junín y Ayacucho”. Por otro lado, existieron iniciativas desde el gobierno para levantar monumentos conmemorativos en diversas regiones del país. Por ejemplo, por Ley 4129 del 4 de junio de 1920 se mandó a erigir un monumento en Pisco que conmemorase el centenario del desembarco de San Martín y la creación de la bandera nacional; sin embargo, el proyecto quedó paralizado. En Ayacucho el gobierno mandó construir la carretera de la Mejorada que permitió un acceso más rápido a aquella región. En Jauja, de otra parte, se llevaron a cabo arreglos en la ciudad.

En relación a la producción historiográfica regional o sobre las regiones en los albores o durante el Centenario, ésta sufrió un cambio importante en relación a la producción del siglo XIX. La historiografía del XIX dado preponderancia a Lima como el principal escenario de la producción escrita, además de estar centrada en la etapa de los libertadores. Sin embargo, en el siglo XX diversos intelectuales de Lima y de regiones ofrecieron una narración más centrada en las regiones. Por ejemplo, el abogado Manuel Jesús Pozo publicó Lo que hizo Huamanga por la Independencia (Ayacucho, 1924), el cual abarca desde la revolución del Cuzco en 1814 hasta la llegada de Bolívar a Huamanga, rescatando relatos sobre personajes ayacuchanos partícipes del proceso independentista; asimismo, analiza el fenómeno político de la provincia de Huanta por su inclinación realista que se extendió, incluso, hasta algunos años después de la independencia peruana. El médico e historiador chileno Vicente Dagnino Oliveri dio a luz en Tacna su El ayuntamiento de Tacna: Tributo a la patria en su centenario (Tacna, 1910), en donde estudia los primeros levantamientos populares en la ciudad, así como la formación del ayuntamiento en Tacna (1813-1814), entre otros acontecimientos. Acompaña a este último estudio Historia de las insurrecciones de Tacna por la independencia del Perú (Lima, 1921), del ariqueño Rómulo Cúneo Vidal. Se publicaron incluso monografías elaboradas por escolares, como la de Domingo E. Solís Russo, Hechos notables ocurridos en el Departamento de Junín durante la guerra de la Independencia (Lima, 1918). Especial atención tuvo la rebelión del Cuzco de 1814, publicándose La Revolución de 1814 (Lima, 1914) de Luis Antonio Eguiguren y La Revolución del Cuzco (1814) (Lima, 1919) de Evaristo San Cristóval Palomino, los cuales fueron los primeros tratados especializados en torno a dicho acontecimiento.

Víctor Raúl Haya de la Torre, exiliado en México, debido a la persecución del gobierno de Leguía, funda la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), pensada como un movimiento político indoamericano de izquierda, nacionalista y antiimperialista. En el Perú, Leguía está en el apogeo de su gobierno. Lleva a cabo su primera reelección como candidato único. Opositores como su primo hermano Germán Leguía y Martínez deben irse al exilio. Conatos subversivos contra el gobierno son controlados. Asimismo, su alianza con los capitales norteamericanos es cada vez más fuerte. La International Petroleum Company adquiere la propiedad de La Brea y Pariñas.

Como ha señalado Carlota Casalino, el Estado-nación peruano, en su proceso de formación, fue elaborando e inventando elementos simbólicos que coadyuvaron a generar en sus miembros sentimientos de pertenencia e identidad comunes: bandera, escudo, himno, héroes, etc. Dichos elementos fueron transmitidos a la sociedad por medio de diversos mecanismos. Por ejemplo, el calendario cívico, la construcción de monumentos y edificios, rituales, ceremoniales, contenidos educativos, la enseñanza de la historia patria, pedagogía cívica, educación cívica, discursos, conmemoraciones, y desfiles militares.

Como parte de esta simbología patriótica fue construido el Panteón de los Próceres de la Nación, a donde se trasladaron los restos de varios actores de la guerra de independencia peruana. Su construcción fue autorizada por decreto supremo del 29 de junio de 1921. Este señalaba que su objetivo sería la de “honrar a los hombres que dieron libertad al Perú y contribuyeron a fundar la República con cruentos sacrificios”. Fue edificado en el interior de la iglesia de San Carlos, ubicada en el Parque Universitario, que pertenecía a la Universidad de San Marcos, y se inauguró el 10 de diciembre de 1924, en el contexto del centenario de la batalla de Ayacucho. La revista ilustrada Mundial resumió algunos de los hitos de la ceremonia de inauguración:

La inauguración fue solemne. El Presidente de la República [Augusto B. Leguía] pronunció un sentido y elevado discurso; el ministro Clemente Ponce, de la embajada ecuatoriana, leyó un soneto a la espada de Bolívar [que el gobierno de Venezuela prestó para las fiestas], y el obispo Carrasquilla, de la embajada de Colombia, en una magnífica improvisación, dijo del gran honor que le había tocado por mandato del Destino al asistir a estas fiestas centenarias y hablar en tan fausta ocasión en nombre de Colombia. El embajador de Venezuela, doctor Pedro N. Arcaya, con el verbo cálido que posee, se produjo en una magnífica oración, diciendo del significado de la independencia, de la grandeza de los hombres y de la obra trascendente que el Perú hacía al guardar en un Panteón sagrado a sus bravos hijos de la independencia. El Arzobispo de Lima, que es el capellán de honor del Panteón de los Próceres, celebró la misa gloriosa, y el padre Morrinsón pronunció una elocuente alocución (Mundial, 9 de diciembre de 1924).

Al Panteón de los Próceres de la Nación fueron trasladados los restos del médico Hipólito Unanue, los compositores musicales José Bernardo Alcedo y José de la Torre Ugarte (autores del himno nacional), el general británico Guillermo Miller, el republicano José Faustino Sánchez Carrión, el prócer de la independencia lambayecano Pascual Saco Oliveros, y el presidente Ramón Castilla, entre otros. Asimismo, se colocaron las esfinges de Túpac Amaru II, Micaela Bastidas, José de San Martín, Simón Bolívar y otros, que paulatinamente se fueron incorporando.

María Parado de Bellido (¿?-1822) fue una heroína ayacuchana a la que los realistas comandados por José Carratalá fusilaron en los extramuros de la ciudad de Huamanga el 1 de mayo de 1822. Ella se había negado a revelar los nombres de los patriotas a quien les enviaba información de los movimientos del ejército realista. María tenía relación con las guerrillas de Cayetano Quirós, en la que uno de sus hijos estaba enrolado. En la década de 1860, este hecho fue relatado por los historiadores Mariano Felipe Paz Soldán y Manuel de Mendiburu. El primero se basó en la información que circulaba en Ayacucho, donde la figura heroica de María Parado de Bellido era muy conocida y se convirtió en un referente de la identidad regional. Por ello, no extraña que, al conmemorarse el Centenario, se proponga construir un monumento en su honor.

Mientras que en Lima la mayoría de medidas conmemorativas del Centenario giraba en torno a la legitimación del presidente Leguía y la Patria Nueva, bajo la idea de modernidad que implicaba la construcción de muchas estructuras monumentales y urbanísticas de la capital, algo diferente sucedía en las regiones. La celebración de nuestra independencia significó una ocasión para ensalzar a los héroes locales. En Ayacucho, el Comité Pro Centenario de 1924 propuso obras públicas para la ciudad, entre ellas, levantar tres monumentos conmemorativos: a la batalla de 1824, al general Antonio José de Sucre y a la prócer María Parado de Bellido.

Las gestiones para la construcción del monumento se iniciaron en 1918, para concluirse en 1922, conmemorando el centenario de su muerte, pero este proyecto se retrasó y se concluyó en diciembre de 1925. Como menciona Nelson Pereyra, los intelectuales ayacuchanos dieron a la heroína una identidad social mestiza, urbana y hasta de cierta alcurnia. Investigaciones posteriores resaltan más bien su origen rural. Con todo, su representación mestiza en la narración histórica tuvo influencia en su representación escultórica: se le vistió de saya. El cusqueño Benjamín Mendizábal fue el escultor encargado de realizar el monumento a María Parado de Bellido. La obra se colocó en la plazuela del Arco de la ciudad de Huamanga, lugar donde fuera fusilada. El periódico El Estandarte Católico del 17 de diciembre de 1925 describe que la escultura muestra a María “con el rostro imperativo, con la boca cerrada i los brazos extendidos, presentado el pecho heroico a las balas inhumanas que se ensañaron vilmente contra la mujer, por oponerse a Carratalá”.

La Generación del Centenario fue un grupo de jóvenes intelectuales estudiantes de último año o recién egresados de las aulas universitarias durante el contexto de las celebraciones del Centenario. El grupo como tal se caracterizaba por ser crítico de la sociedad y la política peruana. Su participación se dio desde la prensa, en actividades culturales y en el movimiento estudiantil que llevó a la reforma universitaria de 1919.

Se puede considerar como su punto inicial la inauguración del Conversatorio Universitario, que fue un ciclo de conferencias impulsadas por el joven historiador Raúl Porras Barrenechea y otros estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, en el que se propusieron nuevas aproximaciones históricas sobre los últimos años del periodo colonial y el proceso independentista peruano.

En este círculo académico se encontraban los miembros de la denominada Generación del Centenario, como Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez, Guillermo Luna Cartland, Carlos Moreyra y Paz Soldán, José Quesada, José Luis Llosa Belaunde, Víctor Raúl Haya de la Torre y Ricardo Vegas García. Se distinguen más miembros de este grupo con la conocida fotografía publicada en la revista Mundial del 28 de julio de 1921, en la que aparecen Jorge Basadre, Manuel Abastos y Ricardo Vegas García.

Otro de los aspectos en que la Generación del Centenario tuvo un rol importante fue en la reforma universitaria de 1919, movilizándose y polemizando en distintos espacios. Así, en el Perú, se dio la ley 4002 y la ley orgánica de educación pública 4004, que reunió los principales postulados de la reforma (por ejemplo, la tacha y posterior sustitución de profesores). Con esto se estaba respondiendo a la crisis estructural de las aulas universitarias peruanas, en las que el problema no estaba solo en los malos profesores, sino en una falta de conexión con los problemas del momento. Con la reforma se buscaba romper las ataduras individualistas de la universidad y revelar la inquietud de nuevos sectores sociales.

Otro alcance de la Generación del Centenario fue el legado que dejó en sus alumnos. Alrededor de 1930 las promociones de estudiantes estaban siendo instruidas por Jorge Basadre, Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras Barrenechea, quienes impartieron una nueva interpretación de la realidad del país, y la importancia de abordar las investigaciones de este por medio de seminarios y centros de estudios. Al mismo tiempo, dichos intelectuales no dejaron de involucrarse en otras actividades de la universidad, pues ocuparon variados puestos dentro de ella y de la reforma misma.

Fundada el 15 de agosto de 1540, la ciudad de Arequipa se ubica en el sur del Perú. En el virreinato peruano, se especializó en el cultivo de la vid y la producción de aguardiente de uva, y tuvo como mercados importantes Lima y Charcas. De otra parte, las minas en Cailloma y Huantajaya producían plata, aunque no mucha cantidad. La riqueza de Arequipa dependía de su agricultura y fue una de las provincias que rendían mayores ingresos fiscales. Durante la República, fue un centro comercial muy importante articulado con el altiplano que proveía de lana de oveja y fibra de alpaca al mercado mundial. Desde lo político, Arequipa siempre cuestionó la preeminencia de Lima. De hecho, varias de las rebeliones contra el poder central se iniciaron en el sur y ello no cambió en el siglo XX.

A fines del siglo XIX, su producción agrícola se centró en la caña de azúcar y algodón, fomentando la concentración de tierras. Poco a poco se formó un proletariado rural, y la región se modernizó con la construcción de ferrocarriles, la llegada de la luz eléctrica, los vehículos motorizados, la telefonía y el telégrafo, entre otros adelantos de la época. Para inicios del siglo XX, hay también una temprana industrialización centrada en productos alimenticios (fideos, chocolates, cervezas, gaseosas), curtiembres, textiles, calzados, muebles y plantas eléctricas.

Esta modernización económica tuvo también una contraparte cultural con la reforma de la Universidad San Agustín, y un activo movimiento intelectual de las nuevas generaciones de las élites arequipeñas y de ciertos sectores medios. Fueron entonces figuras políticas e intelectuales relevantes el abogado e historiador Francisco Mostajo, Francisco Gómez de La Torre, Mariano Lino Urquieta, Pedro José Rada y Gamio, y Víctor M. Barriga, entre otros. En el contexto del Centenario, estos intelectuales no dejaron de presentar a la ciudad como importante en la República, mas no tanto en la independencia, aunque algunos resaltaron la figura heroica de Mariano Melgar.

El gobierno de la Patria Nueva de Leguía tuvo en su inicio apoyo de Arequipa, la que se benefició de obras públicas, como el parque Bolognesi, casas para obreros, y en las celebraciones del Centenario se inauguró el alumbrado eléctrico en el centro de la ciudad, el hipódromo. El autoritarismo del gobierno, el alza de los precios del agua y el transporte por parte de las empresas extranjeras, la cesión de Arica a Chile, y la represión contra las protestas llevaron al apoyo del teniente coronel Luis Miguel Sánchez Cerro en el golpe a Leguía el 22 de agosto de 1930.

El 29 de enero de 1539, Francisco Pizarro fundó la ciudad de San Juan de la Frontera, que al poco tiempo se decide trasladar a otro lugar la ciudad. En el paraje denominado Pacora o Pocora, el 25 de abril de 1540, se establece la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. En las guerras de independencia, fue una base realista importante, aunque no contaba con el apoyo de toda la población de la región, como se concluye del apoyo de los morochucos a los patriotas y de la labor de la mártir María Parado de Bellido. Fue recién en 1824, con la batalla de Ayacucho, cuando Huamanga pasó a formar parte de la República independiente, aunque rodeada de los rezagos pro realistas, como la de los iquichanos. Simón Bolívar, en honor a la victoria de la batalla de Ayacucho, cambió, el 15 de febrero de 1825, el nombre del departamento y de la ciudad de Huamanga por el de Ayacucho. Solo se mantuvo el nombre de la provincia de Huamanga. Durante el siglo XIX, la ciudad no cambió mucho respecto a la época colonial. De acuerdo con testimonios de viajeros que pasaron por la ciudad, la pobreza se hallaba muy expandida. Pese a la importancia simbólica de la región, el establecimiento de un monumento a la batalla de Ayacucho demoró en concretarse. De hecho, llegó la conmemoración por los cincuenta años de la batalla en 1874 sin memorial. Durante el periodo de reconstrucción nacional, se logró erigir una estatua a la Libertad, en conmemoración a la batalla de Ayacucho en la pampa de la Quinua, el 29 de julio de 1897.

El siglo XX trajo más novedades y mejores condiciones económicas y sociales gracias a las actividades mercantiles de su élite. A inicios del siglo XX, su población era de quince mil habitantes, y contaba con una élite política e intelectual muy activa en su búsqueda de conseguir que Ayacucho se modernizara y adquiriese preeminencia. Durante el Oncenio de Leguía, con senadores locales cercanos al presidente, como José Salvador Cavero y Pío Max Medina, se esperaba que el gobierno central invirtiera en la región con ocasión de Centenario de la batalla de Ayacucho. Se plantearon muchas obras de mejoramiento urbano, y las más importante: terminar el ferrocarril Huancayo-Ayacucho. Sin embargo, no se concretaron esas obras. De hecho, el ferrocarril se cambió para que uniera Huancavelica con Huancayo. En su lugar se construyó la carretera de La Mejorada, que conectaba Huancayo con Ayacucho. Con todo, la celebración del Centenario de la batalla de Ayacucho contó con las visitas de las principales autoridades políticas nacionales.

Fundada en abril de 1534 como capital del virreinato, fue abandonada para ser nuevamente refundada en 1567 como pueblo de indios. Convertido en corregimiento, tras las reformas borbónicas formó parte de la intendencia de Tarma. Durante las guerras de independencia fue un lugar importante en la campaña del ejercito libertador, al mando de Álvarez de Arenales en la sierra central. De hecho, fue uno de los primeros lugares de la región en hacer la jura de la independencia, el 20 de noviembre de 1820, al mismo tiempo que Huancayo. Así consta en el decreto dado por el presidente Torre Tagle del 6 de abril de 1822, en la cual “La villa de Santa Fé de Jauja por los […] servicios que ha hecho a la Patria desde el 20 de noviembre de 1820, tendrá el sucesivo nombre y privilegios de Ciudad” (Gaceta del Gobierno, Lima, 6 de abril de 1822). Al respecto, el decreto señala que “Desde el 20 de Noviembre de [1]820 en que la división del general Arenales puso a Jauja en libertad de pronunciar sus sentimientos, no ha cesado de hacer sacrificios gratos a la PATRIA, prodigando su sangre y sus recursos para cooperar a las miras del Ejército Libertador”.

Durante el siglo XIX, las actividades más importantes fueron la minería y la agricultura, esta última dominada por el minifundio. En la región no hubo latifundios ni, en consecuencia, gamonales o grandes hacendados. La creación de la Cerro de Pasco Mining Company a inicios del siglo XX llevó a que la población migrase a las minas. Jauja decae poco a poco en favor de Huancayo. En el contexto del Centenario, se terminó la Carretera Central, que permite llegar de forma más rápida a la ciudad de Lima. Por entonces, la política local estaba controlada por los comerciantes y grandes propietarios de tierras. Según un censo de 1934, la provincia de Jauja tenía una población de 88,153 habitantes y la ciudad albergaba alrededor de 18,000. La población era preponderadamente indígena y mestiza, con 71 % y 28 %, respectivamente.

En cuanto a la coyuntura del Centenario, como menciona Carlos Hurtado Ames, las autoridades de la ciudad aprovecharon para inaugurar obras públicas, como caminos carreteros, alumbrado público, la nueva fachada de la iglesia matriz y el parque municipal. Asimismo, se planificó colocar en la plaza Santa Isabel un monumento a la Libertad.

La hoy conocida región La Libertad jugó un papel importante en la gesta independentista peruana. Trujillo proclamó su independencia el 29 de diciembre de 1820. Por decreto del 9 de marzo de 1825, se cambió el nombre a la ciudad por el de Ciudad de Bolívar, y el departamento, por La Libertad. Sin embargo, luego de la retirada de Simón Bolívar del Perú, en 1827 se restituyó el nombre de Trujillo a la ciudad, a reclamo de la municipalidad. En el siglo XIX e inicios del siglo XX, la región tuvo como principal producto de exportación el azúcar. El crecimiento de las exportaciones llevó a la modernización de la producción y la proletarización de la mano de obra. Pronto, la movilización de los obreros se articuló con la de jóvenes intelectuales de la bohemia de Trujillo, entre ellos Víctor Raúl Haya de la Torre, que desafiaron a las élites tradicionales.

Con motivo de la conmemoración del Centenario, Trujillo fue arreglada, se pavimentaron sus calles y se acondicionó el Club Libertad. El evento central fue la proclamación del 29 de diciembre de 1820. Esta conmemoración había sido reconocida por el Estado peruano en los primeros años de la república, pero después fue quitada del calendario patrio nacional, mas se mantuvo en el norte. La organización de la ceremonia recayó en la municipalidad, cuyo alcalde era Alberto Larco Herrera. A la ceremonia asistieron José R. Goyburu, prefecto del departamento de La Libertad; Antonio Castro y Juan M. Ontaneda, ministros de Guerra y Marina, respectivamente; y el obispo Carlos García Yrigoyen, entre otros. El alcalde Larco resaltó en la ceremonia las figuras heroicas de José de San Martín y de José Bernardo Tagle, y el marqués de Torre Tagle, un “varón ilustre, poseedor de cuantiosa fortuna y aun mejores dotes morales”, además de resaltar la lealtad de Trujillo a la causa libertadora. Asimismo, aprovechó la ocasión para expresar su solidaridad con los compatriotas de Tacna, Arica y Tarapacá, provincias tomadas por los chilenos en la guerra.

En la Universidad Nacional de Trujillo se llevó a cabo otra ceremonia relativa a la independencia. El discurso principal estuvo a cargo del rector Carlos E. Uceda. El discurso de Uceda tuvo por objetivo probar la importancia de la declaración de la independencia en Trujillo para el Perú y América. En 1921, se convocó a un concurso para construir un monumento conmemorativo a la independencia. El ganador fue el escultor Edmund Moeller con su monumento a la Libertad. Este fue inaugurado en la plaza de armas de Trujillo, el 4 de julio de 1929, y sus padrinos fueron Augusto B. Leguía y su hija Carmen Rosa Leguía Swayne.

Fundada por el conquistador español Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535, Lima, la Ciudad de los Reyes, fue la capital del virreinato peruano y, tras la independencia, la de la República del Perú. La ciudad, a mediados del siglo XIX, no parecía muy distinta a la del periodo virreinal, pero ello cambia rápidamente en la época del guano. En 1851, se construye una línea de ferrocarril al Callao y otra al balneario de Chorrillos, además se instala alumbrado público a gas y tuberías de hierro para el agua. La ciudad colonial, llena de edificios religiosos, cede su lugar a edificaciones públicas civiles, como el Mercado Central, la Penitenciaria de Lima, el hospital Dos de Mayo, el Jardín Botánico, el puente de Hierro sobre el río Rímac, entre otras. No obstante, el cambio más radical se dio en el gobierno de José Balta, que se encargó de demoler las murallas de Lima; la población crecía —para la década de 1870 tenía una población de poco más de cien mil habitantes— y era necesario expandir la urbe. El lugar ocupado por las murallas dio lugar a grandes avenidas y espacios públicos. De hecho, tras terminar este trabajo, se procedió a la construcción de importantes obras, como el Parque de la Exposición (1872) y la plaza Dos de Mayo (1874).

La guerra con Chile, y su invasión a la capital en 1880 y su permanencia hasta 1883 significaron para la ciudad la destrucción de la infraestructura urbana y el robo de preciadas muestras de modernidad. La reconstrucción fue lenta debido a la crisis económica de posguerra. En 1886, se inauguró el alumbrado eléctrico en la Plaza de Armas y dos años más tarde el servicio telefónico empezó a funcionar. Para fines del siglo XIX, la población de la ciudad era de más de 103,000 habitantes; el 46 % era población blanca; 24 %, mestiza; 17 %, indígena; 6 %, negra; y el resto, asiática. En términos de infraestructura, no había cambiado muchos desde tiempos de antes de la guerra con Chile. A partir del gobierno de Piérola, la ciudad cambia por la apertura de avenidas (Brasil, Paseo Colón, Central y 28 de Julio, entre otras), y la construcción de nuevos edificios públicos y urbanizaciones. Con el gobierno de Augusto B. Leguía estos cambios fueron más notorios, al invertirse grandes sumas en el arreglo de la ciudad para el Centenario, como la apertura de la avenida Leguía, la construcción de la plaza San Martín para el monumento al Libertador o el Panteón de los Próceres de la Nación. A ello se agrega las diferentes donaciones hechas por las colonias extranjeras, como el monumento a Manco Cápac.

Jorge Basadre Grohmann nació el 12 de febrero de 1903, en Tacna, cuando esta ciudad, al igual que Arica, estaba bajo la administración chilena, debido a lo establecido en el Tratado de Ancón, documento que puso fin a la guerra del Pacífico. Sus padres fueron Carlos Basadre Forero y Olga Eloísa Grohmann Butler. Contrajo matrimonio con Isabel Ayulo La-Croix, con quien tuvo un hijo llamado Jorge Basadre Ayulo.

Sus primeros estudios los realizó en el Liceo Santa Rosa, hasta que la muerte de su padre, en 1909, obligó el traslado de toda su familia a Lima, donde prosiguió sus estudios en el Colegio Alemán y los concluyó en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe (1918). En 1919, ingresó a la Universidad de San Marcos, donde se doctoró en Letras con la tesis Contribución al estudio de la revolución social y política del Perú durante la Republica (1928). En 1935, se doctoró en Derecho con la tesis Fuentes de la historia del Derecho peruano. Durante su etapa de estudiante intervino en el Conversatorio Universitario de 1919, junto con otros jóvenes integrantes de la llamada Generación de la Reforma.

Entre sus primeros trabajos se encuentran la docencia en diversos colegios de Lima, auxiliar, y luego conservador en la Biblioteca Nacional, hasta 1930. Entre 1925 y 1926, fue parte de la delegación peruana que se encargó de coordinar el cumplimiento del plebiscito de Tacna y Arica, el cual no logró realizarse. En 1928, comenzó su labor como catedrático en la Universidad de San Marcos, dos años después fue nombrado director de la biblioteca de dicha casa de estudios, hasta 1931, poco antes de que esta fuese cerrada por Luis Miguel Sánchez Cerro. Su salida de la Universidad de San Marcos se debió a que había ganado una beca para estudiar en Estados Unidos. Luego, debido a su cierre, optó por continuar sus estudios e investigación en Europa, hasta 1935, año en que retornó al Perú para retomar su cargo como director de la biblioteca de la Universidad de San Marcos hasta 1942.

En mayo de 1943, ocurrió el trágico incendio en la Biblioteca Nacional del Perú. Después del siniestro, el presidente Manuel Prado Ugarteche designó a Basadre como nuevo director de la mencionada entidad, a quien se le encargó su reconstrucción y reorganización. Durante su cargo, se fundaron la revista Fénix, Anuario Bibliográfico Peruano y la Escuela Nacional de Bibliotecarios. Se mantuvo en el cargo hasta 1948. Después de concluir su labor en la Biblioteca Nacional del Perú, fue designado ministro de Educación durante el gobierno de Bustamante y Rivero, y en el segundo gobierno de Manuel Prado Ugarteche. Luego se dedicó a la docencia y la investigación. Su obra más importante, a la que le dedicó varios años, fue Historia de la República del Perú. Murió en Lima, el 29 de junio de 1980.

Augusto Bernardino Leguía y Salcedo nació en Lambayeque, el 19 de febrero de 1863. Sus padres fueron Nicanor Leguía y Haro, y María del Carmen Salcedo, familia que era parte de la oligarquía regional. Fue educado en una escuela británica en Valparaíso (Chile). Retornó al Perú en 1878 y, establecido en Lima, trabajó en la casa comercial de Enrique S. y Carlos A. Prevost. Cuando estalló la guerra con Chile, Leguía se enroló en un batallón del ejército de reserva, comandado por el coronel Manuel Lecca, y combatió en la batalla de Miraflores, el 15 de enero de 1881.

En 1890 contrajo matrimonio con Julia Swayne y Mariátegui, lo cual lo vinculó a la élite agroexportadora, lo que, a su vez, le brindó la oportunidad de utilizar sus habilidades contables con bancos y compañías de seguros locales y extranjeros. Entró a la política cuando fue nombrado ministro de Hacienda por el presidente Manuel Candamo (1903-1904), continuando en el mismo cargo en el gobierno de José Pardo (1904-1907). Como candidato del Partido Civilista, Leguía ganó las elecciones presidenciales de 1908. Durante su primera presidencia, Leguía resolvió disputas fronterizas de larga data con Brasil y Bolivia. También estableció el control estatal sobre la industria del guano, que en el siglo XX servía principalmente al mercado nacional. Al finalizar su mandato en 1912, partió hacia Estados Unidos y Gran Bretaña, donde se dedicó a la banca y otros intereses financieros. Por entonces se distanció del Partido Civil.

Cuando regresó al Perú en 1918, se convirtió en el candidato presidencial del recién formado Partido Democrático Reformista (PRD). Temeroso de que los civilistas le impidieran asumir el cargo, Leguía recurrió a los militares para asegurar su presidencia. Tras asumir el cargo, Leguía convocó una Asamblea Constituyente, que presentó una nueva Constitución en 1920. En esta carta, amplió los poderes presidenciales en cuanto a la administración del territorio y la economía. Leguía silenció a la oposición por medio de la intimidación, el encarcelamiento, el exilio y la censura de prensa. Fue reelegido en elecciones presidenciales en 1924 y 1929.

Durante su segunda presidencia, Leguía resolvió las disputas fronterizas restantes con Colombia y Chile, aunque fue muy criticado por comprometerse con este último. Leguía emprendió un ambicioso desarrollo de obras de infraestructura pública en Lima, financiado con préstamos del exterior, en particular con Estados Unidos. En respuesta a su gobierno dictatorial y la crisis económica, el general Luis Miguel Sánchez Cerro llevó a cabo un golpe de Estado el 22 de agosto de 1930. Luego de ser derrocado, Leguía fue enviado prisionero a la isla El Frontón, en donde permaneció encerrado hasta 1932, donde sufrió graves enfermedades. Después fue trasladado al Hospital Naval del Callao en donde falleció el 6 de febrero de ese año.

Nació en Lima, el 16 de mayo de 1898. Sus padres fueron el historiador y político Germán Leguía y Martínez, y Francisca Iturregui. Su tío fue Augusto B. Leguía. Estudió en el Colegio Lima y desde entonces colaboraba en el diario El Tiempo de Lima con artículos geográficos-históricos. Ingresó a la Universidad de San Marcos. Con otros miembros de su generación participó en el movimiento estudiantil por la reforma universitaria de 1919; de hecho, fue presidente del comité de huelga de la Facultad de Letras. Formó parte del Conversatorio Universitario, con Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez y Manuel G. Abastos, con los cuales organizaron un ciclo de conferencias sobre el periodo de la independencia. Como trabajo previo, a instancias de Porras Barrenechea, con un grupo de estudiantes, incluidos Jorge Basadre, catalogó la sección Papeles Varios de la Biblioteca Nacional del Perú. Fruto de ese trabajo fue su ponencia “Lima en el siglo XVIII” en el conversatorio.

Tras el golpe de Estado de su tío Augusto B. Leguía, el 4 de julio de 1919, fue llamado para ser su secretario privado. Su padre fue nombrado presidente del Consejo de Ministros y ministro de Gobierno. Al mismo tiempo, Jorge Guillermo continuó con su labor de investigación histórica, además de su labor como periodista en el diario La Prensa. Allí, entre 1921 y 1923, publicó estudios y documentos con el título de “Domingos Históricos”. Tras los conflictos entre el presidente Leguía y su padre, fue extraditado a Panamá, en 1923, donde se dedicó al periodismo y la enseñanza. En 1927, debido a que su padre cayó gravemente enfermo, pudo volver a Lima con él.

Establecido en Lima, fue nombrado jefe del Archivo de la Universidad de San Marcos (1928) y director del Museo Bolivariano (1928-1932). Se le encargó la dirección de la Biblioteca de la República, una interesante colección de libros sobre temas peruanos (1928-1931), además publicó el Boletín Museo Bolivariano con artículos de investigación histórica, sobre todo documentos sobre la independencia hasta entonces inaccesibles para el público en general. Tras el golpe de Estado contra Leguía, fue nombrado secretario general de la Universidad de San Marcos (1930-1932) y catedrático de Historia de América (1931-1934). De forma inesperada, falleció en Lima, el 28 de enero de 1934. Jorge Guillermo tuvo una producción prolífica en cuanto a ensayos y artículos. Su dispersa obra fue compilada, de forma póstuma, en tres volúmenes: Historia y biografía (1936), Estudios históricos (1939) y Hombres e ideas en el Perú (1941).

Nació el 23 de marzo de 1897, en Pisco. Sus padres fueron Guillermo O. Porras Osores y Juana Barrenechea Raygada. Estudió en los colegios San José de Cluny y de los Sagrados Corazones Recoleta. Por entonces mostraba sus dotes de escritor con la publicación de tres cuentos y una traducción del francés en la revista del colegio. En 1912, ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, donde se doctoró en Filosofía, Historia y Letras. Durante su tiempo como estudiante universitario fue impulsor del Conversatorio Universitario, convocando a un grupo de estudiantes a revisar la colección de documentos y de prensa de la Biblioteca Nacional del Perú. En el conversatorio, Porras Barrenechea presentó dos ponencias: “José Joaquín de Larriva” y “San Martín en Pisco”. En 1918, viajó como delegado estudiantil a La Paz, y al año siguiente, a Buenos Aires, donde se involucra con las ideas de la reforma universitaria.

En 1922, empezó a laborar en el Ministerio de Relaciones Exteriores, primero como bibliotecario y jefe del Archivo de Límites, y luego como asesor del Comité de Límites para la Cuestión de Tacna y Arica, así como secretario de la delegación peruana en el Centenario del Congreso de Panamá, entre otros encargos diplomáticos. Terminados sus estudios en 1928, se le otorgó las cátedras de Literatura Castellana, Historia de la Conquista y la Colonia, Historia Diplomática del Perú, y Literatura Americana y Peruana. Su experiencia docente se remontaba a 1923, cuando fue profesor de Historia en diversos colegios de Lima, destacando su paso por los colegios Anglo-Peruano y Antonio Raimondi.

En 1934, se trasladó a España, donde se dedicó a la investigación historiográfica en archivos y bibliotecas, especialmente en el Archivo de Indias y el Archivo Histórico Nacional. Al año siguiente, en Sevilla, fue nombrado delegado en el XXVI Congreso de Americanistas. Instalado en París, en 1936, fue designado ministro plenipotenciario y delegado permanente ante la Sociedad de Naciones, cargo que ocupó hasta 1938. Su vida política comenzó en 1956, cuando fue elegido senador por Lima, siendo primer vicepresidente de su cámara. Al año siguiente, se encargó de la presidencia del Senado ante la muerte de José Gálvez Barrenechea. En 1958, el presidente Prado lo nombró ministro de Relaciones Exteriores, cargo que ocupó hasta 1960. El 27 de septiembre de ese año, falleció de un ataque al corazón en su casa de Miraflores.

Luis Alberto Sánchez nació en Lima, el 12 de octubre de 1900. Sus padres fueron Alberto Leandro Sánchez Blanco y Carmen M. Sánchez Patiño. Sus primeros estudios los realizó en el Colegio de los Sagrados Corazones Recoleta. Durante su época escolar colaboro con las revistas literarias Lux y Ariel, y entabló amistad con Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui. En 1917, a los diecisiete años, ingresó a la Universidad de San Marcos, donde se graduó de bachiller en Letras en 1920, como abogado en 1926, y luego doctor en Historia, Filosofía y Letras.

Con Raúl Porras Barrenechea y Jorge Guillermo Leguía, fue uno de los principales animadores del Conversatorio Universitario fundado en 1919, con la participación, entre otros, de Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Basadre, Carlos Moreyra, Ricardo Vegas García y José Luis Llosa Belaunde. Con motivo de las celebraciones del Centenario, la actividad impulsó investigaciones referidas a dicho tema de la mano de esta generación de jóvenes estudiantes sanmarquinos. Su presentación en este conversatorio se tituló “Los poetas de la revolución”.

Desde muy temprana edad se dedicó a la docencia. En 1921, ocupó una plaza como profesor en el Colegio Alemán, en el que se mantuvo hasta 1931. En 1927, comenzó sus actividades como profesor en la Facultad de Letras en la Universidad de San Marcos, y paralelamente ejerció la abogacía y el periodismo. En 1928, fue nombrado subdirector de la Biblioteca Nacional del Perú. En 1931, comenzó su carrera política, primero al afiliarse a la APRA e inmediatamente fue elegido diputado en el Congreso Constituyente. Sin embargo, fue deportado por el gobierno de Sánchez Cerro. Durante su estancia en el extranjero, sus actividades alternaron la docencia y el periodismo en América del Centro y Ecuador. Retornó brevemente al Perú en 1933 por una amnistía dada por el presidente Benavides, pero al año siguiente fue deportado una vez más. Esta vez se estableció en Chile hasta 1943.

En 1945, de retorno en el Perú, fue elegido diputado por Lima. Al año siguiente asumió, el cargo de rector de la Universidad de San Marcos. En 1948, fue nuevamente enviado al exilio, retornando a finales de la década de 1950. De vuelta, ocupó de nuevo su catedra universitaria (1958), y luego fue designado rector entre 1961 y 1963, y entre 1966 y 1969. Ocupó al mismo tiempo el cargo de senador. En 1978, fue diputado de la Asamblea Constituyente, volvió a ser senador (1980-1985), vicepresidente de la República durante el primer gobierno aprista (1985-1990) y senador (1990-1992). Falleció en Lima, el 6 de febrero de 1994.

De forma similar al Centenario, la coyuntura del Sesquicentenario de la Independencia del Perú estuvo marcada por un gobierno con un proyecto político ambicioso. No obstante, el contexto político nacional e internacional fue muy distinto. El crecimiento de la población, su migración a las ciudades y la desigual distribución de la riqueza dio forma a movimientos sociales que demandaban reformas políticas y sociales. La Revolución cubana y su teoría del foco guerrillero impulsó a algunos sectores a buscar las reformas mediante la directa toma de poder. En el Perú, el gobierno de Fernando Belaunde Terry tuvo que lidiar con toma de tierras en el Cusco y la incursión del Ejército de Liberación Nacional y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Sin embargo, la represión no resolvió el origen del descontento. Las Fuerzas Armadas preocupadas por la dificultad de llevar las reformas sociales por parte de las élites civiles, dieron un golpe de Estado para llevarlas a cabo ellos y evitar una revolución comunista.

El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), bajo la presidencia del general Juan Velasco Alvarado, significó una ruptura con el predominio político, económico y social de las oligarquías, cuyo origen se puede rastrear desde fines del siglo XIX. En tal sentido, a diferencia del Centenario, el Sesquicentenario tuvo un sentido más popular y nacionalista. Así, además de realizar la reforma agraria, que significó la desaparición de los latifundios, cuyas tierras se repartieron entre comunidades y trabajadores indígenas, se nacionalizaron empresas extranjeras dedicadas a la explotación de recursos naturales. El presidente Velasco prometió llevar a cabo la “segunda independencia” del Perú, que saldaría las deudas históricas de la primera.

Otro aspecto importante fue que el GRFA le prestó atención a la necesidad de informar de estas reformas a la población mediante un amplio aparato de propaganda con mensajes claros y contundentes. Así, por primera vez en la historia peruana, un gobierno adoptaba como símbolo a un héroe: Túpac Amaru II. El líder de la Gran Rebelión del Cusco en 1780 sintetizaba la imagen de un pueblo oprimido que se levantaba contra la opresión. Por entonces, se interpretó que el héroe buscaba la independencia del Perú. Para organizar la conmemoración, el GRFA creó la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP). A diferencia del Centenario, el presidente de la CNSIP buscó dar protagonismo a la participación de los peruanos en la gesta de la independencia, a los precursores y próceres. Tal objetivo se concretó en monumentos, y la publicación de libros y documentos.

Sesquicentenario, Velasco Alvarado
Sesquicentenario, Velasco Alvarado .

En Chile, el presidente Salvador Allende nacionaliza la banca privada y la minería del cobre. En Bolivia, Hugo Banzer Suárez asume la presidencia del país, tras un golpe de Estado. El Perú, desde 1968, tras un golpe de Estado, establece el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada bajo la presidencia del general Juan Velasco Alvarado. En 1971, la República Popular China y el Perú cuentan con relaciones diplomáticas. El gobierno peruano da el decreto ley 18896 que crea el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS) e interviene en los medios de comunicación, produciendo y supervisando contenidos.

El contexto político, social y económico del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), bajo la presidencia de Juan Velasco Alvarado, moldeó la conmemoración del Sesquicentenario. En tanto se planteó una política nacionalista que criticaba la intromisión extranjera y la debilidad de las élites nacionales para realizar las urgentes reformas, Velasco planteó que su gobierno iba a realizar la “segunda y verdadera independencia” en varios de sus discursos. En su mensaje a la nación del 28 de julio de 1971, mencionó que:

La Revolución Peruana es la continuadora histórica de nuestra primera gesta libertaria. Estamos luchando no sólo para crear un ordenamiento de justicia, sino también para liberar definitivamente a nuestra patria del yugo económico del poder extranjero.

El GRFA planteó llevar a cabo las reformas sociales que la Independencia del Perú no cambió, como la situación de desigualdad social y política de la población indígena o la subordinación de la economía peruana al capital extranjero. Fue muy importante, para dar fuerza a este discurso, exaltar la figura de Túpac Amaru II, convirtiéndolo en un símbolo del gobierno. No se negaba la importancia de los precursores y próceres peruanos, muchos de ellos criollos, pero era fundamental dar protagonismo a la población indígena.

No obstante, lo mencionado, el mensaje en el gobierno no era unánime. De una parte, un grupo sostenía un mensaje nacionalista de unión y de ver de manera positiva el legado de la independencia. Por otra parte, más a tono con el discurso de Velasco, al resaltar la opresión al indígena, se daba énfasis en aquello que la independencia no cumplió. Un ejemplo de cómo desde el gobierno se daban dos mensajes distintos se encuentra en la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP) y en el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS).

El GRFA creó la CNSIP el 16 de setiembre de 1969 con el objetivo de organizar el Sesquicentenario. Para tal fin, se programaron diversas actividades alusivas a la conmemoración, como concursos de ensayos, libros, reportes, poemas y piezas musicales; la inauguración de monumentos históricos, placas y bustos con las figuras de próceres y precursores; y emisión de estampillas y monedas conmemorativas. Asimismo, la más importante actividad: la publicación de la Colección Documental de la Independencia del Perú. Su discurso histórico daba fuerza a la participación de los peruanos en la lucha por la independencia, resaltando la unión. Por otra parte, desde el SINAMOS, el gobierno daba un mensaje un tanto distinto, al usar como símbolo de la reforma agraria a Túpac Amaru II, resaltando la traición de la República a la población indígena.

La figura heroica de Túpac Amaru II tuvo gran importancia durante el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (GRFA), bajo la presidencia de Juan Velasco Alvarado. Túpac Amaru II fue usado como símbolo en la publicidad del gobierno respecto al tema de la reforma agraria. Como esta transformación beneficiaba a la población indígena, pareció necesario que un héroe indígena, relacionado con la independencia, acompañase los mensajes del gobierno. Pero Túpac Amaru II ya era un héroe con cierta popularidad. No lo inventó Velasco o sus asesores. Desde la década de 1940 aparecieron nuevos estudios que probaban que su rebelión buscaba la Independencia del Perú (Francisco A. Loayza y Jorge Cornejo Bouroncle, entre otros). Aunque este fue un tema de debate porque otros historiadores, como Daniel Valcárcel, indicaban que fue una rebelión que más bien buscaba reformas. Por otra parte, desde el Cusco se llevó a cabo una campaña liderada por el sacerdote Teófilo Uscamaita para construir un monumento al héroe en el pueblo donde nació: Yanaoca, capital de la provincia de Canas. Este se inauguró en 1966, gracias a la colaboración de varios políticos nacionales y fue una actividad muy importante.

Lo que tuvo de peculiar el gobierno de Velasco con Túpac Amaru II fue convertirlo en un símbolo nacional asociado a sus reformas. Según Asensio, la primera referencia pública se dio el 24 de junio de 1969, cuando se anunció la reforma agraria. Al finalizar el discurso, el general Velasco indicó:

Hoy, en el Día del Campesino, miramos a la ciudadanía con fe, orgullo y esperanza, y le decimos al Perú entero que a su pueblo le debemos la inspiración de nuestros actos y que a él hoy le entregamos una ley forjadora de grandeza y justicia en su destino.
Al hombre de la tierra ahora le podemos decir en la voz inmortal y libertaria de Túpac Amaru:
“¡Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza!”.

Después de este anuncio, Túpac Amaru II apareció en afiches y en mítines, como logo en los carteles de las cooperativas agrarias, y en la publicidad de las instituciones o empresas estatales, incluso en la de las empresas privadas. Se le dedicó un espacio en la Colección Documental de la Independencia del Perú, se le hicieron cantos y se propuso levantar un monumento en la plaza de armas del Cusco. El gobierno utilizó al héroe indígena para llegar a sectores sociales populares y en particular a la población analfabeta. La oficina encargada de esta campaña fue la Dirección de Promoción y Difusión de la Reforma Agraria, en la que resaltó el trabajo del artista Jesús Ruíz Durand. Esta después pasó a ser parte del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS).

La Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP) se creó el 16 de setiembre de 1969, durante el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), presidido por el general Juan Velasco Alvarado. Por decreto ley del 3 de agosto de 1971, las funciones de la CNSIP se extendieron hasta el 9 de diciembre de 1974. Esta se encargó de todos los aspectos relacionados con el Sesquicentenario. Se hallaba conformada por miembros representantes de diferentes instituciones públicas, académicas y de la sociedad civil. Fue presidida por el general de división Juan Mendoza Rodríguez, y sus miembros fueron el general de brigada EP Luis Vignes Rodríguez (representante de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Auxiliares), doctor Guillermo Lohmann Villena (Ministerio de Relaciones Exteriores), José Fernández Pinillos (Concejo Provincial de Lima), doctor Alberto Tauro del Pino (Consejo Nacional de la Universidad Peruana), doctor Luis Ulloa (Confederación de Instituciones Profesionales, Universitarias y Liberales del Perú), reverendo padre Armando Nieto Vélez SJ (Asamblea Episcopal del Perú), doctor Aurelio Miró Quesada Sosa (Academia Nacional de Historia), doctora Ella Dunbar Temple (Sociedad Peruana de Historia), general de brigada EP Felipe de la Barra Ugarte (Centro de Estudios Militares del Perú), doctor Gustavo Pons Muzzo (Instituto Sanmartiniano del Perú), doctor Augusto Tamayo Vargas (Sociedad Bolivariana del Perú), capitán de navío Julio J. Elías (Sociedad de Fundadores de la Independencia, Vencedores del 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria), doctor Tomás Catanzaro (Instituto Libertador Ramón Castilla), doctor Estuardo Núñez (Biblioteca Nacional del Perú) y doctor Guillermo Durand Flores (Archivo Nacional). Después se unieron el doctor José Agustín de la Puente Candamo (Instituto Riva-Agüero), el general de brigada Juan Abad Bermúdez (en reemplazo de Vignes), doctor Félix Denegri Luna (en reemplazo de Miró Quesada y Catanzaro) y el general Manuel A. Remond Cárdenas (en reemplazo de Elías). Como asesores de la CNSP, se contó con Jorge Basadre, Emilio Romeros, Luis E. Valcárcel y el reverendo padre Rubén Vargas Ugarte.

El trabajo de la CNSIP se organizó en cinco comités: ejecutivo, economía, documentos, publicaciones, y actuaciones públicas y monumentos. Además, había comités departamentales. Su trabajo, en ese sentido, fue amplio. Se organizaron ciclos de conferencias en Lima y regiones, así como diversos actos conmemorativos para hechos relevantes desde la rebelión de Túpac Amaru II hasta la etapa bolivariana. Estos se acompañaron tanto de obras musicales, estampillas, monedas y medallas conmemorativas como de documentales. Entre los monumentos erigidos, cabe mencionar el de la Expedición Libertadora (Paracas, 1970) y a los Próceres y Precursores de la Independencia del Perú (Lima, 1971), así como el obelisco en la pampa de la Quinua en Ayacucho (1974). La obra más reconocida fue la Colección Documental de la Independencia del Perú, con un tiraje de cinco mil ejemplares.

 

Conoce más sobre el legado de la Comisión en la Cátedra Bicentenario “El legado del sesquicentenario de la independencia del Perú”:

Dentro de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP), el Comité de Actuaciones Públicas y Monumentos Nacionales se encargó de llevar a cabo concursos para levantar monumentos que rindieran homenaje a los precursores, próceres, héroes y mártires de la independencia. Fueron llamados al concurso todos los arquitectos y artistas residentes en el país. Se buscaba tanto crear monumentos de un personaje particular como de acciones significativas en el contexto de la gesta emancipadora en diferentes partes del país.

En tanto que la CNSIP se planteó como uno de sus objetivos resaltar la participación de los peruanos en la independencia, se consideró necesario que a los precursores y próceres se les conmemore con una escultura. Así lo argumentaba en su memoria el general Juan Mendoza, presidente de la CNSIP:

La Nación tenía contraída una deuda de gratitud con los Precursores y Próceres de la emancipación peruana y americana.

Supimos demostrar nuestra admiración y reconocimiento por San Martín, Bolívar, y por todos aquellos que colaboraron en la gesta de la emancipación americana, y seguiremos demostrando, todos los años, de modo inquebrantable, la misma admiración, el mismo reconocimiento y fervor, por quienes fueron hasta el sacrificio por legarnos libertad e independencia; y somos conscientes de que la gratitud de los pueblos no se refleja únicamente en la piedra y el bronce porque, ante todo, la obra de San Martín y Bolívar está en el corazón de todos los peruanos, que desde temprana edad recibimos el mensaje fervoroso de nuestros padres y las lecciones elocuentes de nuestros maestros.

Pero, la piedra y el bronce, unidos a la ceremonia cívica, enaltecida con la palabra, no sólo ayudan a recordar, sino que además vitalizan el pensamiento, fortalecen la acción y constituyen una demostración diaria de ejemplos que dignifican las lecciones de ayer y constituyen enseñanza permanente para el futuro.

Esto es lo que faltaba para los próceres peruanos.

Sus nombres, la importancia de sus pronunciamientos y el momento y la cronología de sus acciones heroicas, están en las páginas de la Historia, pero no en la piedra y el bronce, y era necesario que estuvieran representados no sólo en la fría semblanza de una efigie, sino, sobre todo, en el simbolismo de su acción solidaria y al alcance de todas las miradas, con la plenitud de los hechos históricos que los caracterizan.

El 17 de julio de 1970, se presentó a concurso la obra. Resultó ganador el escultor Joaquín Ugarte y Ugarte. Esta se hallaba compuesta por las estatuas de Túpac Amaru II, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Toribio Rodríguez de Mendoza, y Francisco Vidal. Este monumento, ubicado en la cuadra dieciséis de la avenida Salaverry del distrito limeño de Jesús María, se inauguró el 28 de julio de 1971, con la presencia del presidente Juan Velasco Alvarado.

En Estados Unidos, el presidente republicano Richard Nixon dimite a causa de escándalos de corrupción. En Argentina, el presidente Domingo Perón dimite del cargo y fallece al poco tiempo. En el Perú, desde 1973, el liderazgo del presidente Velasco decae debido al mal estado de su salud. Se presenta el Plan Inca, un sistema de desarrollo de largo plazo. Se intervienen los medios de comunicación, se confisca la prensa limeña (El Comercio, La Prensa, Correo, Ojo) y de provincias, se retiene el 51 % de las acciones de las empresas de radio y televisión, y se toma el control de la compañía de teléfonos.

El 9 de diciembre de 1824, se llevó a cabo en la pampa de la Ayacucho la batalla decisiva que selló la Independencia del Perú y América del Sur. Para conmemorar tan importante hecho, el libertador Simón Bolívar ordenó la construcción de un monumento, todo ello en medio de la promulgación de algunas medidas, como nombrar Ayacucho a la provincia de Huamanga, decretar la erección de un monumento en la plaza limeña de Constitución y nombrar Trujillo como La Libertad. Entre julio y setiembre de 1825, se estableció el presupuesto para la construcción del memorial en las pampas ayacuchanas. Sin embargo, las necesidades de la guerra, consideradas más urgentes que los monumentos conmemorativos, impidieron concretar el memorial. Tal situación no cambió tras la partida de Bolívar. En Ayacucho, en 1853, se inauguró una pileta con la escultura de la Libertad en la plaza central de la ciudad. Lamentablemente, este monumento se perdió en los años siguientes por los conflictos propios del periodo de anarquía luego del gobierno despilfarrador de Echenique. Hubo otros proyectos y propuestas que no llegaron a concretarse, y llegó la conmemoración por los cincuenta años de la batalla en 1874 sin memorial en Ayacucho.

Durante el periodo de reconstrucción nacional, el ímpetu constructor retomó fuerzas en el país. Producto de ello, se logró erigir una estatua a la Libertad en conmemoración a la batalla de Ayacucho en la pampa de la Quinua, el 29 de julio de 1897, promovido por el coronel Pedro Portillo Silva y encargado al escultor ayacuchano Buenaventura Rojas. El monumento, en la pampa de la Quinua, permitió que este espacio fuese un punto de encuentro para celebrar las festividades patrias.

Para el Sesquicentenario, la situación cambió porque hubo dinero y decisión política para erigir el monumento que habría sido proyectado en 1824. El 17 de setiembre de 1968, se aprobó el proyecto. El general Juan Mendoza, presidente Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP), describe así el mencionado monumento:

Es de concreto armado, enchapado en mármol nacional, tipo travertino. Consta de una pirámide de 44 m. de altura, que simboliza los años transcurridos entre la Revolución de Túpac Amaru en 1780 y la Batalla de Ayacucho en 1824. Tiene una base cuadrangular de 15 metros de frente, por 19 de profundidad, sobre la cual se levanta la pirámide; está circundada por una plataforma de 34 metros de frente por 58 de largo, con un muro perimetral de 0.90 cm. de alto; tanto la plataforma como el muro perimetral están cubiertos con lajas.

Esta pirámide tiene en su parte frontal las esculturas de seis generales del ejército libertador: José María Córdova, José de La Mar, José Antonio de Sucre, Agustín Gamarra, Jacinto Lara y Guillermo Miller. La obra fue inaugurada el 9 de diciembre de 1974.

La importancia del héroe Túpac Amaru II en el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA) llevó a que se materialice el proyecto de erigir su monumento en el Cusco. Pero, pese a la apariencia de facilidad de desarrollar tal proyecto, por el apoyo del gobierno y popularidad del héroe, concretarlo fue en la práctica muy difícil. Se organizaron concursos que o quedaron desiertos o las propuestas no convencían a los cusqueños. En 1972, se publicó el informe sobre el cuarto concurso escultórico nacional. Once trabajos fueron presentados y evaluados por los miembros de la Junta Calificadora del Concurso un 29 de mayo de 1972 en el local de la Sociedad Fundadores de la Independencia. Quedaron solo cuatro proyectos para una segunda revisión: el 1, 6, 8 y 9; y, de todos ellos, el ganador fue el proyecto 6 de Joaquín Ugarte y Ugarte.

La polémica con la propuesta ganadora del concurso fue que se mostraba al héroe montando a caballo lo que era muy convencional y recordaba cómo murió. Ugarte y Ugarte defendió su obra apelando al sentimentalismo del pueblo y también a consideraciones históricas:

Prima en el sentimentalismo del pueblo y en la fantasía de los poetas que si con Túpac Amaru ocurriese el milagro de su resurrección, y, después de dos siglos, se le pudiera preguntar ¿cómo desearía que luciera su figura en el monumento que se le dedicará en el Cuzco?, respondería sin duda: ¡A caballo!, confirmando así lo que seguramente fue uno de sus postreros deseos en el momento supremo de su sacrificio: dominar aquellos caballos que lo descuartizaban. (La Prensa, 1 de junio de 1972)

Apelando a este sentir popular e histórico, el autor de la obra menciona también que “abundan los documentos históricos en los que se le describe siempre montado en hermosos caballos”, dando a entender que el elemento ecuestre no solo significa una remembranza de la forma en cómo murió, sino que nos muestra, también, una parte importante de su vida, en la cual están presentes los caballos. Ugarte y Ugarte también quiso presentar un Túpac Amaru II más significante y positivo para las nuevas generaciones, al mostrarlo sin armas y con los elementos que completan la efigie: los dos relieves tallados en el pedestal, los cóndores y las referencias a Micaela Bastidas, así como a las batallas de Tinta, Sangarará, Tungasuca y Cusco.

Aparte de la escultura, otro tema de controversia fue la ubicación de esta. El gobierno había convenido que su lugar debía ser la plaza de armas del Cusco. Pero pronto, en aquella ciudad, ocurrió un movimiento de opinión que rechazaba colocar el monumento al héroe en aquel lugar, aduciendo razones patrimoniales de preservar las características tradicionales de la ciudad. La caída de Velasco y los conflictos políticos que ocurrieron llevó a que no se concretase la inauguración del monumento a Túpac Amaru II en la plaza de armas del Cusco.

Una de las labores más importantes y reconocibles de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP) fue la edición de la Colección Documental de la Independencia del Perú. Esta recogió “los testimonios más importantes desde el punto de vista ideológico, político, militar, económico, periodístico y literario, sobre la participación del Perú y de los peruanos en la gesta emancipadora del Perú y América” (decreto ley 17815 del 16 de setiembre de 1969). Fueron básicamente historiadores quienes estuvieron a cargo de tan magna labor, al tener que acceder a archivos y repositorios tanto públicos como privados, del Perú y del extranjero, para recopilar, seleccionar y organizar los documentos pertinentes. Tal esfuerzo supuso el empleo de investigadores, historiadores, especialistas en paleografía, traductores, editores y publicistas, entre otros, para poder cumplir con la publicación de la colección. La comisión estuvo dirigida por la doctora Ella Dunbar Temple, y apoyada en figuras como el general Felipe de la Barra, Félix Denegri Luna, Guillermo Lohmann Villena, Aurelio Miró Quesada, Estuardo Núñez, Gustavo Pons Muzzo, José Agustín de la Puente Candamo, Alberto Tauro del Pino y Augusto Tamayo, entre otros.

La Colección Documental de la Independencia del Perú iba a constar originalmente de noventaicinco volúmenes divididos en treinta tomos; sin embargo, al final solo se lograron publicar ochentaisiete volúmenes divididos en veinticuatro tomos.
Tomo I. Los ideólogos, once volúmenes
Tomo II. La rebelión de Túpac Amaru, cuatro volúmenes
Tomo III. Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX, ocho volúmenes
Tomo IV. El Perú en las Cortes de Cádiz, dos volúmenes
Tomo V. La acción patriótica del pueblo en la emancipación. Guerrillas y montoneras, seis volúmenes
Tomo VI. Asuntos militares, nueve volúmenes
Tomo VII. La Marina 1780-1822, cuatro volúmenes
Tomo VIII. La expedición libertadora, tres volúmenes
Tomo X. Símbolos de la patria, un volumen
Tomo XI. Misiones peruanas 1820-1826, tres volúmenes
Tomo XII. Misiones y documentación de cancillerías extranjeras, un volumen
Tomo XIII. Obra gubernativa y epistolario de San Martín, dos volúmenes
Tomo XIV. Obra gubernativa y epistolario de Bolívar, cuatro volúmenes
Tomo XIX. La universidad, cinco volúmenes
Tomo XV. Primer Congreso Constituyente, tres volúmenes
Tomo XVI. Archivo Riva Agüero, un volumen
Tomo XX. La iglesia, dos volúmenes
Tomo XXI. Asuntos económicos, un volumen
Tomo XXII. Documentación oficial española, tres volúmenes
Tomo XXIII. Periódicos, tres volúmenes
Tomo XXIV. La poesía de la emancipación, un volumen
Tomo XXV. El teatro en la independencia, dos volúmenes
Tomo XXVI. Memorias, diarios y crónicas, cuatro volúmenes
Tomo XXVII. Relaciones de viajeros, cuatro volúmenes

Los tomos que no vieron la luz fueron los siguientes:
IX. Cabildos (Dunbar Temple & Puente Candamo), un volumen
XVII. Archivo Torre Tagle (Dunbar Temple), tres volúmenes
XVIII. Archivo Reyes (Puente Candamo), un volumen
XXVIII. Cartografía histórica (Dunbar Temple), un volumen
XXIX. Iconografía (Pedro Benvenutto y otros), un volumen
XXX. Bibliografía (Ricardo Arbulú Vargas y otros), un volumen

El 29 de enero de 1539, Francisco Pizarro fundó la ciudad de San Juan de la Frontera. No obstante, al poco tiempo, se decidió trasladar a otro lugar la ciudad. En el paraje denominado Pacora o Pocora, el 25 de abril de 1540, se estableció la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. En las guerras de independencia, fue una base realista importante, aunque no contaba con el apoyo de toda la población de la región, como se concluye del apoyo de los morochucos a los patriotas, así como la labor de la mártir María Parado de Bellido. Simón Bolívar, en honor a la victoria de la batalla de Ayacucho, cambió, el 15 de febrero de 1825, el nombre del departamento y de la ciudad de Huamanga por el de Ayacucho. Solo se mantuvo el nombre de la provincia de Huamanga. Durante el siglo XIX, la ciudad no cambió mucho respecto a la época colonial.

Durante el Oncenio de Leguía, por los cien años de la batalla de Ayacucho, se plantearon muchas obras de mejoramiento urbano. Además, se construyó la carretera de La Mejorada, que conectaba Huancayo con Ayacucho. La celebración del centenario de la batalla de Ayacucho contó con las visitas de las principales autoridades políticas nacionales. Sin embargo, la demandada inversión en obras públicas no se concretó. Por entonces se dio un movimiento intelectual importante en la ciudad que se concretó en la Revista Huamanga. Con todo, la región no estaba articulada económicamente con otras regiones. Era pobre y su población no crecía mucho, más bien la migración era la opción más viable para conseguir trabajo. Las haciendas y las comunidades dominaban el campo, aunque en conflicto. Tal vez el cambio más importante se dio cuando se reabrió la universidad.

Clausurada a fines del siglo XIX, por ley del 24 de abril de 1957, se ordenó su reapertura bajo el nombre de Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Dos años después, empieza su funcionamiento. Esta institución dinamizará la región y su defensa fue más allá de las élites. De hecho, se creó el Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho (1966), para defender a la universidad de la amenaza de reducir sus rentas. La educación fue un derecho que la población campesina defendió con ahínco. Así, cuando el gobierno militar, en 1969, eliminó la gratuidad de la enseñanza elemental para aquellos que hubieran reprobado un curso o más (para seguir estudiando se debía pagar), se produjo una gran movilización por la gratuidad de la enseñanza en Huanta y Huamanga. El gobierno tuvo que retroceder en su medida. Fue en este contexto de politización y de organización campesina que se celebró el sesquicentenario.

Capital del Imperio de los Incas, el Cusco se convirtió en ciudad española en 1534 y fue una de las principales urbes del virreinato peruano. Cuando el virrey De la Serna dejó Lima, la audiencia del Cusco lo invitó su ciudad. Así, el Cusco se convirtió en la capital del virreinato peruano hasta 1824. Durante la República, el Cusco se integró a un espacio regional que buscó políticamente en algunos momentos separarse del Perú o mantener su autonomía. De una mayoritaria población indígena, la región se integró al comercio de lanas. La distribución de las tierras era desigual, concentrándose las tierras en pocas manos.

En el siglo XX, el Cusco fue un espacio político y cultural muy importante desde donde las élites impulsaron el movimiento indigenista. El espacio de la Universidad San Antonio Abad fue muy importante en jóvenes como Francisco Tamayo o Luis E. Valcárcel para impulsarlos a la política regional y luego nacional. Por otra parte, la población indígena tuvo también un rol político importante al movilizarse contra la opresión.

Desde mediados del siglo XX, el Cusco, en particular la ciudad, empieza un crecimiento sostenido. En 1940, su población era de 40,657 habitantes; en 1962, 79,857; y en 1972, 120,881, es decir, en 32 años se produjo un crecimiento del 197 %. Por entonces, el descontento social de los campesinos llevó que se organizaran en sindicatos y se planificasen tomas de tierras.

El tema de la reforma agraria estaba en debate por parte del gobierno, mientras unas guerrillas buscaban llevar a cabo una revolución. El gobierno de Fernando Belaunde Terry se mostró incapaz de encontrar una solución al problema agrario. Ante el temor al descontrol social que podía ocurrir, las Fuerzas Armadas dieron un golpe de Estado en 1968 e instalaron el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), presidido por el general Juan Velasco Alvarado.

El GRFA, en el Cusco, contó con apoyo, dado que se llevaba a cabo una reforma agraria más radical que implicó la conformación de cooperativas. Más aun, el uso del héroe Túpac Amaru II como símbolo del GRFA acrecentó el orgullo regional. El gobierno, además, prometió construir un monumento al héroe indígena en la plaza de armas de la capital del departamento. No obstante, pronto tanto estudiantes como campesinos clamaron por reformas más radicales y criticaron el centralismo del gobierno. La visita del presidente en setiembre de 1971 calmó los ánimos. Velasco dio un discurso en la plaza de armas en un escenario donde se encontraba una gran imagen de Túpac Amaru II, y prometió obras y préstamos del gobierno para la región.

La hoy región La Libertad jugó un papel importante en la gesta independentista peruana. Trujillo proclamó su independencia el 29 de diciembre de 1820, y por decreto del 9 de marzo de 1825 se cambió el nombre a la urbe por el de Ciudad de Bolívar, y el departamento, por La Libertad. Sin embargo, luego de la retirada de Simón Bolívar del Perú, en 1827 se restituyó el nombre de Trujillo a la ciudad a partir de un reclamo de la municipalidad. Durante el siglo XIX e inicios del siglo XX, la región tuvo como principal producto de exportación el azúcar. El crecimiento de las exportaciones llevó a la modernización de la producción y la proletarización de la mano de obra. Pronto, la movilización de los obreros se articuló con la de jóvenes intelectuales de la bohemia de Trujillo, entre ellos Víctor Raúl Haya de la Torre, que desafiaron a las élites tradicionales.

Con motivo de la conmemoración del Centenario, la ciudad de Trujillo fue arreglada. El evento central fue la proclamación del 29 de diciembre de 1820. Esta celebración había sido reconocida por el Estado peruano en los primeros años de la República, pero después fue quitada del calendario patrio nacional. Mas se mantuvo en el norte. Entre el Centenario y el Sesquicentenario, se fortaleció esta conmemoración. Así, desde 1951, se estableció la Semana Jubilar, en la que del 22 al 29 de diciembre se organizaban ceremonias, concursos y eventos alusivos a la independencia.

La reacción de Trujillo ante el golpe de Estado de 1968 no fue positiva, al menos desde la municipalidad y la universidad, bajo la influencia de la APRA. Pero otras instituciones y organizaciones sociales mostraron apoyo y entusiasmo. Así, en 1969, la Semana Jubilar se extendió hasta el 31 de diciembre para celebrar el Día de la Dignidad Nacional, establecido por el gobierno ese año. En el contexto del Sesquicentenario, para Trujillo el año central fue 1970. En las ceremonias del 28 de julio y del 29 de diciembre de 1970 se hace uso del discurso y símbolos del gobierno: Túpac Amaru II y la idea de que se estaba realizando la “segunda independencia”. Estas se articulaban desde una narrativa regionalista que, al igual que en el Centenario, daba a Trujillo un rol fundamental en el proceso de independencia. Las ceremonias fueron organizadas por el municipio y asistieron las principales autoridades locales.

Fundada por el conquistador español Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535, Lima, la Ciudad de los Reyes, fue la capital del virreinato peruano y, tras la independencia, la de la república del Perú. A partir del gobierno Nicolás de Piérola, a fines del siglo XIX, la ciudad empezó una transformación urbana considerable, con la apertura de avenidas (Brasil, Paseo Colón, Central, 28 de Julio y Arequipa, entre otras), y la construcción de nuevos edificios públicos y urbanizaciones (La Victoria y Santa Beatriz, entre otras). Con el gobierno de Augusto B. Leguía, estos cambios fueron más notorios, al invertirse grandes sumas de dinero en el arreglo de la ciudad para el Centenario, como la construcción de la plaza San Martín (monumento dedicado al Libertador) o el Panteón de los Próceres de la Nación. A ello se agregaron las diferentes donaciones hechas por las colonias extranjeras, como el monumento a Manco Cápac, por los japoneses; o el reloj en el Parque Universitario, por los alemanes.

Entre el Centenario y el Sesquicentenario, la ciudad de Lima sufrió un crecimiento poblacional considerable, debido a diferentes olas migratorias provenientes de zonas rurales. Ello es notorio cuando los distritos que conforman la ciudad, cuya población a inicios del siglo XX no era muy importante respecto al centro, empezaron a crecer considerablemente. Así, tomando los censos de 1941 y 1960, se nota un crecimiento de más del 173 % de toda la capital y sus distritos aledaños. Se pasó de 562,885 habitantes a 1,541,301. Lima, como distrito, pasó de concentrar el 47.9 % de la población a tener el 22 %. Como la ciudad no tiene la capacidad para albergar a los nuevos vecinos, estos se ubican en las afueras de la capital, en los arenales, cerros o tierras de las otrora haciendas, “invadiéndolas” o comprando un lote a precio módico. Aparecen así las denominadas barriadas, como la del Cerro San Cosme y otras que darán espacio a nuevos distritos, como San Martín de Porres, que tenía el 5 % de la población de Lima en 1960. Ante tal escenario, el Estado no pudo regular su formación.

Estos cambios demográficos tuvieron un impacto político muy importante porque nuevos sectores sociales demandaron al Estado servicios públicos, así como derechos. Asimismo, instituciones educativas básica y superior se masificaron, e ingresaron nuevos sectores sociales. Estos buscaron nuevos referentes políticos e intelectuales, en un contexto marcado por las tomas de tierras en la sierra y la Revolución cubana.

Nació en Lima el 10 de junio de 1942. Sus padres fueron Guillermo Bonilla, obrero minero en Morococha (Junín), y Rosa Mayta, de origen indígena. Su infancia la pasó entre Lima, Morococha y Jauja. En esta última, asistió a una escuela fiscal, que era dirigida por su tía Julia Bonilla. Luego se dirigió a Morococha, lugar de trabajo de su padre, y estudió en la escuela fiscal 1006. Su educación secundaria la siguió en el Colegio La Salle, pero por conflictos familiares dejó el colegio al concluir el segundo año, para luego pasar a la institución educativa San José de Jauja, donde concluyó sus estudios en 1958.

En 1959, retornó a Lima, e ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde en un inicio optó por seguir la carrera de Derecho, pero en el transcurso de los primeros años cambió de parecer. Influenciado por José María Arguedas, optó por los estudios antropológicos. Por entonces, en el Instituto de Etnología, enseñaban, además de Arguedas, Luis E. Valcárcel, José Matos Mar, John Murra y François Bourricaud, entre otros reconocidos intelectuales. En 1964, se graduó de bachiller en antropología con la tesis Las comunidades campesinas tradicionales del valle de Chancay. Por influencia del historiador francés François Chevalier, quien había visitado Lima, se interesó por la historia. Gracias a una beca, entre 1964 y 1969, realizó estudios de posgrado en las universidades de Burdeos y de París. Después, entre 1969 y 1970, estuvo como investigador visitante en el St. Anthony’s College de la Universidad de Oxford. Bajo la asesoría de Pierre Vilar, en 1970 se doctoró en historia económica y social en la universidad de París con la tesis Aspects de l’Histoire Economique et Sociale du Pérou au XIXè Siècle.

De regreso al Perú, formó parte del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), donde publicó sus obras más importantes, como La independencia en el Perú (1972), Guano y burguesía en el Perú (1974) y Un siglo a la deriva: ensayos sobre el Perú, Bolivia y la guerra (1980). Precisamente, en el primer libro, publicó su polémico ensayo, junto a la historiadora estadounidense Karen Spalding, “La independencia en el Perú: las palabras y los hechos”. En ese ensayo, cuestionaba el relato nacionalista de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP).

Bonilla fue docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, además de profesor visitante en casas de estudios de Estados Unidos. Desde 1997, es profesor titular del Departamento de Historia en la Universidad Nacional de Colombia.

Juan Mendoza Rodríguez nació el 15 de febrero de 1903, en la provincia de Santa, departamento de Áncash. Sus padres fueron Néstor Mendoza de la Barrera y Rosa María Rodríguez Vella. Contrajo matrimonio con Lida Gómez Palma, con quien tuvo cuatro hijos. Sus primeros estudios los realizó en el Colegio Santo Toribio de Lima, entre 1910 y 1919. Luego pasó a la Escuela Militar, donde estudió entre 1920 y 1923. Egresó como alférez de artillería, obteniendo la espada de honor. Al año siguiente de graduarse, viajó a Francia para continuar sus estudios en la escuela de artillería de Fontainebleau.

Tras retornar al Perú, ocupó una plaza como instructor en la Escuela Militar, entre 1927 y 1930. Luego se le designó agregado militar, entre 1935 y 1938, en la Embajada del Perú en Japón. De vuelta en el Perú, asumió diversos puestos vinculados con la educación militar. Ascendido a coronel, ejerció la dirección del Colegio Militar Leoncio Prado entre 1946 y 1948. Durante el gobierno de la Junta Militar de Gobierno presidida por el general Manuel A. Odría, ejerció el cargo de ministro de Educación, entre 1948 y 1950, y en 1955. Mendoza, como ministro y presidente del Consejo Nacional de Educación, presentó el Plan de Educación Nacional de 1950.

Tras dejar el Ministerio de Educación, fue ascendido a general de brigada y se le encargó la presidencia de la delegación peruana ante la Junta Interamericana de Defensa entre 1953 y 1954. Al año siguiente, fue designado presidente del Consejo de Ministros y, nuevamente, ministro de Educación. Luego fue ascendido a general de división, para luego retomar su cargo en la Junta Interamericana de Defensa, entre 1957 y 1958. Pasó al retiro en 1959.

Debido a su trayectoria como funcionario educativo, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), presidido por el general Juan Velasco Alvarado, lo convocó en 1968 para presidir la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP). Mendoza Rodríguez, con apoyo de varios intelectuales e historiadores, llevó a cabo un vasto plan de actividades que iban desde la organización de charlas, concursos de historia, ceremonias conmemorativas y publicaciones hasta la erección de monumentos como el de Los Próceres y Precursores de la Independencia del Perú. El producto más reconocido fue la publicación de los ochentaisiete volúmenes de la Colección Documental de la Independencia del Perú. Concluyó su labor en 1974. El general Mendoza Rodríguez falleció el 28 de julio de 1995.

Nació en Lima, el 2 de mayo de 1922. Fue hijo de José de la Puente Olavegoya y de Virginia Candamo Álvarez-Calderón, integrantes de importantes familias con antepasados virreinales. Fue nieto de Manuel Candamo Iriarte (1841-1904), presidente de la República. Las primeras letras las aprendió en su casa, con profesores privados y estudió la secundaria en el Colegio de los Sagrados Corazones Recoleta. En 1939 ingresó a la Pontificia Universidad Católica del Perú y siguió estudios en las facultades de Letras y Derecho. Se graduó de bachiller en Humanidades en 1941 con la tesis Planes monárquicos de San Martín y de bachiller en Derecho en 1946 con la tesis Problema jurídico de la conquista de América. En 1947, asesorado por Rubén Vargas Ugarte, se doctoró en historia con la tesis San Martín y el Perú. Planteamiento doctrinario.

Se incorporó a la docencia en la Pontificia Universidad Católica del Perú desde 1947 y fue decano de la Facultad de Letras (1957-1963) y jefe del Departamento de Humanidades (1992-1996). Dedicado a la investigación histórica, se integró al Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú, del cual fue subdirector (1964-1967), director (1967-1981, 1991-1998) y director emérito. En este instituto fue presidente del Simposium de Historia sobre la causa de la Independencia desde 1957 y se encargó de organizar seminarios de investigación sobre la emancipación, formando a varias generaciones de historiadores. En 1964, publicó la primera edición de sus influyentes Notas sobre la causa de la Independencia del Perú.

En 1945, fue miembro fundador de la Sociedad Peruana de la Historia. En 1947, cofundador y primer secretario general del Instituto Peruano de Cultura Hispánica. Entre 1949 y 1950, viajó a España para participar en el Congreso Hispanoamericano de Historia de Sevilla, organizado por el Instituto de Cultura Hispánica. Formó parte de instituciones y sociedades académicas, como el Instituto Sanmartiniano del Perú, la Sociedad Peruana de la Historia y la Academia Peruana de la Historia. Por esta labor, se le convocó a formar parte de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (CNSIP), haciéndose cargo, tras la salida de Ella Dumbar Temple, del comité de documentos; labor clave para concretar la Colección Documental de la Independencia del Perú. Asimismo, presidió el V Congreso Internacional de Historia de América llevado a cabo en Lima.

Entre 1995 y 2002, fue presidente de la Academia Nacional de la Historia, y en 2001, recibió la Orden de las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta. Retirado de la enseñanza, falleció el 5 de febrero de 2020.

Jesús Ruiz Durand nació en Huancavelica, en 1940. Fue artista, docente universitario y famoso por ser el encargado de crear los coloridos afiches del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA). Es considerado como el máximo exponente del llamado pop achorado. Sobre su infancia, Jesús Ruiz Durand menciona que

En mi pueblo yo trabaje en un laboratorio fotográfico, tendría doce años. Toda mi familia es completamente urbana, no tiene ni chacritas, ni haciendas. Mi padre era empleado de Huancavelica. Mi abuelita tenía una tienda en Huancavelica y a la tiendecita de mi abuela iban los campesinos a comprar sus vestidos, sus cosas. Yo paraba ahí hablaba en quechua con ellos.

Se trasladó a Lima los dieciséis años, siguió estudios en la entonces Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle, se doctoró en Educación en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y posteriormente, en 1964, realizó estudios en la Escuela de Bellas Artes de Lima. Los años previos al GRFA se dedicó a la docencia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, además se dedicó a la pintura, participando en concursos, exposiciones y bienales internacionales, entre otros.

Tras el golpe de Estado contra el gobierno de Fernando Belaunde Terry (1968) y el establecimiento del GRFA bajo la presidencia del general Juan Velasco Alvarado, se llevó a cabo la reforma agraria. Al mismo tiempo, se creó, el 24 de junio de 1969, la Dirección Promoción y Difusión de la Reforma Agraria (DPDRA), que tuvo el objetivo de hacer una intensa campaña de divulgación de los alcances de la reforma agraria, usando medios de comunicación masiva, pero también volantes y folletos, para llegar así no solo a las ciudades, sino en especial a los pueblos y haciendas. Por entonces, la dirección cayó en manos del periodista Efraín Ruiz Caro. Jesús Ruiz Durand fue convocado junto con Mirko Lauer (poeta), José Adolph (escritor), Jorge Merino (periodista), Carlos Ferrand (videasta), José Michillot (fotógrafo), José Bracamonte (diseñador) y Emilio Hernández (artista). De los afiches que se publicaron, aproximadamente veinticuatro pertenecieron a Ruiz Durand. En 1971, la DPDRA se integró al Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS).

Ruiz Durand participó en la dirección gráfica de diversas revistas, como Amaru (1967-1971), dirigida por Emilio Westphalen; Textual del Instituto Nacional de Cultura; y Educación, dirigida por Augusto Salazar Bondy. Es actualmente docente de posgrado en diversas universidades, además de ser autor de diversos textos académicos, entre los que destaca Introducción a la iconografía andina (2004).

Juan Velasco Alvarado nació en Piura, el 16 de junio de 1910, en una familia de bajos recursos. Sus padres fueron Juan Manuel Velasco Gallo y Clara Luz Alvarado Zevallos. Cursó sus estudios primarios en el centro escolar 21 y los secundarios en el Colegio San Miguel de Piura. Se menciona que, tras terminar sus estudios escolares, se embarcó como polizón a Lima, en 1929, con el objetivo de seguir la carrera militar. Empezó como soldado raso, e ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos, de donde egresó en 1934 como subteniente de infantería, ocupando el primer puesto de su promoción. En 1937, fue ascendido a teniente, para luego ser parte de la plana de instructores de la Escuela de Cadetes, en 1939. Al año siguiente, fue ascendido a capitán, para ser destacado a una división de la selva. Retornó a Lima en 1941, como instructor en la Escuela de Oficiales. En 1955, fue ascendido al grado de coronel, y se le nombró director de la Escuela de Infantería y jefe de Estado Mayor de la IV División del Centro de Instrucción Militar del Perú, entre 1955 y 1958. En 1959, durante el segundo gobierno de Manuel Prado Ugarteche, fue ascendido a general de brigada. En 1962, fue enviado a París como agregado militar en la Embajada del Perú en Francia. De retorno al Perú, en 1964, fue designado jefe de Estado Mayor de la I Región Militar, y al año siguiente, ascendido a general de división.

En 1968, durante el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry, asumió la dirección de la Comandancia General del Ejército y la presidencia del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Durante este periodo, conspiró contra el gobierno de Belaunde Terry, junto a Rafael Hoyos Rubio, Jorge Fernández Maldonado, Leónidas Rodríguez Figueroa y Enrique Gallegos Venero, todos formados en el Centro de Altos Estudios Militares. El 3 de octubre de 1968, en horas de la madrugada, Velasco dio un golpe de Estado, lo que dio inicio al denominado Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), en el que asumió la presidencia entre 1968 y 1975.

El GRFA, en tanto buscaba evitar una revolución comunista, emprendió reformas económicas y sociales, entre ellas, la nacionalización de compañías extranjeras, como mineras y petroleras, pasando a constituirse en empresas públicas. Asimismo, llevó a cabo la reforma agraria, que significó la desaparición tanto del latifundio como de las relaciones sociales serviles. Esta labor se llevó a cabo en un contexto simbólicamente muy particular: la conmemoración del Sesquicentenario. Velasco aprovechó la oportunidad para señalar que su gobierno iba a llevar a cabo le “segunda independencia” y así cumplir con lo que la primera no realizó.

En febrero de 1973, Velasco sufrió de un aneurisma por lo que se le amputó la pierna derecha. A partir de entonces, su salud se deterioró, así como su liderazgo político. En 1975, el general Remigio Morales Bermúdez, tras un golpe de Estado, lo reemplazó. Velasco no se recuperó de sus dolencias y más bien estas se agudizaron. Falleció en Lima, el 24 de diciembre de 1977.

Ella Dunbar Temple nació en Lima, el 10 de junio de 1913.  Estudió en la Pontifica Universidad Católica del Perú, donde se graduó con la tesis La institución del jurado (1938) . Posteriormente, en 1941, obtuvo el título de abogada en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y el doctorado en Historia y Literatura en la misma universidad, con la tesis La descendencia de Huayna Cápac (1946). Fue la primera mujer que llegó a ocupar una cátedra universitaria en el Perú, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Allí impartió los cursos de “Historia de las Instituciones Peruanas” e “Historia de la Geografía”.

Su extensa obra incluye numerosas publicaciones relacionadas con sus investigaciones y reflexiones acerca de temas históricos y literarios, jurídicos y geográficos. Fue la primera historiadora profesional en la Academia Nacional de Historia. Asimismo, fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad Peruana de Historia, siendo su primera presidenta. Como representante de esta institución, fue miembro de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú. Allí estuvo a cargo del Comité de Documentos, cuyo trabajo dio como resultado la recopilación de varios documentos en repositorios nacionales y extranjeros que se cristalizaron en la Colección Documental de la Independencia del Perú. En ésta, se hizo cargo de 14 volúmenes de 86 de dicha colección: La revolución de Huánuco, Panataguas y Huamalíes de 1812 (5 volúmenes),  La acción patriótica del Pueblo en la Emancipación. Guerrillas y Montoneras (6 volúmenes) y La Universidad. Libros de posesiones de cátedras y actos académicos 1789-1826 (3 volúmenes).

Se casó con Carlo Radicati di Primeglio. Falleció el 20 de febrero de 1998. Recibió las Palmas Magisteriales otorgadas por el Ministerio de Educación y fue distinguida por la Universidad de San Marcos como Profesora Emérita. Su legado persiste a través de la Fundación Biblioteca Museo Temple-Radicati, Centro de Altos Estudios y de Investigaciones Peruanistas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.